Transición peligrosa

Gustavo Volmar

Puesta desde hace meses en un segundo nivel de prioridad, por debajo del nivel asignado a la lucha contra la pandemia, la economía reclama volver a ocupar el puesto que considera le corresponde en la cima de los objetivos gubernamentales. A medida que los países han ido desplegando sus programas de vacunación, se observa en ellos un incremento en la renuencia de la población para seguir aceptando las limitaciones impuestas a muchas actividades económicas. El avance en el número de inoculados va creando una sensación de haber dejado atrás al COVID-19 y sus nefastas consecuencias, como quien decide dejar el paraguas en la casa al ver salir el sol después de llover.

Esa renuencia se traduce en comportamientos personales más descuidados, así como en presiones sobre las autoridades para que aflojen los controles, requiriéndoles que permitan la reapertura o el funcionamiento normal de los negocios más proclives a difundir el virus. El mensaje de que aún existe una amenaza y que las medidas deben mantenerse vigentes por un tiempo adicional, está siendo recibido en diversos lugares del mundo con manifestaciones de rechazo y disgusto. Quizás en nuestro medio esa presión sea menos intensa, ya que en la práctica los residentes de muchas zonas del país de todos modos no han respetado ni los distanciamientos ni los toques de queda.

Aunque se espera que la probabilidad de contagio y la velocidad de propagación de la enfermedad vayan decreciendo según aumente el porcentaje de la población que ha sido vacunado, esta etapa, en la que coinciden las vacunaciones y la flexibilización de las medidas, conlleva un riesgo especialmente elevado para los no vacunados, en particular para los que por su edad o condiciones previas de salud son más propensos a desarrollar complicaciones. Es, por lo tanto, un período de transición peligroso, durante el cual la menor ansiedad y la percepción de inmunidad pueden combinarse con los efectos de la reapertura económica. 