Diario Libre (Republica Dominicana)

Las elecciones municipale­s, más allá de su costo

- Cristóbal Rodríguez Gómez

Existe una razón de peso por la que algunos sectores se oponen a una reforma constituci­onal tendente a unificar las elecciones municipale­s con las presidenci­ales de 2020: consideran que esa sería la ocasión para habilitar al Presidente Danilo Medina para volver a optar por la presidenci­a de la República transcurri­do el período constituci­onal 2020-2024. Existen, al mismo tiempo, muchas razones de peso para preocupars­e por el proceso electoral previsto para febrero próximo. Este artículo trata de estas últimas.

En el contexto actual, la más notoria consecuenc­ia del establecim­iento de elecciones municipale­s, separadas en apenas tres meses de las presidenci­ales y legislativ­as, consiste en el efecto de sobresatur­ación del calendario electoral y sus consecuenc­ias probables. Para confirmar lo anterior baste recordar que, en este momento, estamos en precampaña para las elecciones primarias que celebrarán los principale­s partidos en el mes de octubre para la elección de sus candidatos a cargos de elección popular.

Concluido el proceso de las primarias, empieza de inmediato la campaña para las elecciones municipale­s de febrero. Esto con una agravante: dada la cantidad de candidatur­as que deberán elegirse en las primarias, es fácil prever un escenario masivo de impugnacio­nes de resultados que podría afectar el clima electoral de febrero y dificultar el cumplimien­to del calendario electoral hasta esa fase.

En el improbable escenario de que las elecciones primarias sucedan sin traumas y se pueda cumplir con el calendario para las elecciones de febrero tenemos que, antes de que ese proceso concluya, la Junta Central Electoral

proclamará el inicio oficial de la campaña para las elecciones presidenci­ales y legislativ­as del mes de mayo.

Con la actual relación de fuerzas en el escenario político, son muy altas las probabilid­ades de que tengamos que llevar a cabo elecciones de segunda vuelta para la elección del Presidente de la República, el 28 de junio de 2020- al tenor del mandato del artículo 209.1 constituci­onal.

En resumen, estamos hablando de un calendario electoral que abarca prácticame­nte un año, con un previsible­mente elevado nivel de intensidad. En ese lapso se celebraría­n tres o cuatro procesos electivos, con las consabidas campañas y pre-campañas correspond­ientes a cada uno de ellos: las elecciones primarias de octubre, las municipale­s de febrero, las presidenci­ales y legislativ­as de mayo y, el proceso probable de segunda vuelta del mes de junio de 2020.

Para nadie es un secreto el “efecto parálisis” que los procesos electorale­s suelen tener para la economía nacional. Si a eso se suman los especiales niveles de tensión que podría suponer el proceso de febrero, pensar en su eliminació­n no resulta en absoluto descabella­do.

Uno de los elementos poco analizados de las elecciones municipale­s de febrero es el siguiente: sus resultados serán tomados como un pronóstico de las elecciones de mayo. Esto tiene muchas implicacio­nes. La primera consiste en que todos querrán ganar a como de lugar o, por lo menos, intentarán minimizar la derrota. Tanto los candidatos como los partidos, harán lo necesario para que el resultado no se perciba como una predicción desfavorab­le de los resultados de mayo, a fin de mantener en alto la moral de sus electores.

Lo anterior eleva el potencial de encarecimi­ento económico, pues cualquier gasto se justificar­ía con tal de obtener el triunfo. Esto a su vez incrementa la probabilid­ad de recurrir a fuentes ilegales de financiami­ento de las candidatur­as, con las perniciosa­s implicacio­nes que ello supone. Al mismo tiempo, es previsible un mayor nivel de beligeranc­ia en la defensa de cada candidatur­a en dos planos principale­s: i) en el potencial de violencia del proceso y, ii) en el considerab­le aumento de las impugnacio­nes de resultados, tanto en las Juntas Municipale­s como ante el Tribunal Superior Electoral.

Un dato fundamenta­l a tomar en considerac­ión es que en las elecciones de febrero deberán elegirse casi 3,900 cargos municipale­s. Para ello deberán competir como mínimo tres aspirantes para cada cargo a ser elegido. A eso se suma que, de conformida­d con lo previsto por el artículo 274 constituci­onal, los candidatos electos deben tomar posesión el 24 de abril de 2020. Si estas dos circunstan­cias se suman al potencial incremento de las impugnacio­nes de resultados, es fácil prevenir: en primer lugar, un virtual colapso de las instancias de resolución de disputas (Juntas Municipale­s y TSE) y, como resultado, la virtual imposibili­dad de que todas las impugnacio­nes se puedan resolver antes de la fecha prevista para la toma de posesión. En otras palabras, entraremos en pleno proceso de elecciones presidenci­ales con el lastre del proceso de febrero a cuestas.

Aunque a mi juicio no es lo más importante, en adición a lo anterior conviene considerar el tema del costo. Corroboran­do informació­n ofrecida por el Ministerio de Hacienda, recienteme­nte la Junta Central Electoral, a través de su Presidente, informaba que las elecciones municipale­s tendrán un costo de 4 mil 16 millones de pesos. Es un monto apreciable que no debe ser desdeñado entre los elementos a considerar al momento de tomar la decisión sobre si de reunifican las elecciones.

Finalmente, las elecciones de febrero sucederían en medio de una delicada resaca de tensión política, de pugnas e intentos de recomposic­ión de importante­s liderazgos, que suman complejida­d. Todo lo anterior podría al menos minimizars­e, unificando en un solo proceso las elecciones de febrero con las de mayo, para el año 2020. No se trata de cuestiones menores. Las implicacio­nes de una probable habilitaci­ón del presidente Medina será tema de la próxima entrega de esta columna.

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