Deben ser sólo niñas: ni madres ni esposas

Cuando leí la historia escrita por la periodistas Yulissa Álvarez la semana pasada, se estremeció todo mi cuerpo. Cuenta la historia de niñas pariendo niños. Cuando tenía 12 años de edad, aún jugaba con muñecas, creía en los Reyes Magos y tenía la ilusión de ser doctora, es más, una médico pediatra. Papi se esforzaba en enseñarme álgebra de Baldor, como buen profesor sustituto en nuestro hogar.

Contrario a la realidad de mi niñez y de la de millones de niñas en el mundo, la de Reyna Gómez y Yerlin Batista, son transversalmente opuestas a lo que se espera que sea la vida en esos tiernos y dulces años.

Reyna, vive en Gualey, un populoso sector de la parte alta de la capital. Tiene 15 años y es madre de dos pequeños hijos: uno de dos años y otro apenas recién nacido.

Yerlin Batista, un año mayor, con 16, vive en Los Barracones de Quita Sueño, en Haina; también es madre de dos, en circunstancias muy parecidas a la primera. Aunque cada una tiene su propia historia, las une una realidad: las dos vieron truncados sus sueños de continuar siendo niñas; es más, Reyna se empina sobre su propia realidad y quiere regresar a la escuela en la primera oportunidad y con nuevos bríos y así continuar el sexto grado de primaria que tuvo que dejar en el abandono para dedicarse al oficio de madre. Eso estaría por verse, ojalá y lo logre.

Reyna y Yerlin son solo dos de las 5,326 niñas que se han convertido en madres en la ciudad de Santo Domingo y comunidades cercanas. Son más de cinco mil sueños truncados por el oficioso ejercicio de la maternidad y la responsabilidad de traer al mundo una vida y velar por su cuidado y bienestar.

Lo cierto es que, en esta y cualquier otra sociedad del mundo, las niñas no están concebidas para ser madres prematuras; sino sólo niñas, lo de madre queda para otro segmento del desarrollo de una mujer.

Cuando las niñas cuidan niños, muchos sueños mueren.