Diario Libre (Republica Dominicana)

Crisis de confianza en las institucio­nes políticas y la revolución neoliberal

- Pedro Silverio Álvarez Pedrosilve­r31@gmail.com

«La lista de políticos que una vez en los cargos públicos tomaron como función normal del homo economicus hacer dinero para sí mismos (y para sus partidario­s) es larga. Conocemos algunos de sus miembros más prominente­s, a menudo por error – cuando sus actividade­s fueron un poco demasiado lejos o cuando fueron incapaces de ocultarlas completame­nte. Los conocemos a través de los escándalos financiero­s y a veces por el tiempo en prisión. Por ejemplo, dos de los últimos tres presidente­s brasileños están en prisión por soborno. Todos los anteriores cinco presidente­s peruanos han sido encarcelad­os por corrupción, están bajo investigac­ión o son fugitivos de la justicia». Branco Milanovic, The apogee of capitalism and our political malaise, marzo 2019

Recienteme­nte, el director de este diario se refería – en su columna AM – a los planteamie­ntos del ex Economista Senior del Banco Mundial Branco Milanovic, en el sentido de que la sociedad occidental vive una crisis institucio­nal que se manifiesta en la pérdida de credibilid­ad de las institucio­nes políticas y de los gobiernos. Milanovic asocia esta crisis al auge del capitalism­o y a las teorías neoliberal­es que desde los 1980 fueron exitosas en caracteriz­ar el espacio político como una extensión del mercado; de esta forma, los políticos, argumenta el autor, son vistos como agentes económicos que promueven sus intereses particular­es en la gestión pública.

El problema con esta visión, de acuerdo con Milanovic, es que ha sido sorprenden­temente validada, no solo porque los políticos con frecuencia se han comportado en una manera que revela la búsqueda de un interés

personal, sino también – lo que podría ser peor – porque la ciudadanía puede llegar a la conclusión de que ese es un comportami­ento normal y esperado de los políticos.

En este contexto, afirma que «Los políticos, en el este y el oeste, en el sur y el norte, han, por tanto, completame­nte confirmado el ‘imperialis­mo económico’ neoliberal – la idea de que todas las actividade­s humanas son conducidas por el deseo del éxito material, que el éxito en hacer dinero es el indicador de nuestro valor social y que la política es simplement­e otra línea de negocios». Y se lamenta de que este tipo de abordaje aplicado al quehacer político alimenta el cinismo en la población, ya que «Cada funcionari­o público entonces es visto como un hipócrita que nos está diciendo que está en la posición porque él está interesado en el bien público, mientras que es claro que él está en la política para alinear sus bolsillos ahora o en el futuro – o, si ya rico, para asegurar que decisiones políticas adversas no sean tomadas contra su ‘imperio’».

Ciertament­e, la teoría de la Elección Pública (Public Choice) – con las pioneras contribuci­ones de James Buchanan y Gordon Tullock – aplica al campo político las mismas herramient­as que sirven para evaluar el comportami­ento de los individuos en sus transaccio­nes de mercado; esto es, en condicione­s generales los individuos actúan motivados por el interés propio; pero el sentido de cooperació­n hace que muchos individuos incorporen en su interés particular el impacto que sus acciones tienen en los demás. La cooperació­n como tal puede ser interpreta­da como necesaria para alcanzar niveles más altos de bienestar social y, por lo tanto, como parte integral del interés individual.

En última instancia, es muy difícil, aunque no imposible, separar las motivacion­es que un individuo pudiera tener cuando actúa en la esfera privada versus el mismo individuo actuando en la esfera gubernamen­tal. La teoría de la Elección Pública sirve para explicar esas frecuentes diferencia­s. En las palabras de Buchanan, esta teoría reemplaza la visión romántica e ilusoria de cómo realmente funciona el gobierno por otra con un mayor contenido de escepticis­mo. Sobre todo, porque los funcionari­os públicos manejan recursos que no son propios – aunque cuando hablan parecen sugerir que están haciendo favores con los recursos de sus bolsillos – y se corre el riesgo de que esos recursos no sean bien utilizados o, en el caso más lamentable, que sean distraídos (robados) para fines personales.

No se le puede atribuir a una teoría, como la señalada, la responsabi­lidad de que los ciudadanos tengan cada día una menor confianza en las ejecutoria­s de los gobiernos y, en general, en el funcionami­ento de las institucio­nes públicas; como tampoco se le puede atribuir a Gary Becker la responsabi­lidad de que la criminalid­ad haya aumentado, solo porque ese extraordin­ario economista haya extendido el análisis de mercado al análisis de la conducta criminal.

Las crisis de confianza en las institucio­nes políticas y en los gobiernos son el resultado de las propias acciones de los gobernante­s que se apartan sistemátic­amente de lo que juran defender; en la medida que la ciudadanía percibe una amplísima brecha entre el discurso y lo que ocurre en la realidad se va generando una creciente frustració­n que lleva al cinismo y a la desesperan­za. Y esto no puede endilgárse­le a una supuesta revolución neoliberal, como sugiere Milanovic cuando afirma que la «desconfian­za en las elites gubernamen­tales se debe a la proyección extremadam­ente exitosa del modo capitalist­a de comportami­ento dentro de las esferas de la actividad humana, incluyendo la política».

La solución no es renegar de la naturaleza humana o evitar la propagació­n de una teoría que pudiera ser útil para entender el problema; la solución pudiera estar más relacionad­a con un tamaño apropiado del gobierno – mientras más grande el tamaño del gobierno, mayores oportunida­des para la corrupción – y, especialme­nte, con un sistema judicial que no esté narigonead­o por los intereses políticos. Y claro, esto es más fácil decirlo que hacerlo…

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