La otra experiencia

Las palabras también sufren. Ahora lo que se lleva es jubilarlas para hablar en circunloquios y metáforas. Pronto olvidaremos la belleza del término anciano porque seremos... adultos mayores. Incomprensiblemente a muchos les suena mejor.

Otras en cambio son repetidas hasta vaciarlas de sentido. Experiencia es una de ellas. Hace un tiempo vivir una experiencia se interpretaba como algo único. Ver por primera vez Florencia, por ejemplo. O superar un accidente, subir al Pico Duarte, conocer a alguien admirable. Ahora TODO debe ser sentido como una experiencia inolvidable, lo que empieza a ser agotador.

(Observen que el uso actual de la palabra descarta que la experiencia sea mala.)

Comprar unos zapatos... experiencia-me lo merezco Tomar un café con una amiga... experiencia-sororidad. Llevar a los niños a comer pollo frito... experiencia-creando recuerdos.

Lavarse la cabeza... experiencia- este champú es salvaje

Ir a comprar el pan... experiencia- pensando en los tuyos

Ir al gimnasio... experiencia-logra tu mejor versión

Ir al cine... experiencia-eres una VIP.

Así, vivir el día a día supone un esfuerzo de entusiasmo un tanto forzado. Quizá va unido a que todo debe ser inmortalizado en una foto para enviar a los amigos. Y claro, hay que exudar alegría. Se añora la antigua normalidad.

El otro palabro de moda es retroalimentación. Traducción puntillosamente literal del feed back anglosajón, no ha sido todavía aceptada por la Real Academia de la Lengua y con un poco de suerte nunca lo será. Es una palabra larga, incómoda, rara. Dígala en voz alta varias veces. Parece alemán. Y puede llegar a producir un ligero respingo. Cuando su interlocutor dice: -”Ok, averiguo y te retroalimento” .

En ese momento es inevitable pensar que tiene intención de aplicarle una inyección intravenosa.