Calidad rezagada

El cálculo del tamaño de una economía no hace distinciones. Igual valen mil pesos gastados en un almuerzo que esa misma suma gastada comprando gasolina. Lo que importa es la cuantía de la actividad económica llevada a cabo, medida por el monto en dinero que ella representa, sin considerar su propósito. Es así como en tiempos de confrontaciones entre naciones puede tener lugar un incremento en la dimensión de las actividades económicas, debido a las erogaciones destinadas a fortalecer el poderío militar de los países involucrados. Esos gastos en armamento y personal forman parte del PIB y son contados igual que si se hubieran dedicado a la educación o a la producción de alimentos. Es evidente, sin embargo, que desde el punto de vista del bienestar de la población, los efectos en ambos casos no son similares.

Los economistas reconocen la existencia de esa obvia diferencia, pero señalan la dificultad de asignar a cada actividad un valor distinto en función de su aporte al bienestar, dado que este último es una magnitud subjetiva y diferente para cada persona. Pudiera haber, por ejemplo, quienes disfruten más de un despliegue de tropas equipadas con fusiles de asalto y carros militares, que con una obra de teatro o un concierto de música popular. No obstante, a pesar de esa dificultad, parece ser cierto que la mayoría de las personas no derivan un gran placer de sus visitas al médico o su estadía en un hospital. Y que tampoco se sienten complacidos con tener que usar mascarillas faciales, mantenerse alejados de amigos y lugares cerrados, gastar dinero en medicinas, o estar inyectándose vacunas de tiempo en tiempo.

Si vinculamos la calidad de vida con el bienestar, y no simplemente con la solución de problemas y la satisfacción de necesidades, es posible concluir que la recuperación de la calidad de vida posterior a la pandemia será más lenta que la recuperación económica, en vista de la variación en la composición de los gastos individuales y colectivos. 