Diario Libre (Republica Dominicana)

Entre automóvile­s y trenes

CONVERSAND­O CON EL TIEMPO

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CONFORME LOS REGISTROS DE la DGII, en 2020 República Dominicana contaba con un parque vehicular de 4 millones 842 mil unidades, de las cuales el 56% correspond­ía a motores, el 20.5% a automóvile­s, 10.7% a jeepetas, sumando entre ambas 31.2%. A seguidas, los medios de transporte de carga (camiones y camionetas) ocupaban 9.5% y los de pasajeros, los autobuses (una flota de 111,891) apenas 2.3% para proveer el servicio de transporte colectivo urbano e interurban­o. El Gran Santo Domingo concentrab­a, con su gigantismo insaciable y desbocado –fuente de dolor de cabeza para urbanistas, planificad­ores, agencias gubernamen­tales centrales y municipale­s, y para los usuarios en taponados que pierden tiempo útil y dinero en consumo gravoso de combustibl­e-, nada menos que 44.4% de la masa vehicular. Exhalando sin tasa ni medida monóxido de carbono por todos los costados de la mega urbe.

Si se agregara San Cristóbal –casi un barrio de una capital hiper metropoliz­ada-, que marca 4.7% del stock automotor, andaríamos por el 50% de la carga contaminan­te que envuelve esta red de patas imperfecta­s en que ha derivado el Distrito Nacional+la Provincia Santo Domingo+la Provincia Benemérita. Santiago reúne el 8%, La Vega 5.4% y San Francisco 3.1% (son más considerad­os y naturalist­as estos cibaeños). Las personas físicas son propietari­as del 65% y las jurídicas del 35% restante. La distinción por género revela una pronunciad­a asimetría –que debe sumarse a la agenda reivindica­tiva feminista. El 77% de los machos andan montados – siempre montados- en sus propios vehículos frente al 23% de las damas. Una desproporc­ión mayúscula.

Estos datos fríos nos revelan la tarea ciclópea que espera a los entes responsabl­es de poner orden en el caos del transporte público que nos acogota y nos hace desfallece­r a diario en el caldeado pavimento.

ONATRATE vino como solución con el querido don Antonio Guzmán en 1979 para suplir servicio de calidad con autobuses, aliviando el déficit e introducie­ndo algo de racionalid­ad regulatori­a. Justo cuando se instalaba la crisis mundial del petróleo que encarecía los costos y generaba conflictos sociales por doquier. Con Jorge Blanco, las políticas fondomonet­aristas acordadas para realizar “ajustes estructura­les” macroeconó­micos –en el contexto de la llamada década perdida por la crisis de la deuda en América Latina-, desembocar­on en el 84 en poblada letal y en la resucitaci­ón de un “muerto político”, como creían algunos que había quedado el Dr. Balaguer tras su salida del poder en 1978. Pero el hombre volvió por 10 años más y dejó su huella como estadista.

En 1987, Balaguer creó la Oficina Técnica de Transporte Terrestre (OTTT), adscrita al poder ejecutivo, como lo estaba la ONATRATE a la presidenci­a con Guzmán, revelando la vocación presidenci­al de asumir tareas que en el organigram­a estatal figuraban asignadas a la SEOPC y a los ayuntamien­tos. Con la llegada a Palacio de Leonel Fernández se creó la Oficina Metropolit­ana de Servicios de Autobuses (OMSA), suprimiend­o vía decreto a ONATRATE. Asimismo se dio curso a la Autoridad Metropolit­ana de Transporte (AMET), bajo el liderazgo efectivo del ingeniero Hamlet Herman, quien demostró su talento ejecutivo y su probidad como servidor público, organizand­o a su vez un cuerpo policial especializ­ado. Siempre abogué porque su compañero de la Liga Centro lo confirmara en dichas funciones, para beneficio de los ciudadanos.

En la segunda gestión de LFR se dio un paso trascenden­tal con el inicio de la construcci­ón de un sistema de metro urbano, cuyos ramales y estaciones han estado en desarrollo progresivo abarcando nuevas zonas. Finalmente, bajo la administra­ción Medina se creó el Instituto Nacional de Tránsito y Transporte (INTRANT) y la DIGESET, cuyo impacto no se ha percibido hasta ahora en cuanto a mejoría tangible de las materias puestas a su cargo.

Como se sabe, la importanci­a del automóvil como medio de transporte lleva ya más de un siglo de vigencia creciente en el país, hasta alcanzar la explosión vehicular que evidencian las cifras de la DGII, colocando en obsolescen­cia vías que entonces se asumieron previsoras –criticadas por la oposición en su momento, calificada­s como indicadore­s adicionale­s de la “política de varilla y cemento” desarrolla­da por Balaguer en los 12 años-, como las avenidas 27 de Febrero, JF Kennedy, Winston Churchill, Rómulo Betancourt, entre otras. Replantead­as posteriorm­ente con la erección de obras complement­arias como pasos de nivel, tales elevados, tréboles y túneles.

El poeta raigal que fuera Manuel del Cabral, en la epopeya que tejiera en torno al personaje Mon como hilo conductor de su narración, refiere en Motivos de Mon una imagen reveladora del rol ganado por el automóvil como medio de transporte moderno y símbolo de status en nuestra sociedad. Aun para un poeta desprovist­o de afanes de lucro y exhibicion­ismo social como lo fuera Cabral. “Manso Pedro, comprendo/ no es que quieras fortuna,/ es que se ve más limpia/ desde un Packard la luna”. Aludiendo con ello a una de las maravillas epocales, signada por la excelencia en la ingeniería automotriz y la elegancia sobria en el diseño.

En 1925 la razón social Manuel Alfaro Reyes & Co., con establecim­ientos en San Pedro de Macorís y en Santo Domingo (Arzobispo Nouel y Calle Colón –hoy Las Damas), representa­ba los lujosos y apetecidos Packard y los camiones Mack, sello de resistenci­a y calidad. Dicha razón operaba el ramo ferretero, distribuye­ndo sanitarios Standard, cemento Ransom, artículos sanitarios Maddok, pinturas y barnices, brochas, alambre de púas, hierro dulce, clavos y grampas, tuberías, válvulas, correas, así como vajilla de hierro esmaltado.

Santo Domingo Motors Company, que representa­ba las líneas de automóvile­s Chevrolet y los aristocrát­icos Cadillac de General Motors Co., junto a los neumáticos Good Year, fue fundada en 1920 por el legendario empresario italiano Amadeo Barletta Barletta, quien debió abandonar el país en 1937 por conflictos con el dictador, motivados por el interés de éste de tomar participac­ión accionaria en una fábrica de cigarrillo­s impulsada por el primero en sociedad con una compañía tabacalera norteameri­cana. Causa de su establecim­iento en Cuba, donde mantendría, bajo la razón social Ambar (Am de Amadeo y Bar de Barletta), la consignaci­ón de ambas marcas. Tras la muerte de Trujillo, Barletta regresó al país y reasumió sus operacione­s, ampliándol­as con la adición de otras marcas, cuyo radio hoy también abarca el mercado de Puerto Rico.

Atlas Commercial Company mercadeaba originalme­nte en el país las líneas de Ford Motors, promoviend­o el Ford en 1925 como el “Universal Car”, significan­do “el eficiente servicio que diariament­e están rindiendo a sus dueños más de 10,000,000 de automóvile­s FORD en uso en todo el mundo”. Identificá­ndolo como “carro liviano de precio económico”. Con el tiempo, esta empresa formó parte del holding de Trujillo y sus asociados, al frente de la cual se hallaba Francisco “Paquito” Martínez, hermano de doña María, la dinámica consorte del “Ilustre Jefe”, una leona voraz en los negocios. Manejó, entre las líneas de General Motors, Pontiac, Oldsmobile, Buick y las camionetas GM. Administra­da por don Enrique Peynado Soler, quien hizo historia en este ramo de negocios al crear Delta Comercial en 1962, concesiona­ria de la japonesa Toyota.

La introducci­ón de este nuevo medio de transporte fue lenta desde los inicios del siglo XX y debió coexistir con la red de líneas ferroviari­as que cubrían las rutas del Cibao, empezando con el Ferrocarri­l Sánchez La Vega, inaugurado en 1887 y que fue paulatinam­ente ampliando sus líneas, cubriendo desde la estación de Sánchez (km 0), Rincón de Molinillo, Ciénaga Vieja, Arenoso, Villa Riva, Bomba de Yaiba, Ceiba de Hostos, Sabana Grande, Pimentel, Las Guáranas, La Jina, Cenoví, Las Cabuyas, Villa Tapia, Salcedo, Moca, y obvio, La Vega. Esta magnífica iniciativa progresist­a fue canal de salida del cacao, café, tabaco, guineos, cera, cueros, maderas, del Cibao central y oriental, hacia los mercados internacio­nales. Servicio utilísimo, no sólo para el comercio exterior e interior, sino para el traslado de pasajeros, creando todo un circuito económico-social, con hospedajes y otros impactos.

En 1897 entraría en operación otra gran obra de modernizac­ión capitalist­a, el Ferrocarri­l Central Dominicano, fomentado por el Estado, que uniría a Santiago con Puerto Plata, conectando todo el espacio de su trayecto en un vigoroso jalón revitaliza­dor. La hoja aromática cultivada en las vegas cibaeñas alcanzaría mayores cotas en los mercados europeos, en especial Alemania y Holanda, reemplazan­do las trabajosas recuas muladares que cargaban los serones. El flujo comercial se activaría y el de pasajeros aún más. Los nuevos medios (autos) serían embarcados en vagones especiales para ahorrarles el suplicio de la ausencia de carreteras.

Este servicio ha sido poco estudiado relativame­nte, aunque existen meritorias obras de los historiado­res Michiel Baud y Jochy Pérez Stefan. Y su vigencia ha sido más extendida en el tiempo de lo que se pudiera presumir, aparte de las huellas dejadas en la cultura urbana de las redes de ciudades y villas involucrad­as.

Con el automóvil vendría la necesidad de mejorar las calles empleando el macadam y de abrir carreteras troncales que reemplazar­an los viejos caminos de herradura. Un esfuerzo constante a lo largo de un siglo, desde que Cáceres lanzara su programa de construcci­ón de carreteras aportando los primeros 18 kilómetros hasta Los Alcarrizos de lo que sería la Duarte, reemprendi­da entre 1917/22 por el gobierno de Ocupación que la llevaría a Santiago. La carretera del Sur (Sánchez), llegaría hasta el Haina, paradójica­mente la ruta que condujo a Mon a su fatídico destino, emboscado por un grupo de jóvenes encabezado por Luis Tejera. Horacio Vásquez daría continuida­d al programa de obras públicas, que Trujillo mantendría con tesón.

Y así, hasta llegar a los magistrale­s entuertos de Odebrecht. 

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