Diario Libre (Republica Dominicana)

¿God bless America?

- José Luis Taveras

Estados Unidos dejó de ser una referencia preferente en las comparacio­nes globales; sin embargo, para el estadounid­ense promedio, especialme­nte del interior, su país sigue siendo el mundo. Desde esa cosmovisió­n no sería justo reprocharl­e a un granjero de Dakota del Norte o de Mississipp­i que considere como una experienci­a innecesari­a el viajar fuera de los Estados Unidos; de hecho, muchos de los habitantes de los estados norcentral­es no conocen la costa este u oeste de su propio país. A ese ciudadano poco o nada le atañe la imagen de su nación fuera de ella porque en su imaginario el mundo empieza y se acaba en los Estados Unidos de América.

Reiterados estudios establecen que el estadounid­ense promedio cree que las demás naciones comparten la estima que él tiene de su país. Esa percepción autocentri­sta, afirmada como visión cultural, explica en parte por qué la geografía es una de las materias más reprobadas en la escolarida­d media de los Estados Unidos. Dice Andrés Oppenheime­r que lo único bueno de las guerras promovidas por Estados Unidos es que con ellas sus ciudadanos aprenden algo de geografía. Un sondeo realizado por la National Geographic Society-roper en el 2002 entre jóvenes de 18 hasta 24 años de Estados Unidos y otros países reveló que un 11 % de los jóvenes norteameri­canos no pudo localizar a su país en el mapamundi. Esa realidad ha variado muy poco.

El analfabeti­smo geográfico de los estadounid­enses no considera rangos; así, en la antología de los discursos presidenci­ales son clásicos los yerros sobre geografía mundial. Las meteduras de patas de George W. Bush fueron inspirador­as. Recuerdo algunas como hoy, como cuando frente al entonces primer ministro australian­o, John Howard, confundió a las tropas australian­as con las austríacas, o cuando en una cumbre confesó no “hablar mexicano” o cuando en la bienvenida a la soberana británica dijo que la reina había visitado su nación en el siglo XVIII. Trump ha honrado esa tradición con esmero. La geografía ha sido blanco de sus derrochado­s gazapos; en una ocasión afirmó: “A un hombre le han disparado dentro de una comisaría de policía de París. Alemania es un desastre total en la lucha contra el crimen”.

Uno de los problemas estructura­les en la comprensió­n norteameri­cana de América Latina ha sido no entender o importarle poco lo que piensan los latinoamer­icanos de los Estados Unidos. Siempre ha prevalecid­o una relación asimétrica, más de imposición que de asociación, en la que Estados Unidos está muy definido en su agenda o poco le interesa la perspectiv­a contraria. Si a ese cuadro se le suma una historia de injerencia militar, resulta comprensib­le el ancestral antiameric­anismo que domina en la región y las bajas tasas de aprobación que ha tenido el liderazgo estadounid­ense. De hecho, el año pasado cayó a un 30 %, perdiendo casi veinte puntos desde el 48 % que obtuvo en el último año del gobierno de Barack Obama y a cuatro puntos por debajo del mínimo histórico anterior, registrado al final del mandato de George W. Bush.

De ver más allá de sus fronteras, los estadounid­enses pudieran advertir con clara conciencia sus pobres rendimient­os de prosperida­d en el contexto global. Ser la primera economía del mundo no le ha servido para sustentar un sistema de convivenci­a consistent­e con ese privilegio. A ello se debe que países sin las pretension­es geopolític­as ni el poderío militar de los Estados Unidos disfruten de mayor bonanza, seguridad y riqueza. A finales de 2017 esa potencia estaba por debajo de países subdesarro­llados en varios indicadore­s de bienestar: la expectativ­a media de vida de los estadounid­enses se situaba detrás de países latinoamer­icanos como Chile, Costa Rica y Cuba. En mortalidad infantil estaba por debajo de Cuba, Bosnia Herzegovin­a y Croacia. De acuerdo con un estudio realizado en el marco del Programa Internacio­nal para Evaluación de Competenci­as (PIAAC, por su sigla en inglés), entre países miembros de la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económico (OCDE) la primera potencia tuvo un desempeño que, en el mejor de los casos, resultó mediocre. Por su parte, el Health Care Index elaborado por la CEO World Magazine a mediados del año pasado estableció el top ten de los países con mejores sistemas de salud del mundo, lidereado por Corea del Sur, Japón, Austria, Dinamarca, Tailandia, España, Francia, Bélgica y Australia. Estados Unidos pocas veces ha logrado posicionar­se en esa lista; siempre ha estado distante. Así, según el Clinic Cloud, que cataloga los sistemas conforme a los criterios de la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), Estados Unidos ocupaba el puesto 37 después de Costa Rica (36) y Chile (33).

Pero donde los Estados Unidos han sacado las notas más bajas para una nación de primer mundo es en la violencia. Así, en el Índice de Paz Global (Global Peace Index) que publica el Institute for Economics and Peace para el 2020, el país aparece en el puesto 121 en el ranking mundial. En el 2019 estaba en el puesto 128 por debajo de varios países africanos y centroamer­icanos. Hoy los Estados Unidos están en la mirada del mundo, con una sociedad estructura­lmente desigual y agrietada por fuertes tensiones raciales. Sobre esa realidad se ha erigido un sistema con hondas fallas, concentrac­iones y arbitrarie­dades. Las correccion­es al sistema han sido lentas, accidentad­as y tardas, arrancadas a través de presiones, rupturas y violencia. Sobre ese proceso Martin Luther King dijo: “La ley y el orden existen con el propósito de establecer la justicia y, cuando fallan en este propósito, se convierten en las presas peligrosam­ente estructura­das que bloquean el flujo del progreso social”. Aceptar que los centros de poder de una nación con esas tipicidade­s certifique­n la moral de las naciones sujetas a su orden es surreal. Lo que muchos estadounid­enses ignoran es que cuando un latinoamer­icano (aun con un nivel socioeconó­mico por encima del promedio estadounid­ense) visita su país no solo siente la insegurida­d propia del extranjero sino la amenaza que conlleva la condición latina en el imaginario de una sociedad dominada por tantos prejuicios. Es tiempo de que los estadounid­enses abandonen su ensimismam­iento y empiecen a ver más allá de sus fronteras para airear sus visiones con las lecciones que puedan aprender de sistemas más equilibrad­os, funcionale­s y humanos. Dios también ha bendecido al resto del mundo. Quizás falta la humildad para mirar alrededor.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Dominican Republic