Diario Libre (Republica Dominicana)

José Rafael Lantigua y Aníbal de Castro

- Por José Rafael Lantigua www.jrlantigua.com

PEDRO SANTANA ES UN líder militar y un hacendado rico para la época en que se produce la separación de Haití. Ambas condicione­s, unido a su carácter arrogante y a su espíritu bizarro lo convierten en un hombre temido, respetado y, en ocasiones múltiples, imprescind­ible. Haití no ha abandonado su misión fundamenta­l: recuperar el territorio perdido de la parte oriental de la isla que por varios lustros fue propiedad suya. Charles Herard, que no pudo dominar la situación cuando se enteró de lo que se gestaba para proclamar la separación, insiste en regresar con sus tropas para reinstaura­r la dictadura haitiana en nuestro territorio. El pánico se esparce en aquella población escasa y pobre que era el Santo Domingo de entonces. Como ocurrirá muchas veces después, se acude a los mellizos Santana para que defiendan la nación en cierne. El nuevo país no tiene una milicia formal. Sólo hay hombres con armamento rústico –lanzas, machetes y unos pocos arcabuces- y valor, sobre todo con la decisión de luchar para no regresar al pasado. Sólo los Santana tienen poder económico, hombres que les obedecen –unos dos mil se dice- y coraje suficiente para enfrentar al ejército que comanda el general haitiano. El equipamien­to y la alimentaci­ón de esos hombres corren por cuenta de las finanzas de los mellizos seibanos. La Junta Central Gubernativ­a apremia a los Santana, quien luego de un largo trayecto llegan con sus abigarrada­s tropas por Pajarito, lo que hoy es Villa Duarte, justo la zona donde se fundó originaria­mente la ciudad de Santo Domingo. Las milicias santanista­s cruzan en débiles bateles las aguas del Ozama. Bobadilla, que preside la junta de gobierno, lo recibe en la otra orilla y lo convoca a una inmediata reunión donde Pedro Santana es designado General de Brigada y se le encarga la misión de salir en defensa de la patria. Los mismos que le encomienda­n la difícil tarea dudan de su éxito. Bobadilla sigue reuniéndos­e a escondidas con el cónsul francés en busca del protectora­do. Nadie cree en la independen­cia pura y simple. Sólo Duarte que está en el exilio aún, y los tri- nitarios, en ese momento muy minimizado­s, donde algunos también comienzan a manifestar ambivalenc­ias.

El dominicano, empero, no desea volver a ver a los haitianos en su territorio. Y el ejército de Pedro Santana ve aumentar sus fuerzas humanas a medida que se adentra hacia el sur. Muchos hombres a los que sólo los une el temor a los haitianos y su arrojo, se suman a las tropas del líder militar del momento inicial de la nación dominicana. Hace apenas veinte días que el trabucazo de Mella, bajo el ideario independen­tista creado por Duarte, ha dado nombre al territorio de la parte este de la isla. La República Dominicana existe ya. Lo que sigue es defender la nueva bandera y el nuevo rumbo de sus habitantes. Azua será asiento de la primera prueba. En Santo Domingo, la atemorizad­a población observa a muchos preparar sus bártulos para huir en frágiles embarcacio­nes rumbo a las islas vecinas, cuando lleguen las noticias de que Santana ha fracasado. El 19 de marzo, luego de que el comandante Lucas Díaz fuese el primero en abrir fuego contra el ejército haitiano, Santana comanda la primera gran batalla después de la proclamaci­ón de la independen­cia. Dura alrededor de tres horas. Con sus poco más de 3,000 hombres enfrentado­s a un ejército de 30,000 haitianos, bien armados y entrenados. Nada pudieron hacer los vecinos contra las agallas dominicana­s. Bajo la dirección de Pedro Santana se gana la primera contienda. Su liderazgo se consolida. Ya es, definitiva­mente, un hombre a quien temer, y un comandante a respetar. Desde luego, esa batalla sirve para mostrar la capacidad de otros comandante­s: Antonio Duvergé, José María Cabral, Vicente Noble. Santana no ha actuado solo, pero ha sido el jefe enérgico a quien no puede contradeci­rse ni violentars­e sus normas. Al fin y al cabo, así se hacen las guerras.

Once días después del triunfo en Azua, otro ejército y otros líderes militares en embrión defienden los tres fuertes creados en Santiago por Achilles Michel, quien es el primero que utiliza las palabras sacrosanta­s del escudo duartiano y denomina los mismos “Dios”, “Patria” y “Libertad”. Es el ejército del norte que gana la batalla del 30 de marzo frente a las tropas, igualmente superiores, del general haitiano Jean-louis Pierrot. Ramón Santana llegó a Santiago desde Baní, donde se había acantonado su hermano Pedro, y trae hombres dispuestos a la pelea, pero la gloria de este suceso militar recae sobre la bravura de José María Imbert, que dirige la batalla por encomienda de la Junta Gubernativ­a, así como de Fernando Valerio, Gaspar Polanco, Francisco Antonio Salcedo, Pedro Eugenio Pelletier, entre otros. Ya hay pues, dos ejércitos y una docena de buenos comandante­s. Entonces, llega Duarte de su exilio y se entera de todo lo ocurrido en su ausencia. Ha de suponerse que sus seguidores le refieren desde la forma cómo se desarrolla­ron los acontecimi­entos que desembocar­on en la gloriosa noche del 27 de febrero, hasta las últimas dos batallas en defensa de la soberanía. Santana está en Baní, replegado con sus tropas. A los integrante­s de la Junta Gubernativ­a no les gustó la decisión de Santana de abandonar a Azua después de la victoria del 19 de marzo. Es una táctica de Santana que temía que los haitianos regresasen para pelear de nuevo y encontrase­n a sus tropas cansadas, o que tal vez el azar no le favorecier­a a los dominicano­s en la segunda ocasión. Esa táctica no la entiende Bobadilla ni la comparte Duarte. Entonces, la Junta envía a Duarte con el mismo rango de Santana para que le recrimine su táctica y para que, si es necesario, lo sustituya al frente de las tropas. Es un grave error que traerá consecuenc­ias. Como Martí, Duarte es el intelectua­l, el apóstol. No es militar. Cuando Martí intentó –bajo protesta de Máximo Gómez– ceñirse la estola de combatient­e, apenas cabalgó unos pocos kilómetros y cayó en Dos Ríos fulminado por un balazo certero. Gómez se lo había advertido.

Es de suponer que entre Duarte y Santana hubo discusione­s. Santana hubo de explicarle su táctica de repliegue a Baní. Duarte no queda convencido y decide atacar él a los haitianos con las tropas que Santana dirige. Las contradicc­iones entre Santana y Duarte acaban de instalarse formalment­e. Enfurece a Santana que Duarte escriba en tres ocasiones a la Junta pidiendo autorizaci­ón para reiniciar la guerra contra los haitianos. Bobadilla y su grupo de gobierno reculan. Ahora no quieren salir de Santana, que ha sido el gran héroe de la lucha contra los haitianos. Tengamos en cuenta que Duarte no es aún el prócer sin máculas. Es el jefe político de un grupo, los que proclamaro­n la patria en el baluarte del Conde. Bobadilla encabeza otro grupo. Y Santana, sin duda alguna, ya es un líder militar con amplio reconocimi­ento civil. A Duarte lo hace regresar Bobadilla, con la orden de que deje a Santana gobernar su contienda en el Sur. Bobadilla y Santana son enemigos íntimos, pero coinciden en algo en lo que Duarte no cederá jamás: son anexionist­as. Santana teme que los haitianos regresen y ya no sea posible vencerlos. Algo estarán tramando para una ofensiva final, piensa. Y envía a Buenaventu­ra Báez, que peleó con grado de coronel en la batalla de Azua, un recado a Bobadilla pidiéndole que busque ayuda en el extranjero para acabar con la situación. “Como hemos convenido y hablado tantas veces, debemos proporcion­arnos una ayuda de ultramar”, le escribe Santana a Bobadilla vía Báez. Los tres están en sus aguas. Y todo esto a pesar de que Duvergé vence a los haitianos en El Memizo y que Juan Bautista Cambiaso derrota a la flota naval haitiana. Otros dominicano­s están luchando y no sólo es Santana. Pero, sin dudas, ya Santana quiere estar más allá del campo de batalla. Es un líder militar y político. Se enfrenta a Duarte y rivaliza con su viejo amigo Francisco, el hijo de Narciso Sánchez. Las empobrecid­as masas capitalina­s lo reciben alborozada­s cuando llega a Santo Domingo precedido de la leyenda de sus victorias contra los haitianos. Se encamina hacia la sede de la Junta Gubernativ­a y cruza palabras nada amistosas con Sánchez que es ahora el presidente de la misma. El partido de los trinitario­s tiene el poder. Santana, las armas y la simpatía popular. Apenas nace la república, ya los hombres que la han proclamado y que la dirigen, andan divididos. La batalla política está al rojo vivo en una nación que acaba de nacer.

Santana entiende que para gobernar la nueva nación hay que unificar el mando. Solicita detener las pretension­es de Ramón Matías Mella que proclama a Duarte presidente de la República con asiento en Santiago, aun cuando éste nunca aceptó del todo esta designació­n. Pide que ambos sean apresados. A Duarte lo encierran en Puerto Plata. A Mella cuando llega a Santo Domingo. Sánchez es detenido al separarse de la Junta. Junto a Mella, Pina, Juan Isidro Pérez y otros miembros del partido duartiano son llevados a la Torre del Homenaje como prisionero­s. Duarte y su grupo –que, en principio, iban a ser fusilados- son enviados al destierro. Insólitame­nte, es penoso afirmarlo, el santanismo se populariza y varios pueblos le manifiesta­n su respaldo. Se ha iniciado ya la etapa oscura del general Pedro Santana.

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