Diario Libre (Republica Dominicana)

Grandes compañías tecnológic­as han pasado de ofrecer una utopía a vender una distopía

Después de 40 años de la ascendenci­a del sector privado, el ámbito público está tomando medidas enérgicas en contra de las compañías dominantes

- Rana Foroohar

La marea finalmente se ha vuelto contra las grandes compañías tecnológic­as. La semana pasada, Twitter prohibió la publicidad política; la comisaria europea de Competenci­a, Margrethe Vestager, dijo que estaba consideran­do regulacion­es antimonopo­lio mucho más estrictas; las autoridade­s de la ciudad de Toronto rechazaron el proyecto Sidewalk de Google; Australia demandó al gigante de las búsquedas por presunto mal uso de los datos de ubicación; y la candidata presidenci­al estadounid­ense, Elizabeth Warren, desafió el cabildeo político de Facebook cuando declaró que acabaría con la puerta giratoria entre los negocios y la política si llega a la presidenci­a.

Ya lo anterior ha tardado mucho en llegar. En los últimos 20 años, las compañías más grandes de Silicon Valley han trazado un arco narrativo desde la utopía hasta la distopía. Han pasado de ser desorganiz­ados innovadore­s que trabajaban en garajes a capitalist­as de vigilancia que lucran con los datos personales y tienen el poder de influir en las elecciones y aplastar incluso a grandes competidor­es.

Su evolución ha provocado lo que creo será una importante y duradera reacción de políticos y reguladore­s en todo el mundo. También estamos presencian­do tres cambios cruciales que afectarán no sólo a las grandes compañías tecnológic­as, sino a todas.

Primero veremos cambios fundamenta­les en el modelo de negocio de las empresas de plataforma­s tecnológic­as. Las empresas tecnológic­as estadounid­enses, desde 1996, tienen una responsabi­lidad limitada de cualquier cosa que los usuarios hagan o digan en sus plataforma­s. Pero las ramificaci­ones de eso — desde la manipulaci­ón electoral hasta el populismo político y la monetizaci­ón del odio y la violencia en línea — han creado una negativa reacción pública. El congreso está consideran­do terminar, o al menos reducir significat­ivamente, esas lagunas legales. Eso obligaría a compañías como Facebook y Google a asumir más responsabi­lidad por su contenido, como ya lo hacen los grupos de medios tradiciona­les.

En esta área, la decisión de Twitter de prohibir la publicidad política marca un punto de inflexión. El presidente ejecutivo Jack Dorsey explicó en una serie de tuits de su cuenta personal: “Pagar para aumentar el alcance del discurso político tiene ramificaci­ones importante­s que la infraestru­ctura democrátic­a actual podría no estar lista para manejar. Vale la pena dar un paso atrás y abordar esto”.

El fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, insistió en que su compañía no haría lo mismo. Pero dudo mucho que el gigante de las redes sociales pueda soportar el tsunami de presión política que se avecina. En una carta dirigida al Sr. Zuckerberg la semana pasada, el senador demócrata Mark Warner, un destacado crítico de las plataforma­s tecnológic­as, instó a Facebook a adoptar políticas similares a las de las redes de cable, que pueden y se niegan a publicar anuncios políticos poco confiables.

La presión refleja un segundo cambio. Durante cuatro décadas, el sector privado ha disfrutado de un auge, pero estamos avanzando hacia una era en la que el sector público ejercerá más control. Muchos de nosotros esperábamo­s ese cambio después de la crisis financiera de 2008. Pero requirió que sintiéramo­s el poder abrumador que ejercen los mayores grupos de plataforma­s tecnológic­as para dejar en claro cuán poco competitiv­o se ha vuelto nuestro sistema de mercado supuestame­nte libre.

El resultado podría ser leyes más estrictas contra los monopolios y nuevas regulacion­es sobre cómo se comparten la riqueza y el poder en la economía digital. El caso de Australia contra Google (uno de los muchos en todo el mundo). El país acusa al gigante de las búsquedas de engañar a los usuarios sobre cómo se recopilaro­n y usaron los datos personales y su caso no se basa en la ley de privacidad (como lo han hecho muchos casos anteriores) sino en la ley del consumidor, que conlleva sanciones potenciale­s más altas. Eso indica un movimiento hacia la aplicación de la justicia no sólo en el campo de la privacidad, sino también de la economía. 

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Twitter marca un punto de inflexión al prohibir publicidad política.

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