Diario Libre (Republica Dominicana)
Leo Messi desparrama talento en el campo, con el balón como instrumento para canalizar su savia creativa. Se mueve con agilidad felina y supera a los rivales con gracia inimaginable, con un arte que se renueva en cada jugada.
Hay jugadores brasileños, argentinos y colombianos en China, los países árabes, Turquía, Europa Oriental y los Estados Unidos. Ni hablar en Europa, donde también unos fornidos y raudos atletas africanos se han convertido en verdaderas luminarias, con millones de euros, libras o rublos en sus cuentas, engrosadas además con ingresos provenientes de la venta de su imagen y el patrocinio de productos comerciales. La dificultad inherente a la práctica del fútbol escapa a cualquier otro deporte, precisamente porque no se practica con las manos, los instrumentos humanos por excelencia para crear y ejecutar las maniobras más simples o complicadas. Excepción hecha, todo el cuerpo humano entra en el juego, hasta el trasero. Como en ninguna otra disciplina, la capacidad de creación adquiere una dimensión mayor porque prácticamente envuelve toda la anatomía. Como señalaba de entrada, el balompié es arte y comparte expresión con la danza y la acción dramática, por ejemplo.
Como símbolo social, la potencia del fútbol es inigualable. Incierto que sea machista y ha quedado probado en los Estados Unidos donde más de tres millones de jóvenes, equilibrado el total entre ambos sexos, participa en las diferentes ligas de aficionados. También hay una Copa Mundial Femenina de la FIFA, no así en el sexista béisbol. El juego se basa en la solidaridad y de ahí que a los equipos se les llame combinados. Raras veces las jugadas son individuales y la comisión de un gol está a menudo precedida de varios pases y por tanto asociados. Manda el colectivo porque la posición no otorga el protagonismo. El héroe podría ser lo mismo el portero que un zaguero, un mediocampista o un delantero. Al final, todo el equipo.
Del genial Jorge Luis Borges proviene la frase lapidaria de que el fútbol es una cosa estúpida de ingleses. No jugaba solo, pero en el equipo contrario tiene a atletas intelectuales de la talla de Albert Camus, en un tiempo portero en Argelia y que atribuye a la trayectoria arbitraria del esférico uno de sus mayores aprendizajes en la vida. Rafael Alberti se inspiró en un arquero húngaro y si distantes políticamente, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa coinciden en su reconocimiento al balompié. No se les quedan en la zaga Miguel Hernández, Eduardo Galeano y Camilo José Cela.
Leo Messi desparrama talento en el campo, con el balón como instrumento para canalizar su savia creativa. Se mueve con agilidad felina y supera a los rivales con gracia inimaginable, con un arte que se renueva en cada jugada. A balón parado, lo he visto colarlo a la red por un rincón del arco en una parábola mágica, desde 30 metros de distancia. Lo he visto escabullirse entre cinco defensores y con su izquierda áurea anotar en un santiamén el gol ante un portero atónito.
Alguien se refirió a ese deporte grandioso, vital y sofisticado como la música del domingo. Siempre estoy dispuesto a escucharla cualquier día: al final del concierto las sensaciones son las mismas de quien ingiere un poco de vida.
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