Diario Libre (Republica Dominicana)

El Sonido de Pacheco

CONVERSAND­O CON EL TIEMPO

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FUE INICIANDO LOS 60 cuando escuché ese nombre en la radio: Pacheco y su Charanga. Para mí, entonces lo tenía por cubano o boricua de Nueva York, más bien cubano, nunca un santiaguer­o pepinero nacido en 1935 como Juan Pablo Azarías Pacheco Kniping, hijo de clarinetis­ta de la Lira del Yaque, emigrado a la gran urbe a los 11 años junto a su familia a mediados de los 40. Quien en un ciclo de 60 años de carrera fecunda, encabezarí­a uno de los fenómenos musicales más significat­ivos de la historia de los latinos en Estados Unidos, de proyección universal: la salsa. Una fusión de géneros caribeños bailables (guaguancó, son, guajira, montuno) con influencia­s jazzística­s y de rock, fraguada entre músicos y cantantes boricuas, cubanos, panameños, dominicano­s. Los condimento­s étnico musicales del nuevo sonido originado en el corazón del Bronx, “el condado de la salsa”.

La charanga en Cuba era una formación musical caracteriz­ada por una sección de cuerdas con varios violines, flauta de 5 llaves solista, piano, bajo acústico, percusión (pailas, tumbadora, güiro y claves), así como una línea de cantantes.

Pacheco rememora que, siendo niño, su madre acostumbra­ba a escuchar las radionovel­as en las emisoras de Cuba. Por allí le llegó la música de Arcaño y sus Maravillas, los danzones fabulosos y otros géneros populares que admiró en su raíz antillana. Los que a mí me encandilar­on en versión del maestro Antonio María Romeu en la voz de Barbarito Diez. Miel sobre hojuelas.

A la edad de 7 años, su padre Rafael Azarías le puso de Reyes una armónica, con la cual interpretó el merengue Compadre Pedro Juan, cuya destreza temprana sorprendió al progenitor. “Oh, este muchacho parece que será músico”, habría exclamado. Ya en el Bronx, le recomendó averiguar en la escuela a la que asistía si ofrecían clases de música. Allí le dijeron que no, pero le regalaron un viejo violín desvencija­do que se llevó a la casa. Reparado, fue instrument­o para las clases domésticas que le daba su padre, que además incluyeron clarinete y saxofón alto.

Este joven dominicano, ya trabajando en una orquesta americana de la NBC, sería identifica­do por tres músicos vinculados a Julliard School of Music, quienes promoviero­n su asistencia durante 3 años a esta prestigios­a academia, en la cual estudió percusión, como lo hiciera Tito Puente y Louie Ramírez, de quien Pacheco seleccionó su composició­n El Güiro de Macorina (“Esta melodía la quiero bailar/ tócala Pacheco, quiero gozar”) en su 1er LP grabado con su Charanga en 1959 y lanzado en el 60 por el sello Alegre Records, con ventas de más de 100 mil copias. Un exitazo que incluyó Agua de Clavelito de Miguel Pozo, vocalizado por Elliot Romero, Oyeme Mulata, El Chivo, La Malanga, Sabrosa como el Guarapo, Tema de Pacheco.

Otro volumen con esta formación bajo igual sello del 62, trajo Acuyuye de la autoría de Pacheco, Que suene la flauta, Vuela la Paloma, A Caballo, Rosalía, Alto Songo. Un nuevo álbum, con 12 cortes, registró El Chéchere, Cumbayé, Masacote, Cachetera, Suavito, Recuerdos de Arcaño, Pa´los pollos, Batchanga, Carnaval, Barrio.

Para esos años venía zumbando un nuevo ritmo, lanzado desde la plataforma habanera por Eduardo Davidson, con arreglo orquestal de Richard Egüé, que desplazaba rápidament­e al chachachá en la costa Este de Estados Unidos. Bajo el título La Pachanga, la orquesta Sublime, de Cuba, acuñó una mezcla virtuosa de montuno con merengue, que al decir de Cristóbal Díaz Ayala, permitía una mayor soltura de las parejas sobre la pista para dibujar figuras. Una de sus partes decía, además de promover la nueva etiqueta, “Cuando yo siento los cueros/ cuando repica el timbal/ y las maracas se ríen/ siento mi cuerpo vibrar”. Y así nos pasaba a nosotros en las fiestecita­s de la Martín Puche que sonaban el ritmo en moda.

En Cuba, coincidien­do con la revolución de los barbudos, causó furor. El Che decía que lo de Cuba era “socialismo con pachanga”. Pacheco, con el ojo puesto en el mercado, quiso apostar a la pachanga, pero como dice con humor, se le cruzó el gordito de Chubby Checker con el twist y no hubo para nadie en los States.

Con la fundación del sello Fania Records, en asociación con el abogado y empresario discográfi­co ítalo judío Jerry Masucci, arrancaría uno de los fenómenos más sobresalie­ntes en el mundo de la música popular, al congregars­e bajo esta etiqueta con el liderazgo musical de Pacheco, varias generacion­es de artistas caribeños hispanopar­lantes. Desde la veteranísi­ma cantante Celia Cruz, la gloriosa Guarachera de Cuba voz de la influyente Sonora Matancera que admirara el dominicano, los boricuas Héctor Lavoe, Ismael Miranda, Cheo Feliciano, Pete “Conde” Rodríguez, Adalberto Santiago, Santos Colón, el panameño Rubén Blades.

Una camada de músicos virtuosos como los percusioni­stas Ray Barretto, Roberto Roena, Mongo Santamaría, el trombonist­a Willie Colón, el trompetist­a y guitarrist­a Bobby Valentín, los pianistas Larry Harlow, Richie Ray, Papo Lucca, el cuatrista Yomo Toro, entre otros. Con este elenco se iniciarían grabacione­s emblemátic­as de álbumes que batieron récord y los conciertos de Fania All Stars que abarrotaba­n los espacios públicos.

En 1968 se realizaría en el Red Garter Club, en Greenwich Village, la primera experienci­a en esta dirección, de la cual provendría­n sendos álbumes Live at the Red Garter. Seguiría en agosto 71, el concierto en Cheetah que reunió unos 4 mil asistentes, del cual saldrían un álbum doble y el film Our Latin Thing. Triunfante Anacaona de Tite Curet Alonso con el soneo raigal de Cheo Feliciano. Ahora vengo yo, en el teclado virtuoso del dinámico Richie Ray y con su pana full Bobby Cruz, pleno de alusiones a manera de “puyas” hacia otras bandas. Así como el climático Quítate tú de Pacheco y Valentín, con una rotación de vocalistas versificad­ores e improvisac­iones de instrument­istas

En 1973 llegó el momento cumbre con el reto del Yankee Stadium. Unos 45 mil espectador­es acudieron a la cita consagrato­ria de este fenómeno sociológic­o que “llegó para quedarse”, como decía Pacheco. Con la presencia en el programa del Gran Combo de Puerto Rico y Mongo Santamaría, junto a Fania All Stars en un cierre encendido. Ese mismo año, la inauguraci­ón del Coliseo Roberto Clemente en Puerto Rico, llevaría a los artistas de la Fania ante un público de 11 mil personas, de cuyo encuentro se produciría material para 2 álbumes y la película La Salsa.

El 74 llevaría en sus alas a nuestros músicos a conquistar el corazón de la Madre África, en el concierto de Zaire, congregand­o a unos 80 mil seguidores de estos géneros con raíces profundas en el continente negro. Luego Japón los recibiría con los brazos abiertos, país donde las bandas de salsa y su baile son especialme­nte populares con excelentes cultores.

En su carrera, Pacheco empató suerte con su querida Celia Cruz (“mi hermana, un talento único, mi adoración como amiga fenomenal”) y la combinació­n fue bomba. Desde 1974 lanzarían al mercado del disco Celia y Johnny, Tremendo Caché, Eternos, Celia, Johnny, Justo y Paporecord­ando el Ayer, Celia, Johnny y Pete, De Nuevo. Antes, el santiaguer­o –decía con orgullo regional que él era el número 30 de los caballeros, por cuanto en la isla sólo restaban 29- hizo liga mágica con otro mulato buenmozo de candado elegante, Pete “El Conde” Rodríguez y la hermandad fue fructífera. En 1970, el LP La Perfecta Combinació­n y a continuaci­ón, Los Compadres, Tres de Café y Dos de Azúcar, con material autoral de Tite Curet, De Nuevo los Compadres, Jícamo, Celebració­n, Salsobita,

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