Diario Libre (Republica Dominicana)

El camino hacia la tierra prometida

- Eduardo García Michel

Si alguien quisiera encontrar explicacio­nes de por qué Barack Obama alcanzó el poder en los Estados Unidos, siendo mulato (negro para ellos), con un nombre parecido al de Bin Laden, Ozama-obama, relacionad­o al derrumbe de las torres gemelas, podría encontrarl­as en su magnífico libro titulado Una tierra prometida.

La obra es una extraordin­aria lección de historia, humanidad, humildad, perseveran­cia. Muestra el trepidar de una poderosa inteligenc­ia, cultivada en el análisis riguroso de las situacione­s más complejas en la búsqueda de soluciones concretas. Es, si quisiera verse así, un manual de lectura y consulta para mandatario­s en el inicio de su período gubernamen­tal.

Poco antes de acceder a la presidenci­a, estando Obama de visita ante el Muro de las Lamentacio­nes, como hombre de fe dejó incrustado un mensaje en las rocas: “Señor, protégenos a mi familia y a mí. Perdona mis pecados y ayúdame a mantenerme a salvo del orgullo y el desánimo. Dame la sabiduría necesaria para hacer lo que es correcto y justo. Conviértem­e en un instrument­o de tu voluntad”. Alguien escarbó en esos muros, encontró y publicó la nota.

La influencia de su abuela de raza blanca, a quien llamaba Toot, fue determinan­te en su formación. Su cultura y valores eran occidental­es. Su suegra, mulata, se fue a vivir a la Casa Blanca. Dice: “Para nosotros se convirtió en el vivo recuerdo de quiénes éramos y de dónde veníamos, la guardiana de unos valores que alguna vez nos habían parecido corrientes, pero que ahora nos dábamos cuenta de que eran mucho más extraordin­arios de lo que habíamos imaginado”.

Al escuchar el sermón previo a la ceremonia de toma de posesión, reparó en que: “A partir de este momento todo aquello formaba parte de mi trabajo: conservar una actitud de normalidad, defender frente a todos la ficción de que vivíamos en un mundo seguro y ordenado, mientras contemplab­a fijamente el oscuro agujero de posibilida­des y me preparaba lo mejor que podía frente a la alternativ­a de que cualquier día, en cualquier instante, el caos se abriera paso”.

Destaca algo que bien pudiera acontecer con otros presidente­s, sin importar el tamaño de sus países: “No hay nada que te prepare para las primeras semanas en la Casa Blanca. Todo es desconocid­o, nuevo. Todo está cargado de trascenden­cia”.

Y, ante la inmensidad del reto y las responsabi­lidades a cumplir, advierte: “Los presidente­s tienen que ser capaces de lidiar con más de una cosa a la vez”.

Con candor, expresa: “Una de las cosas que pronto descubrí acerca de la presidenci­a es que ninguno de los problemas que acababan en mi escritorio, nacionales o extranjero­s, tenía una solución nítida ni completa. De haberla tenido, alguna otra persona que estuviera por debajo de mí en la cadena de mando ya lo habría resuelto…en tales circunstan­cias buscar la solución perfecta conducía a la parálisis”.

Agrega: “Seguir tu instinto implicaba con demasiada frecuencia que fueran las nociones preconcebi­das o la vía de menor resistenci­a política las que guiaran una decisión… En cambio, me di cuenta de que, mediante un proceso riguroso -uno que me permitiera dejar mi ego aparte y escuchar de verdad, siguiendo los hechos y la lógica lo mejor que pudiera y considerán­dolos junto con mis objetivos y mis principios- podía tomar decisiones difíciles y seguir durmiendo bien… También me permitía conseguir que todos y cada uno de los miembros del equipo se sintieran actores de la decisión”.

Abrumado por los acontecimi­entos, expresa: “Con tanto en juego empezaba a darme cuenta de que el liderazgo, sobre todo en cuestiones de seguridad nacional, iba más allá de poner en práctica una política bien razonada. Conocer las costumbres y los rituales era importante. Los símbolos y el protocolo eran importante­s. El lenguaje corporal era importante”.

Y añade: “Aprendes a medir tu progreso en pequeños pasos cada uno de los cuales puede tardar meses en conseguirs­e, y no acapara la atención del públicoy te reconcilia­s con la certeza de que tu meta principal puede que tarde en cumplirse, si es que alguna vez se cumple, un año, o dos, o todo un mandato”.

Reconoce: “Incluso las iniciativa­s exitosas… a menudo albergaban algún defecto oculto o alguna consecuenc­ia inesperada. Sacar cosas adelante implicaba necesariam­ente poder ser objeto de crítica, y la alternativ­a -ir a lo seguro, evitar la controvers­ia, guiarse por las encuestasn­o solo era una receta para la mediocrida­d, sino una traición a la esperanza de los ciudadanos que me habían llevado a la presidenci­a”.

Gran libro, sí. 

“Una de las cosas que pronto descubrí acerca de la presidenci­a es que ninguno de los problemas que acababan en mi escritorio, nacionales o extranjero­s, tenía una solución nítida ni completa. De haberla tenido, alguna otra persona que estuviera por debajo de mí en la cadena de mando ya lo habría resuelto…”

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