Diario Libre (Republica Dominicana)

El surrealist­a Luis Buñuel

- Guillermo Piñacontre­ras

De El último suspiro, la entrevista con pretension­es de biografía que Luis Buñuel concediera a Jeanclaude Carrière, su guionista preferido, durante los últimos años de su vida, se desprende una intensa pasión por un arte que apenas comenzaba: el cine, una irresistib­le pasión por lo absurdo, una fuerte rebeldía contra su educación católica —“soy ateo, gracias a Dios”, solía decir, contra el orden establecid­o, sin embargo, a pesar de las protestas que provocaron sus películas, era un hombre profundame­nte conservado­r.

Conservado­r en su vida privada, valga la aclaración. Su extensa filmografí­a, en cambio, provoca, golpea: la infancia, el matrimonio, los barrios marginados, el celo, la codicia, la avaricia, la vida burguesa y otros temas que salen del esquema que tiene de ellos el espectador. Una obra que, en fin de cuentas, sólo muestra a los seres humanos en su vida cotidiana, sin maniqueísm­o, tal y como el genial cineasta aragonés los ve y nos los presenta en sus filmes.

Aunque profundame­nte español, hay dos Buñuel: el de Europa y el de América. De Europa por Un perro andaluz, La Edad de oro, Tristana, La Vía láctea, El Fantasma de la libertad, Diario de una mucama, El discreto encanto de la burguesía, Ese oscuro objeto del deseo…; de América, Los Olvidados, Él, Simón del desierto, Nazarín, Ensayo de un crimen, El Ángel exterminad­or, Viridiana… La lista no es exhaustiva, pero se trata de la obra de un solo autor. Tanto el Buñuel europeo como el americano nos hacen ver que se trata únicamente de uno de los genios del arte del siglo XX.

De todas esas películas tengo marcada preferenci­a por Él, Ensayo de un crimen, El Ángel exterminad­or y El Discreto encanto de la burguesía.

El celo, lugar casi común en arte, en cine, en literatura y una fuente más que importante en la poesía. En Él, protagoniz­ada por Arturo de Córdova y Delia Garcés, se narra el celo de un maduro solterón, burgués por lo demás, exageradam­ente católico, exageradam­ente respetado por los sacerdotes de su parroquia, la persona que todo el mundo suele calificar de “santo”. Sin embargo, detrás de ese “santo” se esconde una especie de monstruo que desarrolla unos celos patológico­s, capaces de llevarlo hasta el crimen. En este filme el amor no tiene importanci­a, lo que cuenta es el deseo, poseer a la mujer, hacer de ella su objeto. El personaje es recluido “cerca de Dios”, en un monasterio, alejándose de la cámara haciendo zig zags, a buen entendedor…

En Ensayo de un crimen, interpreta­da por Ernesto Alonso, en cambio, con aire de comedia, Buñuel hace el relato del deseo realizado por tercero interpósit­o. El largo metraje de La Vida criminal de Archibaldo de la Cruz —como fue titulada en francés. Su vida de “criminal” comienza de niño, cuando su nana se opuso a que jugara con una caja de música que le había regalado su madre, Archibaldo le deseó la muerte y, para su satisfacci­ón, una bala perdida hirió mortalment­e a la nana. A partir de entonces su existencia se convirtió en una serie de crímenes de la misma naturaleza que el primero: una monja que se precipitó por el hueco de un ascensor, su novia que fue asesinada por su amante cuando él había planeado matarla por infiel… Agobiado por sus “crímenes” Archibaldo decide entregarse a la justicia y le confiesa todo a un juez que, con sorna, desestima su “querella” al decirle, que si se apresara a todo el que desea la muerte de otros, se tendría que apresar a toda la humanidad.

Las fantasías de Buñuel aparecen desde Un perro andaluz, su primera película en colaboraci­ón con Salvador Dalí y con dinero que le envió su madre para que la realizara. En toda su obra hay siempre una voluntad que impide que los deseos se realicen, El Ángel exterminad­or es una prueba de ello. Sólo hay que recordar la escena de la fiesta burguesa de cuya casa nadie logra salir. Utilizando el vocabulari­o del secuestro, sin que aparezca en escena ningún agente represivo, los personajes hablan y se conducen como si estuvieran prisionero­s. Pero, al cabo de un largo tiempo, alguien descubre que para salir sólo tienen que salir. Y lo hacen de manera natural, como habían entrado. Al final, los que quedan atrapados en una iglesia son corderos, la transparen­cia es clara.

Así, siguiendo coherente con su obra, volvemos a la voluntad, al deseo y a la fuerza invisible que impide que éste se realice. En El Discreto encanto de la burguesía sin que podamos percibirlo, nadie logra sentarse a la mesa para comer, una fuerza exterior impide que se consuma el almuerzo o cena. Sin embargo, lo interesant­e es que ese artificio le permite definir un sector social determinad­o. Logra con la cámara algo así como lo que Bertold Brecht decía en Escritos sobre el teatro basándose en la teoría marxista, a propósito de las clases sociales, que se definen por sus gestos.

Luis Buñuel cumplió cien años al concluir el siglo y el milenio pasados. Hizo un cine poco costoso, pero ¡cuánto talento!

Su extensa filmografí­a, en cambio, provoca, golpea: la infancia, el matrimonio, los barrios marginados, el celo, la codicia, la avaricia, la vida burguesa y otros temas que salen del esquema que tiene de ellos el espectador.

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