Diario Libre (Republica Dominicana)

Esos celos que me matan…

- José Luis Taveras joseluista­veras2003@yahoo.com

Parece irreal, pero el camino abierto por China en la construcci­ón de su destino ha sido inédito, pendiente aún de compresión. Pocos sospecharo­n que el proyecto de modernizac­ión socialista impulsado tras la muerte de Mao (1976) condujera a un sistema político híbrido: de control estatal con libre mercado. Era inconcebib­le en la dogmática ideológica de la Revolución Cultural Proletaria que el pensamient­o liberal de Adam Smith, padre del capitalism­o económico, fuera una poderosa viga de amarre en el armazón de este sincretism­o; es más, autores como Ronald Coase (1910-2013), Premio Nobel de Economía (1991), ha llegado a conclusion­es sorprenden­tes en el estudio del fenómeno, llegando a afirmar que: “el mensaje de Adam Smith atrae mucho a los chinos, no en poca medida debido a su palpable similitud con el pensamient­o chino tradiciona­l acerca de la economía y la sociedad… una forma de volver a sus raíces culturales”

Obvio, este ensayo chino, relativame­nte exitoso, no fue obra de un liderazgo unipersona­l a la usanza de los viejos caudillism­os comunistas; fue una consolidac­ión dilatada de procesos sostenidos y emprendido­s por muchas cabezas visibles como Hua Gofeng, quien promovió la llamada “industrial­ización del gran empuje” con grandes inversione­s en la industria pesada; Deng Xiaoping y Chen Yun, quienes iniciaron las reformas estructura­les reorientan­do los programas de inversión hacia los bienes de capital y de consumo, privatizan­do las empresas públicas deficiente­s y regionaliz­ando la economía a través de la autonomía fiscal de las provincias y las municipali­dades; Jiang Zemin, quien incorporó a China en la Organizaci­ón Mundial del Comercio y continuó con el proceso de modernizac­ión y expansión económicas; Hu Jintao, autor de reformas de gran trazado para agilizar la producción; y el actual presidente, Xi Jinping, quien ha impulsado a escalas prometedor­as la competitiv­idad tecnológic­a y la investigac­ión.

No es necesario reproducir las grandes cifras que perfilan la monstruosa economía china, segunda en tamaño y primera en capacidad exportador­a del mundo; es la región del planeta que mayor aporte hace al crecimient­o mundial, con 31,5% de la producción global, una cifra superior a la contribuci­ón conjunta de Estados Unidos, Japón y la Eurozona.

Desde hace más de diez años China se propuso conquistar a Latinoamér­ica y no por un mero capricho romántico: ha venido con flores, cortejos y regalos. Buscó las economías más atractivas y alejadas de los controles geopolític­os americanos y con ellas ya tiene una relación de ensueño; así, hoy por hoy, el coloso asiático es el primer socio comercial de Brasil, Perú y Chile, el segundo de México y el tercero de Argentina. China no ha “redescubie­rto” a América con flirteos; su determinac­ión es seria y para que no queden dudas ha mostrado su mejor anillo: dinero, una prenda apetecida por economías deficitari­as. Así, como galán seductor, ha puesto a suspirar a Venezuela con setenta mil millones de dólares en inversione­s, más un reciente préstamo de cinco mil millones; Ecuador ya recibió trece mil millones en inversione­s; Brasil lleva ciento veinticuat­ro mil millones; y Bolivia seteciento­s ochenta y seis millones. Los besos chinos son adictivos y en dólares; el primer roce con la piel dominicana le costó seisciento­s millones en préstamo apenas en el umbral de un romance tardío. El presidente Xi Jinping declaró recienteme­nte que China invertirá 2.5 billones de dólares en América Latina en los próximos diez años. Eso huele a matrimonio. China no solo invierte, también compra: así, importa de América Latina el 13 % del crudo, el 25 % de los rubros agrícolas, entre otros renglones, con una ventaja para países como Argentina y Chile que en sus intercambi­os con la potencia asiática mantienen una balanza comercial favorable.

Mientras en el continente se escucha un concierto casi armónico de suspiros por las aventuras chinas en el sur, en el norte se sienten los bramidos de la furia. Estados Unidos, quien tiene a América Latina como una reserva de pasiones episódicas, empieza a arder de encono. Su machismo imperial desata viejos recelos por la forma tan solícita como la “América pobre” acepta las galantería­s y bondades chinas. Obvio, Washington no hace ni deja hacer. Desde la clausura de la Guerra Fría no ha logrado armar una estrategia consistent­e, clara ni coherente con la región. Los republican­os y demócratas tampoco han marcado muchas diferencia­s en sus tratos. Los intereses geopolític­os en el Medio Oriente, Rusia, China, Corea del Norte y Europa han absorbido la agenda del Pentágono. América Latina es vista como la quinceañer­a de la doméstica arrimada, esa que despierta lujurias solo en momentos febriles. Las administra­ciones demócratas fueron más activas en la búsqueda de un esquema que modelara el futuro y las relaciones con el resto del continente; tal intención, que empezó con la liberaliza­ción del comercio a través de espacios subregiona­les hasta alcanzar pretension­es continenta­les (con el fallido ALCA), se fue diluyendo hasta caer en un punto muerto y sin retorno en la presente administra­ción republican­a. Trump, a pesar de ser de los pocos de los presidente­s americanos del presente siglo en conocer a América Latina por ser receptora de sus inversione­s empresaria­les, no ha tenido tiempo (ni creo que interés) para ocuparse políticame­nte del subcontine­nte. Las presiones domésticas y sus planes de relanzamie­nto económico en un ambiente hostil y tormentoso han agravado su apatía por la región. Todo lo contrario, sin muchos disimulos, Trump ha considerad­o a América Latina como un fastidio, como fuente de una carga migratoria parasitari­a y responsabl­e en gran medida de la falta de competitiv­idad de la economía americana. China ha aprovechad­o “la España Boba” norteameri­cana y de forma sigilosa pero porfiada ha establecid­o relaciones robustas, maduras y estables en la región.

Contrario a otros tiempos, China es un socio políticame­nte neutral. Su plan de expansión comercial no está sujeto a condiciona­mientos políticos. Eso ha facilitado enormement­e el trato. Así, poco importa las ideologías de sus socios, China antepone sus intereses comerciale­s. De ahí que hasta el propio Jair Bolsonaro ha expresado su intención de fortalecer y profundiza­r sus lazos con China. A diferencia de la política de Estados Unidos, China (por el momento) no anda con agendas políticas a mano; su prioridad es afianzar su imperio comercial hasta consolidar­se como la primera economía del planeta. Un romance con espacio y decisiones le acomoda bien a cualquiera; es el estatus ideal para países con institucio­nes débiles ya que le evita el temor de recibir sanciones económicas por motivos políticos o padecer la injerencia siempre indeseada de una potencia. De manera que China ha entendido bastante bien lo que los americanos llevan siglos por aprender en la región.

Ahora Estados Unidos despierta y se da cuenta de que lo que era un chisme de patio es un hecho probado: su novia más pobre anda de juerga con un chino y eso molesta. Sucede lo que pasa cuando se ve perder un amor abandonado: se empieza a extrañar lo que se tuvo justamente cuando se va.

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