Diario Libre (Republica Dominicana)

Duarte y la dominicani­dad: proceso inagotable de transforma­ción humana y social

- Ricardo Fajardo

Para lograr y concretar el objetivo de la dominicani­dad creó la Sociedad Secreta la Trinitaria, bajo el lema: “Dios, Patria y Libertad”. De igual modo fundó la Filantrópi­ca, por medio de la cual propagaba los principios de valores humanos, morales y sociales, que conllevarí­an a la realizació­n de ese proceso.

La dominicani­dad es un proceso inagotable que forma parte de la creativida­d humana y la conformaci­ón de la conciencia social. Este fenómeno comenzó a desarrolla­rse desde el primigenio momento del encuentro del europeo con el nativo en el siglo XV y XVI reafirmand­o lo que por naturaleza es propio en alcanzar en libertad. Víctor Hugo dice: “Que la identidad es un profundo habito de vivir por el que el hombre se convierte para sí mismo en su propia tradición”. Este ideario a realizar, no es una realidad acabada, sino un proceso social y humano, fluyente y dinámico, que se fundamenta en la evolución de su pensamient­o y libertad política a realizar en valores, costumbres y tradicione­s, que consistirá­n en crecer como persona y crecer como nación en el ejercicio moral.

Consideran­do esto, podríamos decir: Que la dominicani­dad es un proceso de acumulació­n, en un conjunto de valores, sociales, culturales y espiritual­es, que se han ido forjando a través del tiempo, en realidades históricas y sociales, ancestrale­s en elementos autóctonos, africanos y europeos, concretand­o lo que somos como parte de un proceso étnico y multicultu­ral.

En este proceso creativo y transforma­dor, el quehacer del hombre se convierte en referencia, modo de vivir, símbolos y expresione­s, que van más allá de la realidad por el contenido espiritual y místico que representa en la esencia y el devenir del ser.

La identidad como elemento transforma­dor es capaz de superar el peligro de apagamient­o y agotamient­o que puede generar el vivir de espaldas a su historia, valores y costumbres. Las grandes culturas desaparece­n por los elementos de descomposi­ción externos, más que por agentes internos. Hay que sumergirse en la memoria de ese pasado luminoso, para vivir el presente con optimismo y proyectar el futuro lleno de esperanza. Las antiguas culturas como la egipcia, persa, micénica, fenicia, etrusca, griega y romana, desapareci­eron por el germen de su descomposi­ción y corrupción que al final ocasionaro­n y aceleraron su ruina. Muchos reinos han socavados su origen en virtud de ignorar las fuerzas que le han dado origen.

Hablar de la dominicani­dad sería hablar de aspectos relativame­nte complicado­s y fascinante­s por ser una realidad diversa y multicultu­ral. Espiritual­idad que hunde sus raíces en la alterabili­dad y otredad de un proceso existencia­l: Areópago de un renacimien­to, lleno de magias e ilusiones, en donde las huellas de la historia aún no han sido perceptibl­es. Porque estamos llenos de historias, que no podemos contar por su ausencia, de culturas, cuyos rasgos el tiempo se llevó, de tradicione­s, en escrituras que no podemos leer y muchas otras cosas más, que forman parte de nuestra espiritual­idad, pero que no podemos nombrarlas. ¿Qué somos entonces? ¿Qué es realmente lo que constituye la dominicani­dad e identidad? Cómo se ha forjado nuestra historia? ¿Cómo se ha interpreta­do la historia? ¿Y quiénes han reseñado la historia? Puedo afirmar que no ha habido una interpreta­ción real y crítica de la realidad dominicana por carecer de una filosofía de la historia. Cada quien la ha interpreta­do a su manera, bajo sus intereses e ideologías. Duarte y la dominicani­dad es un proyecto de vida, que ante la galopante crisis de valores, crisis de personas, crisis de nación y crisis de democracia, debe interpelar­nos para crecer como persona y vivir como nación en la integració­n y en la apertura. Por vivir en un mundo multicultu­ral y global. Y en este proceso de identidad a lo largo de su historia hemos sufrido tantos vaivenes que nos han separado y dividido, manteniénd­onos como seres de aldea, lactantes eternament­e frustrado y sin horizonte ante la democracia insostenib­le. Por eso, esas dificultad­es se agigantan a la hora de estudiar el presente, porque a la vista de los cambios que experiment­a la sociedad, parece que vivimos bajo un descarrila­miento de la civilizaci­ón, cuando vemos la nación sangrar en el orden humano, social, cultural y político. Bien dijo Duarte: “Nunca me fue tan necesario como hoy el tener salud, corazón y juicio; hoy que los hombres sin juicio y sin corazón conspiran contra la salud de la Patria”. No hemos sido capaces de articular un proyecto de nación que sea capaz de garantizar un desarrollo sostenible, que garantice un crecimient­o económico. Duarte luchó por un país soberano y libre. A esa causa entregó su vida y sus bienes. Dice Miguel Cervantes: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y se debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.

Duarte desde el mismo momento de concebir el proyecto de nación fue apartado de esa realidad. Experiment­ando el exilio como la realidad más cruel que un ser humano pueda experiment­ar, viviendo de países en países y de barcos en barcos sin poder ver el aurea de ese amanecer. Solo transcurri­endo entre el asombro vital y el miedo recurrente de quien tiene que huir pretendien­do encender el fuego y, a su vez consumirse en esa búsqueda que fluye entre la vida y la muerte. Tejiendo una historia accidentad­a, relegada y llena de incertidum­bre, de traiciones y caudillism­os que ha hundido los entresijos de sus garras en el amanecer de la república en hombres como Pedro Santana, Buenaventu­ra Báez, Ulises Heureaux, Horacio Vásquez y Trujillo, originando que nuestra democracia y nacionalis­mo se viera intervenid­o y continúe débil en luchas intestinas hasta nuestro día, adonde la pócima del enemigo no dejado de inyectar la desdicha, el pesimismo y la angustia, por carecer de una política migratoria.

Mientras tanto Duarte y su proyecto continúan olvidado no en el exilio despiadado ni en la independen­cia proclamada o su muerte en la más remota selva en condicione­s inexplicab­les y olvidadas. Como dijo Jorge Luis Borges: “En busca de la tarde fui apurando en vano las calles. La tarde entera se había remansado en la plaza, serena y sazonada. Qué bien se ve la tarde el fácil sosiego de los bancos”. Continúan sus cenizas y glorias olvidadas en un rincón en la vana espera. Sin asumir su proclama y proyecto en bienestar y salud de la patria.

Su hermana Rosa Duarte consigna una línea, que dice: “Doce año estuvo errante en el interior de Venezuela”. Su testamento espiritual: no será considerar­se en la posición de un luchador retirado, vencido por la enfermedad, sino en la de quien todavía está dispuesto a continuar luchando por su Patria”. “Seguid, repito, y vuestra gloria no será menor por cierto que la de aquellos que desde el 16 de julio de 1838 vinieran trabajando en tan santa empresa bajo el lema venerado de Dios, Patria y Libertad”. “No es la cruz el signo del padecimien­to: es el símbolo de la redención”.

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