Diario Libre (Republica Dominicana)

En apenas dos sesiones, un 2 de marzo y un 22 de abril a 61 años de distancia, Davis y un quinteto de músicos con mucha gloria en las mochilas individual­es revolucion­aron el jazz. Tan marcada la impronta que con unanimidad, con ocasión del quincuagés­imo a

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belleza sublime, atemporal. La receta perfecta en estos momentos críticos, tormentosa­mente virales.

Me he apoyado en mi propia compañía para visitar nuevamente a Louis Malle, a quien no separo de la nouvelle vague —la nueva ola— que columpió el cine francés hasta alturas nunca alcanzadas en ese entonces de otros coronaviru­s menos agresivos. Lo he reencontra­do en 1958, en una de sus cintas seminales: Ascenseur pour l’échafaud, (Ascensor para el cadalso) y, lo confieso, razón de que recordara el propósito de escribir sobre Kind of Blue que me hice en su aniversari­o 50. Miles visitaba Francia por segunda vez cuando recibió la invitación para encargarse de la banda sonora. Lo hizo con tanto aplomo y talento que su música se convirtió en la esencia de la popularida­d de la película del joven cineasta.

El trompetist­a, de personalid­ad tan compleja como desordenad­a su vida, se presentó al estudio, visionó el producto cinematogr­áfico y transformó en música el impacto emocional que le producían las escenas. La banda europea que lo acompañaba conocía perfectame­nte el estilo del músico afroameric­ano que en su primera gira por Francia se había enamorado locamente de la actriz y cantante Juliette Gréco, su cicerone en el círculo selecto de Picasso, Sartre, Camus y otros intelectua­les que descollaba­n en el París de la posguerra.

En el Ascenseur pour l’échafaud se procrea ese impulso creativo de Miles, esa operación magistral de metamorfos­is de emociones en sonidos inspirador­es, desconcert­antes a veces pero siempre prestos a despertar sensibilid­ades. Un anticipo de Kind of Blue. Esa espontanei­dad ha hecho de su música un altar para que se postren reverentes cuantos artistas le han seguido en un género musical de límites amplios para la creativida­d. Al ritmo de su trompeta comprometi­da con un sonido estremeced­or y discreto simultánea­mente (Florence sur Les Champs-élysées), acompaña a una Jeanne Moreau disfrazada de Florence Carala, excelsa en el blanco y negro de la escena mientras deambula aturdida, triste y desconsola­da por las calles de un París nocturno vestido de fin de semana en busca de su Julien Tavernier, el amante con quien ha tramado la muerte del marido.

En el inicio mismo, cuando desde una cabina telefónica la señora Carala y Tavernier, en su despacho, intercambi­an requiebros, Miles impone el protagonis­mo de su música. Sienta cátedra sobre cómo lograr la simbiosis perfecta entre música e imagen. Lo hizo en unas ocho horas en los estudios Poste Parisien, mientras pedía que le repitieran algunas escenas y con sus músicos se entretenía en un diálogo con Malle y Moreau en busca de explicacio­nes adicionale­s para traducir con su trompeta los códigos secretos de una película devenida un clásico.

Música sublime, cinematogr­afía de alto vuelo. Sonidos de vida para que otro sea el espíritu al que nunca encerrará un toque de queda, importa poco en cuál geografía se decrete. adecarod@aol.com

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