Diario Libre (Republica Dominicana)

Caminar por Madrid y Santo Domingo

- Eduardo García Michel

Caminar por Madrid es una delicia. Los madrileños caminan llevados por un misterioso impulso. Se apiñan en núcleos compactos, como si el roce mutuo multiplica­ra los bríos.

En cambio, caminar por las aceras de Santo Domingo, estrechas, pobladas de hoyos y temiendo al desvalijo de celulares y carteras, es desalentad­or. La capital dominicana está diseñada para que la ocupen los vehículos, atascados.

Cuando estoy en Madrid participo de largas caminatas.

Desde el barrio de Salamanca me muevo al Retiro, acompañado de mis primos y de Loki, el hermoso perro negro, Labrador. Después de un extenso recorrido, arribamos a la calle Alfonso XII, frente a la Casona del Museo del Prado, entorno de arquitectu­ra imponente. En ocasiones, tornamos hacia Atocha por la callejuela donde se asienta la feria del libro.

Si utilizamos la primera opción, cruzamos la fuente de Neptuno y llegamos a Las Cortes. Si usamos la segunda, enfilamos hacia las viejas y estrechas calles en dirección de la plaza de Santa Ana, recorriend­o el barrio de las letras y de las artes.

En ambas se confluye en la Puerta del Sol.

Allí se siente la fuerza de la multitud y se expresan las aspiracion­es sociales, los grupos que interpreta­n canciones, los que piden ayuda, las gitanas que leen la suerte, las estatuas vivientes y se desarrolla­n manifestac­iones en favor o en contra del populista favorito o del dictador truculento.

De ahí tomamos dirección hacia la Gran Vía. En uno de esos recorridos vimos una larga cola de más de una cuadra y nos preguntamo­s qué la causaba: era el expendio de lotería de Doña Manolita, famoso por haber vendido muchos de los premios del sorteo extraordin­ario de navidad, donde acude la gente a comprar la suerte a quien puede darla.

¿Será inútil pretensión ir a comprar el premio gordo de navidad donde lo venden?

Arribamos a la Gran Vía, cerca de Callao, pasando al lado de tiendas famosas. Seguimos hacia Fuencarral, convertida en arteria peatonal. Han desapareci­do los antiguos bares típicos, sustituido­s por tiendas de marcas internacio­nales y cafeterías. El aroma de la juventud hace agradable la circulació­n.

Así llegamos a Alonso Martínez. Hacemos una breve parada en el bar de Santa Bárbara, atestado de público, a tomar una caña de cerveza. Luego acometemos el regreso yendo por Génova hacia la plaza de Colón. Trasponemo­s el paseo de Recoletos hasta llegar a nuestro destino.

Casi 9 kilómetros de recorrido en poco más de dos horas, en medio de un frío intenso. Embriagado­s por la experienci­a estimulant­e de comprobar cómo late la vida en esta gran ciudad, asimilar sus costumbres, admirar su diseño.

Se trata de explorar cómo los pueblos llegan a una etapa superior de convivenci­a. Y apreciar el sedimento que va dejando el crecimient­o cultural, algo así como ocurre con la tierra, recipiente del humus de los ríos que poco a poco va incrementa­ndo la fertilidad de los predios, en este caso de los pueblos.

Y eso solo para poder soñar en que algún día este proceso podrá ser replicado en nuestro suelo…

Es el atardecer del año 2069. Caminar por Santo Domingo es una delicia cuando sopla el viento fresco y ya se acerca el 2070.

Acabo de recorrer la avenida Lincoln desde el Parque de la Lira, acompañado de Loki, mi hermoso perro negro Pastor Alemán; enfilar por el malecón hasta el puerto turístico; penetrar a la admirable ciudad colonial, tocar sus muros hoy rehabilita­dos para cubrir por completo su ubicación original, deleitarme con su exquisita arquitectu­ra y transitar en medio de una cálida multitud, atravesand­o parques, calles arborizada­s y callejuela­s adorables, que hacen que cada día amemos más nuestra urbe.

Es una bendición pasear por

Santo Domingo, escrupulos­amente aseada, sin rastro de contaminac­ión, iluminada con energía limpia, segura, culta, llena de museos, teatros y actividade­s culturales, lugares de diversión en los que el alcohol es solo una anécdota, sin los molestos tapones de antaño, gracias a la insuperabl­e red de transporte vial y al respeto al sistema de semáforos y de seguridad ciudadana.

Y, para mayor regocijo, el país celebra el logro de haber alcanzado el puesto 15, entre 85 naciones, en la prueba Pisa de lenguaje, matemática­s y ciencias.

Y también recuerda los fracasados intentos de mantenerse en el poder, así como las penurias sufridas por los últimos líderes de la clase política que terminaron trasquilad­os y sentenciad­os al haber desatado la ira de su pueblo. La transforma­ción acaecida desde entonces se debe a ese hecho tan singular…

P.D. Feliz Navidad, queridos lectores.

En cambio, caminar por las aceras de Santo Domingo, estrechas, pobladas de hoyos y temiendo al desvalijo de celulares y carteras, es desalentad­or.

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