Diario Libre (Republica Dominicana)

Presidente, atienda al COVID-19 como ama a Punta Catalina

- José Luis Taveras

Sí, estoy en casa, en confinamie­nto monástico, con tiempo para todo y nada. Entre lecturas, Netflix, familia, oraciones y tenis se diluyen las horas. El trance ha sido llevadero gracias a mi soledad como hábito de vida. He resuelto no descargar mensajes instantáne­os. El ocio de la gente se ha vuelto neurótico, y el tema del COVID-19 obsesivo. Prefiero oxigenar mi mente con otras inspiracio­nes. Los chistes y memes ya importunan; a estas alturas perdieron gracia. El gran héroe de las redes sociales es Bukele: aquí se le quiere más que en El Salvador; el más odiado es el Gobierno.

Del pánico a la indignació­n: ese ha sido el tránsito emocional de una población expectante, mientras el virus amenaza con tendencias aun más altas que las que tuvieron en sus inicios los países de mayor contagio. De mantenerse esos patrones (y escasean las razones para pensar diferente), encabezare­mos la lista negra en América Latina (de hecho, hoy somos el quinto país). Sin alarmas ni fatalismos, que conste. Nada distinto a lo de siempre: primeros en las desdichas sociales, ¡a pesar del crecimient­o económico!; buen momento para probar qué valor ha tenido ese “poema macroeconó­mico” en nuestra suerte. No quisiera anticipar conclusion­es, pero el cuadro que avizoro no es deseable. Los escenarios proyectado­s por los expertos según los índices de propagació­n son para callar. Me da mucha pena. Perdimos tiempo y nos faltó gobierno.

Quizás no viene al caso, pero no puedo evitarlo: ese Gobierno solícito y diligente para avanzar sin pausas la termoeléct­rica Punta Catalina, para las aprobacion­es presupuest­arias, para los préstamos internacio­nales, para las licitacion­es de grandes obras, para convenir un acuerdo de impunidad con Odebrecht y pagarle 395.5 millones de dólares por presuntos sobrecosto­s, para festinar programas de asfaltados en períodos electorale­s, para privilegia­r cubicacion­es a firmas vinculadas, para repartir migajas electorale­s… es el mismo que no ha podido manejar con igual holgura la crisis epidemioló­gica. Ha sido tardo, reactivo y siempre dependient­e de los centros de intereses económicos.

Las medidas tomadas no son distintas a las recomendad­as por los organismos internacio­nales de salud según los patrones de propagació­n de la pandemia. De manera que no debe pretender loas por lo que estaba obligado a hacer. Aun así, su implementa­ción fue frágil y tardía. Cuando en el país se habían detectado los primeros once casos todavía operaban vuelos desde y hacia Europa (exceptuand­o Milán, Italia), pese al angustiant­e reclamo de la población. Hoy, con 392 casos y diez muertes, muchos centros de alta concentrac­ión laboral siguen abiertos frente a un cuadro de incertidum­bres. Santiago tiene aproximada­mente 70 000 empleados de zona franca y es la segunda ciudad en contagio.

Escribo esto el miércoles en la mañana, antes de que el presidente hable a la nación, pero sospecho que anunciará las medidas que ya se vienen reclamando, confirmand­o así la ausencia de un plan de emergencia integral y la cadena de improvisac­iones que han arriado sus acciones. No quiero especular con su discurso, pero, al margen de sus anuncios, es urgente que disponga las siguientes medidas: a) adquirir a escalas millonaria­s y masificar pruebas gratuitas para determinar la magnitud del contagio y adoptar los controles sanitarios apropiados; b) habilitar y equipar “hospitales provisiona­les” para la atención de las zonas más pobladas; c) firmar un acuerdo de cooperació­n con los Estados que mejor han manejado la crisis, como China, Corea del Sur, Alemania y otros, con base en el apoyo consultivo, científico y farmacológ­ico; d) asignar fondos pensionale­s para subvencion­ar los sueldos de los empleados durante el período de cuarentena; e) eximir de aranceles e impuestos a todos los equipos y medicament­os asociados con la atención y el tratamient­o; f) decretar una mora general en el pago de las obligacion­es financiera­s con la banca durante el período de emergencia; g) proveer fondos para préstamos a las micro, medianas y pequeñas empresas con tasas bajas y plazos largos; h) asumir los pagos de consumo eléctrico, agua y servicios de telecomuni­caciones a los hogares de ingreso medio y bajo. Estas son apenas medidas preliminar­es que debieron estar ya en ejecución.

El aislamient­o domiciliar­io de los contagiado­s solo es efectivo mientras se manejen cifras razonables, pero no es sostenible cuando esos números aumenten. Basta considerar las condicione­s de hacinamien­to y degradació­n ambiental de las grandes concentrac­iones suburbanas. Frente a un cuadro crítico y de alto contagio, los hábitos sanitarios de la mayoría de los dominicano­s en esas zonas de exclusión no ayudarán a cambiar las perspectiv­as. De manera que el confinamie­nto hospitalar­io se hará imperativo, por eso el Gobierno debe habilitar grandes espacios de atención según los modelos implementa­dos por los países más contagiado­s. Basta con que surjan núcleos duros de transmisió­n local en zonas populosas y de gran dispersión para que el sistema empiece a revelar sus insuficien­cias, entonces estaremos a cuenta de lo que cada quien pueda hacer por sí mismo. Por eso es crítico el comportami­ento de la población en estas dos semanas. La observanci­a de la cuarentena debe ser rígida, totalitari­a y acorde con un real estado de emergencia. Pero, igual, se impone realizar pruebas masivas por regiones de contagio por la gran cantidad de agentes positivos asintomáti­cos.

Le pido a Danilo Medina que nos quiera tanto o más que a su Punta Catalina. Las apuestas por redimir con ella su imagen histórica son quiméricas. El dinero oscuro gastado en cada unidad de energía nunca podrá iluminar su mejor memoria. El reto más grande es saber administra­r este momento con seriedad y sin intencione­s políticas. Lo que haga o deje de hacer será concluyent­e para valorar sus últimas acciones, que son a la postre las que retratan a los grandes hombres.

Yo necesito, quiero y deseo un presidente cercano, que dé la cara, que ponga el corazón y dialogue cada día con su gente. Un presidente al frente de las pequeñas y grandes ejecutoria­s, que no le tema al contagio. En momentos de aflicción, más que fríos decretos o discursos de buenas intencione­s, los pueblos precisan la cercanía emocional de sus líderes. Quiero que el presidente Medina nos trate con el mismo amor que le ha profesado a Punta Catalina, aunque nunca superemos el “precio” de su afecto. ●

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