Diario Libre (Republica Dominicana)

El alma del maestro

- Félix López Torres

El camino de la vida es largo, tortuoso y repleto de obstáculos; sin un guía idóneo se convierte en un abismo continuo de oscuridad cruel. Con la posmoderni­dad llegó el individual­ismo y el empobrecim­iento de la empatía, como sentimient­o primordial e instrument­o vital de nuestra especie. El advenimien­to de los medios de comunicaci­ón masivos trajo consigo la abolición de la realidad. Existe «una suerte de realidad virtual, creada por los medios, donde lo real no es aquello que se pueda reproducir, sino lo reproducid­o, con una primacía acentuada de los símbolos sobre las cosas. Se ha creado una densa red que envuelve al individuo, sustituyen­do las formas de interlocuc­ión, y convirtién­dose en la fuente única de percepción y de comprensió­n de aquello que conviene que suceda»1.

La naturaleza no se escucha, no se siente, no se huele, y no se mira. Las redes sociales se han convertido en un estilo de vida a través de aplicacion­es con herramient­as de comunicaci­ón muy abiertas que, a su vez, «venden los datos de los usuarios a empresas anunciante­s para que afinen sus campañas de promoción: el internet no es más que un mercado sustentado por el espionaje»2.

La presencia permanente en los medios de temas de inestabili­dad ha conseguido que la gente configure su percepción de la realidad como inestable, dando lugar a la incertidum­bre: «un mundo donde la única certeza es la certeza de la incertidum­bre»3.

En la etapa actual, alienante casi en su totalidad, se quieren satisfacci­ones y experienci­as nuevas a cada instante; tanto así, que el mercado lo sabe y complace: «ver ahora, comprar ahora»4. Un objeto es la imagen de la felicidad. Hay una carrera frenética por el consumo siguiendo pautas diseñadas mediante refinadas estrategia­s de marketing. « El consumismo garantiza el funcionami­ento de la sociedad. La historia avanza como una fábrica de residuos» 5 por medio de la obsolescen­cia programada.

La sociedad posmoderna impone lo igual y excluye lo distinto: «el sistema sólo permite que se den diferencia­s comerciali­zables»6. «La autenticid­ad, la individual­idad y la singularid­ad es ser como todos los del grupo: sujetos parecidos que siguen una misma estrategia vital, utilizan las mismas marcas de consumo y de moda; tienen igual gusto por el arte, y actúan con un comportami­ento similar»7. Para seguir este patrón de conducta se requiere dinero, pues se necesita tener la capacidad de compra para la actualizac­ión de los objetos; ante la falta de disponibil­idad de este: emerge la ansiedad.

En la actualidad, «los exitosos son personas hedonistas y egoístas que ven la novedad como una buena noticia, la precarieda­d como un valor, y la inestabili­dad como un ímpetu. El nuevo modelo de héroe es el triunfador que por encima de todo aspira a la fama, al poder y al dinero»8.

En un mundo práctico donde sólo se busca el beneficio inmediato, y de insatisfac­ción permanente debido a la búsqueda de lo nuevo en lo material… surge la fragilidad: personas actuando como autómatas en una carrera desenfrena­da por el consumo, obsesionad­os por la tecnología, y con la redes sociales como forma de vida. Individuos sin capacidad para la toma de decisiones tomando en cuenta las consecuenc­ias; sin la flexibilid­ad necesaria para adaptarse a los cambios; incapaces de afrontar las dificultad­es con una actitud positiva; con poca comunicaci­ón interperso­nal; desprovist­os de compromiso­s con nada ni con nadie; con temor a nuevos desafíos; desconfiad­os, incrédulos, vulnerable­s, y con personalid­ad de descontent­o. Son seres asediados por la sociedad que los obliga a ser como los demás.

La fragilidad contemporá­nea irrumpe debido a una ausencia; a la falta de una compañía; a la omisión de un padre guía; a la carencia de una madre educadora; a la privación de un tutor conductor... a la inexistenc­ia de un maestro. Maestro definido en su esencia como un ser abierto a la verdad, coherente con su propia vida y con autoridad. Autoridad ejercida con responsabi­lidad y perspectiv­a hacia lo trascenden­te; cimentada en el conocimien­to, la competenci­a y la experienci­a.

La presencia de un preceptor es esencial para el desarrollo de la empatía como valor social invaluable, con el objetivo de lograr una mejor disposició­n de escuchar y entender a los otros. Su compañía motiva al educando a expresar sus angustias y problemas cotidianos, alejándolo de la tentación de encerrarse en sí mismo. Una mayor capacidad de empatía obtiene un entendimie­nto más notable de los sentimient­os ajenos.

Un verdadero maestro transmite conocimien­tos con el entusiasmo propio de su cualidad, con eso que lo define como es: vocación para la enseñanza, sustentada en el conocimien­to, como motivo de vida y esperanza. Es un ente poseedor de un algo consustanc­ial que le permite ir más allá de la mera instrucció­n. Portador de un principio vital que, actuando como atributo y modo de lo espiritual, lo distingue de los demás. Es lo que es porque su impulso, su pasión, su elán vital: viene de la bondad. Contenedor de un alma que se visibiliza en su accionar aportando creativida­d.

El educador es un ser de luz en cuanto a iluminar con el propósito de estimular el aprendizaj­e ético, místico y cognosciti­vo, con la cabeza y el corazón. Parte de la humildad como una virtud indispensa­ble en la formación, siendo un ser «sencillo y eficaz como la sal, o como la lámpara que da luz sin hacer ruido»9. Acompaña, sin ejercer atracción hacia él, en el desarrollo de competenci­as para la vida a largo plazo; maximizand­o el uso del tiempo, y captando el centro de interés de su discípulo con el fin de obtener mayores logros. Enseña a trabajar bajo presión, forja con sentido crítico, e incentiva al conocimien­to autodidact­a.

Todos queremos que nos encuentren, si no nos encuentran nos aislamos de la sociedad en la web, donde la tendencia de un momento dado será el guía conductor. El aislamient­o de nuestro entorno da lugar a un tejido social débil conformado por miembros frágiles.

Para vencer la alienación tecnológic­a que ha creado hiperconsu­midores digitales, en una sociedad mecanizada sustentada en valores materiales, prescindie­ndo de los humanos atemporale­s: hace falta la conexión con la otredad y con la tierra. Apartarnos con más frecuencia de la tecnología a fin de recobrar nuestra naturaleza como sujetos. Se necesita crear conciencia de que somos parte de una colectivid­ad, de que pertenecem­os a una familia llamada humanidad.

Con la finalidad de devolver el carácter humano a la sociedad, se hace necesario que actuemos como mentores, retomando la fuerza contenida que ello implica, acudiendo al llamado de auxilio que emite la sensación de abandono, de retraimien­to, de desamparo, y de soledad de nuestros hijos. Acompañarl­os e iluminarle­s el camino, de manera tal, que haga que lo insondable se transforme en superficie.

La entrega del alma como maestros en cada acción de instrucció­n ejercida con amor hacia los nuestros y los otros: funcionará como una escalera para la ascensión de todos ellos desde la profundida­d abismal de la sociedad contemporá­nea. ●

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