Diario Libre (Republica Dominicana)
José Rafael Lantigua
LA DEMOCRACIA NO ES labor de un día. Y no digo nada nuevo. Sobre su andar se levantan escollos, envilecimientos, ajustes, escamoteos, temores, trastornaduras. La construcción del “plebiscito cotidiano” exige tiempo y, sobre todo, el propósito firme de sus principales actores –los partidos políticos- de mejorar las leyes, escritas o no, que la conducen hacia su objetivo.
Apellidada como mejor convenga –representativa, participativa, parlamentaria, liberal, popular, revolucionaria- la democracia ha servido históricamente variados intereses, individuales o colectivos, o ha forjado esquemas que, al mejorarse, han supuesto la supervivencia de la sociedad donde sus ciudadanos, especialmente los que la dirigen, han buscado maneras para mejorarla y sostenerla.
La democracia norteamericana, por ejemplo, no se sostuvo desde sus inicios bajo un esquema definitivo. Por el contrario, fue superando sus debilidades para dar solidez a sus instituciones y elevar la calidad del ejercicio político que es el que sustenta todo esfuerzo de democratización de la sociedad, de sus instancias múltiples, de sus fuentes. Una de las dificultades que más dolores de cabeza ha creado al sistema democrático es la incursión en la vida política de sujetos considerados inadecuados, por ser portaestandartes de ideas extremistas, o ligados a acciones ilícitas, o con desaliños conceptuales, o forjadores de distorsiones sociales o éticas. En su tiempo, y tal vez sea un hecho que todavía sobreviva con otras dimensiones, la sociedad política norteamericana era reacia a los individuos con posiciones extremas, de derecha o de izquierda, que al ingresar a los partidos en posiciones relevantes pudiesen generar problemas que afectasen la propia realidad política y a la misma democracia que se buscaba consolidar.