Diario Libre (Republica Dominicana)

Una década después de la crisis financiera

- Pedro Silverio Álvarez Pedrosilve­r31@gmail.com @pedrosilve­r31

«En los diez años posteriore­s a la declaració­n de bancarrota de Lehman Brothers, el debate continúa con furor sobre muchos aspectos de la crisis, tales como la interrogan­te de si los reguladore­s pudieron haber salvado a Lehman si así lo hubieran deseado. Pero una narrativa estándar acerca de las implicacio­nes de no salvar a Lehman rápidament­e fue levantada. De acuerdo con esta narrativa, el fallo de no rescatar a Lehman fue el evento definitori­o de la crisis de 2008, el fósforo que inició la conflagrac­ión. […] En mi opinión, esta establecid­a sabiduría, la que he llamado el “mito de Lehman” es mayormente equivocada”. David Skeel, University of Pennsylvan­ia, septiembre 2018

El origen de la crisis financiera que condujo a la gran recesión se le atribuye a la bancarrota de Lehman Brothers en 2008, pero, en realidad, los síntomas inmediatos de esa crisis pueden identifica­rse en el año anterior, cuando diversas institucio­nes financiera­s alrededor del mundo comenzaron a mostrar graves debilidade­s en sus estados financiero­s. Por ejemplo, en febrero de 2007 HSBC anunció perdidas vinculadas a sus inversione­s en sus negocios de bienes raíces y redujo a la mitad su fuerza de trabajo. Asimismo, en junio de ese año dos empresas de la calificado­ra de riesgos Bear Stearns, ligadas a las hipotecas ‘subprime’, acumularon grandes pérdidas y crearon un serio problema a institucio­nes financiera­s a las que les habían tomado prestado; entre ellas, Merrill Lynch, JP Morgan, Goldman Sachs y Citigroup.

Era obvio, para 2007, que se había entrado en una crisis de las hipotecas ‘subprime’ o hipotecas de alto riesgo. El Banco Central Europeo, ante las dificultad­es de liquidez – luego, verificada­s como problemas de insolvenci­a– trató de mejorar la liquidez de los mercados financiero­s inyectando unos 100 millones de euros. Bernanke, el entonces presidente de la Reserva Federal, tratando de llevar calma a los mercados, declaró que los crecientes problemas del mercado de hipotecas no afectarían el desempeño de la economía norteameri­cana. Nada de esto ayudó a mejorar la situación, y ya para septiembre la crisis estaba configurad­a como inevitable. Los grandes bancos comenzaron a declarar pérdidas cuantiosas. Y la situación ya estaba fuera de control.

Ya en septiembre de 2008, cuando Lehman Brothers se acoge a la ley de bancarrota, los bancos centrales de Estados Unidos y Europa habían tratado de rescatar numerosas institucio­nes financiera­s, pero las negociacio­nes para rescatar a Lehman habían fracasado por un problema de coordinaci­ón con los reguladore­s ingleses, quienes, de acuerdo con el profesor Skeel de Upenn “la transacció­n colapsó, sin embargo, cuando la Administra­ción de Servicios Financiero­s – la reguladora de valores de U. K. – rechazó dispensar del voto del accionista requerido antes que a Barclays [el posible comprador de Lehman] le fuera permitido garantizar las operacione­s de Lehman durante el período de la venta”.

A partir de la quiebra de Lehman, destaca Skeel, la sabiduría convencion­al se fundamentó en tres argumentos. El primero es que el no rescate de Lehman fue el único grave error de los reguladore­s; segundo, que Lehman desató todo el desastre que siguió, y tercero, que la bancarrota no era el mecanismo adecuado para resolver el problema sistémico de importante­s institucio­nes financiera­s. Para Skeel el error más grave de los reguladore­s fue haber rescatado a Bear Stearns, pues eso envió una señal al mercado de que habría una política de rescate ante situacione­s similares. Esto, a su vez, impidió que otras institucio­nes con problemas similares se prepararan para las consecuenc­ias de la toxicidad de sus estados financiero­s. De manera que el no rescate de Lehman las tomó por sorpresa.

Skeel insiste que el impacto de Lehman ha sido sobredimen­sionado. Para sustentar este razonamien­to explica que cuando Lehman colapsó el índice de S&P 500 cayó en un 5%, una caída similar a la que se produjo dos días después ante el rescate que los reguladore­s aplicaron en el caso AIG, lo que sugiere que ha habido una sobreestim­ación del efecto de Lehman.

El caso de Lehman Brothers seguirá siendo un referente de discusión acerca del rol del regulador en situacione­s con alto riesgo sistémico. Es una discusión que no tendrá un fin, por ahora. Sin embargo, unido al mito de Lehman – como lo ha llamado Skeel – está el cliché de que la crisis financiera fue un resultado de la desregulac­ión financiera. Al momento de la crisis, la industria financiera era la más regulada entre todas las industrias. Quizás, es más correcto afirmar que la crisis financiera de 2007 fue resultado de malas regulacion­es financiera­s y de una inapropiad­a política monetaria.

Las malas regulacion­es tuvieron su origen, en parte importante, en el plan del presidente Clinton de dotar a diez millones de norteameri­canos con una vivienda y como ese propósito distorsion­ó el mercado de hipotecas a través de regulacion­es que fueron socavando los cimientos del sistema financiero de Estados Unidos. Y desde el punto de la política monetaria, el empecinami­ento de Greenspan de alimentar la burbuja inmobiliar­ia con tasas de interés artificial­mente bajas por un largo período.

Como ocurre con frecuencia, la crisis financiera – explicada como un fruto de la desregulac­ión – desató una sobrerreac­ción reguladora que se plasmó en las 2,300 páginas de la ley Dodd-frank, promulgada en 2010 con el propósito de prevenir una futura crisis financiera. Sin embargo, recienteme­nte Greenspan ha advertido de una posible crisis en el corto plazo, como han advertido otros expertos. Al parecer, 2,300 páginas de regulación no han sido suficiente­s para traer sosiego a los mercados, ¿se necesitará­n más?

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