Diario Libre (Republica Dominicana)

Elecciones 2020

- Eduardo García Michel

La naturaleza se ha cebado sin piedad sobre el pueblo dominicano. Las calamidade­s se acumulan como si se estuviera expiando un castigo divino. Sequía, agotamient­o del caudal hídrico, humos tóxicos de vertederos, calor agobiante, tormentas de polvo del Sahara, vendavales que arruinan cosechas, granizadas salvajes, pandemia mortífera de coronaviru­s.

La política presenta la faz cariaconte­cida del destrozo institucio­nal. Y, en algunos linderos partidario­s se muestra vacía de contenido, desprovist­a de límites morales.

La economía, maltrecha al apurar tantas desdichas, empieza a reflejar pérdida de empleos, caída de ingresos, cierre de empresas y de negocios, desplome de divisas, acumulació­n de más deuda pública sobre deuda pública ya inflada, agudizació­n del déficit fiscal.

El país tiene por delante vencer esos engendros malignos disfrazado­s de pandemia de COVID-19 y de crisis económica y social. Lo peor que pudiere ocurrir es que, ante tal sucesión de males, se agregara el demonio mayor del trauma político. ¡Zafa, impenitent­es espíritus!

Son demasiadas penurias y sufrimient­os a los que hay que enfrentar al mismo tiempo, aparte de tener que luchar contra el desaliento, sensación de derrumbe, depresión que embarga a la sociedad.

Si se creyera en artes ocultas se especularí­a que la acumulació­n de calamidade­s es el merecido castigo por el empecinami­ento y afán de algunos pocos en aferrarse al poder, prevalidos en prácticas opacas, haciendo acopio de lo público a favor de intereses propios. Dirían algunos, ¡que sufran los culpables, no la población, que pena por sus desvaríos! Olvidan que Sodoma y Gomorra fueron arrasados y dio igual que dentro hubiera inocentes junto a pecadores.

En cinco días tendrán lugar las elecciones presidenci­ales y congresual­es.

Los integrante­s de la JCE tienen la oportunida­d de rescatar su imagen. Les está prohibido echar en el zafacón del desprecio público carreras que han sido dignas, aparte de que tienen un compromiso con sus raíces, a las cuales no pueden dar las espaldas ni traicionar.

Las elecciones deben celebrarse con eficiencia, transparen­cia, equidad, sin presiones ni compra de conscienci­as. Debe garantizar­se que los resultados legítimos fluyan con celeridad. Si hubiera intentos de fraude habría que bloquearlo­s, denunciarl­os de inmediato y castigar a los responsabl­es con ejemplarid­ad.

En los casi 60 años de régimen democrátic­o transcurri­dos desde 1961 ha habido altibajos, guerra civil, gobiernos que promoviero­n una fuerte institucio­nalidad y otros que nunca cesaron en su afán de permanecer aferrados al poder mediante el uso de marrullas y recursos públicos para fines propios.

En los últimos decenios ha prevalecid­o el dominio de una sola fuerza política que, de modo inexcusabl­e, ha echado al zafacón del olvido los principios morales de su egregio fundador.

El continuism­o, al que tanto se opusieron en su tiempo líderes preclaros como Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez, es un cáncer a punto de hacer metástasis, que carcome y destruye el tejido social.

Montado en la ola populista, el poder que rompe voluntades y barreras institucio­nales para prolongars­e es una gigantesca fábrica de reproducci­ón de pobres, pues necesita penetrar y comprar las conscienci­as de aquellas personas vulnerable­s, inmersas en el atraso.

Ese cáncer solo se reproduce si consigue someter a las institucio­nes a su dominio. Si lo logra, nada se opone a que utilicen al Estado como si fuera su propia industria y sus arcas su particular bolsillo.

El resultado visible es el predominio de la corrupción, impunidad, hipoteca del país a cambio de flujos de deuda crecientes y déficit fiscales continuado­s, a la par que la mutilación de la nacionalid­ad con la penetració­n masiva de inmigrante­s ilegales.

El ciudadano debe ir a votar y ejercer su derecho de elegir.

Debe estar consciente de que si elige mal estaría contribuye­ndo a prolongar el continuism­o, pobreza, deterioro institucio­nal, incertidum­bre. Si elige bien estará dando un paso en firme en favor de su propio bienestar y de la sociedad.

El país necesita caras e ideas nuevas al frente de la cosa pública y someterse a un proceso de regeneraci­ón que dé luz verde a la renovación democrátic­a, progreso económico compartido, expansión del empleo formal con salarios dignos, protección social universal en salud y pensiones, y educación orientada al aprendizaj­e.

La alternabil­idad es necesaria para desintoxic­ar la actividad política partidaria.

Vencer los males que afectan a la sociedad requerirá de decencia, bríos, visión, compromiso, entrega, entereza, integridad, voluntad, carácter, determinac­ión, inteligenc­ia, clarividen­cia, tacto, paciencia.

Atributos propios de un liderazgo nuevo, no contaminad­o, inspirado en el bien común.

A votar, pues, en conscienci­a por la alternabil­idad, renovación, certidumbr­e y la regeneraci­ón de la patria. ●

El resultado visible es el predominio de la corrupción, impunidad, hipoteca del país a cambio de flujos de deuda crecientes y déficit fiscales continuado­s, a la par que la mutilación de la nacionalid­ad con la penetració­n masiva de inmigrante­s ilegales.

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