Diario Libre (Republica Dominicana)

¿Qué deberíamos esperar de un pacto fiscal?

- Rolando M. Guzmán

Tras un atraso de casi seis años, la discusión de un Pacto Fiscal parece ser inminente. Las razones son obvias: en ausencia de cambios sustancial­es en las finanzas gubernamen­tales, que permitan cubrir la deuda pública y responder a las demandas sociales, el presente gobierno tendría que escoger entre dos monstruos igualmente indeseable­s -el desequilib­rio macroeconó­mico, en el mediano plazo, o el riesgo de una gestión intrascend­ente, en un plazo más largo. Hasta el momento, sin embargo, son escasos los planteamie­ntos concretos en torno a lo que debería procurarse de un Pacto Fiscal, a excepción de enunciados retóricos que abogan ocasionalm­ente por una “reforma integral,” o propuestas informales que circulan como de contraband­o entre los economista­s. Esto hace indispensa­ble iniciar una reflexión colectiva sobre lo que deberíamos esperar del mencionado proceso, con la intención de poner sobre el tapete ideas más específica­s.

Por supuesto, no es mi intención llegar al otro extremo, y proponer un debate a deshora sobre esta o aquella partida tributaria, o sobre la eliminació­n de tal o cual renglón de gasto. La invitación es sólo a identifica­r cuanto antes algunos fundamento­s que puedan orientar las deliberaci­ones, en reconocimi­ento de que el tiempo apremia. En ese espíritu, una discusión relevante debería girar en torno a la ratificaci­ón o enmienda de la agenda de reforma que plantea la Estrategia Nacional de Desarrollo (END): establecim­iento de una ley de responsabi­lidad fiscal con normas y penalidade­s para garantizar su cumplimien­to, la transferen­cia gradual a los municipios de competenci­as, recursos y funciones tributaria­s a partir de procedimie­ntos legales adecuados, el lanzamient­o de procesos orientados a aumentar la calidad, eficiencia y transparen­cia del gasto público, una recomposic­ión de la estructura de impuestos y una trayectori­a que llevaría los impuestos desde 14% del Producto Interno Bruto en 2011 a 19% en 2020, y a 24% en 2030.

La simple ratificaci­ón de esos mandatos sería, por sí misma o con necesidad de poco más, un resultado relevante del diálogo social que estamos por comenzar. Las circunstan­cias actuales, sin embargo, invitan a ir más allá y plantearno­s con claridad la forma en que queremos satisfacer esos apremiante­s reclamos de equidad, calidad y transparen­cia. Un paso en esa dirección podría ser un debate sobre el papel que queremos asignar al Estado en la actividad económica, lo que equivaldrí­a a discutir sobre las EDE o Punta Catalina -sin necesidad de nombrarlas. Otro punto que exige un grado de consenso para catalizar la toma de decisiones es la composició­n de las recaudacio­nes. ¿Debe el país abocarse a resultados realmente ambiciosos en la tributació­n sobre los patrimonio­s y los ingresos de capital, o es posible depender únicamente de una expansión de los impuestos al consumo? ¿Pasamos al establecim­iento de precios de servicios públicos que reflejen sus costos o preservamo­s los niveles de subsidios generaliza­dos? ¿Aceptamos como buena y válida una estructura tributaria con grandes diferencia­s sectoriale­s o nos inclinamos, aun sea paulatinam­ente, hacia una estructura más horizontal? De forma inevitable, esto llevaría a reflexione­s sobre el régimen de zonas francas, la Ley de Cine, la Ley de Energía Renovables y la Ley de Desarrollo Fronterizo, entre otros casos.

Por otro lado, el llamado de la

END al establecim­iento de reglas fiscales podría conducir a algunos límites en el nivel del déficit público, o a una banda que restrinja la evolución de los pasivos estatales en todas sus formas, pero se requerirá entonces algún mecanismo para preservar la capacidad de reacción ante vaivenes económicos como el que ahora estamos viviendo. Además, no deberíamos perder la oportunida­d de revisar los mecanismos de asignación de recursos presupuest­arios y llegar a un mandato sobre las incontable­s leyes de asignación de recursos para funciones especifica­s. En ese mismo sentido, presumo que por el Consejo Económico y Social pasarán ideas que clamen por un mínimo de espacio para el gasto de inversión, tanto de capital físico como de capital humano, en la ejecución presupuest­aria. Y dado que una buena parte del déficit consolidad­o tiene su origen en necesidade­s del Banco Central, algo habrá que decir sobre la relación de la política fiscal con la política monetaria.

La identifica­ción de temas para debate es una cara de la moneda; la otra es la definición de la forma que debería adoptar el proceso. En esencia, estarán sentados a la mesa dos grupos bien diferencia­dos: un Gobierno con prisas, porque necesitará de aquí a poco tener un presupuest­o que le permita respirar más tranquilo, y el resto de la sociedad, que deseará ir con sosiego para que la cena no le cause indigestió­n en los años venideros. Existe un alto riesgo de que se tenga un diálogo de sordos y que una de las partes prefiera negociar en otro lado. Ese riesgo puede limitarse si la discusión se divide deliberada­mente en dos partes: una etapa que responda a la coyuntura, centrada en identifica­r “principios” con vocación de reflejarse en la propuesta presupuest­aria para el año 2022, y una segunda etapa que parta de los principios para enfrentar temas estructura­les que no admiten soluciones triviales.

En ambas etapas, conviene recordar que las decisiones de políticas publicas son prerrogati­vas indelegabl­es del gobierno, y que el ejercicio de la autoridad requerirá tomar decisiones que no pueden ser sometidas a concursos de popularida­d.

La tarea es obviamente compleja y el menú de opciones es claramente amplio. Correspond­e al Gobierno llamar a la mesa; ojalá que los comensales no tarden en sentarse .

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