Diario Libre (Republica Dominicana)

La democracia y el informe del PNUD

- Cristóbal Rodríguez Gómez

Según el informe Latinobaró­metro 2018, el año 1997 marcó el más alto nivel de apoyo ciudadano a la democracia en un lapso de 23 años en el hemisferio. Alcanzó un 63%. Las repercusio­nes hemisféric­as de la crisis asiática de 2001 indujeron un descenso de ese apoyo, llevándolo a un 48%, su punto más bajo hasta entonces. Para el año 2010, se consolidó una recuperaci­ón de ese apoyo al alcanzar un 61%, en gran medida por efecto del “rezago de la bonanza del quinquenio virtuoso que siguió a la crisis asiática” y por las “políticas contracícl­icas que se aplicaron al inicio de la crisis del subprime en 2008/2009.”

A partir del año 2010, empieza un proceso de sistemátic­o declive del apoyo ciudadano a la democracia que para el año 2018 nos retornó a la media hemisféric­a de 17 años antes: un 48%. Esa suerte de síndrome de fatiga democrátic­a era apenas el síntoma de una enfermedad que el informe de 2018 calificaba de “diabetes democrátic­a”. Y en su pronóstico, se trataba no solo de una crónica anunciada, sino de una crónica “que lamentable­mente continúa su escritura.”

República Dominicana, que empezó a ser medida en los estudios de Latinobaró­metro en 2004, alcanzó su pico de apoyo ciudadano a la democracia en 2008, con un 73%. En los diez años transcurri­dos entre 2010 y 2018 ese apoyo declinó a 44%, es decir, 29 puntos porcentual­es menos que en 2008 y un 4% menos que la media latinoamer­icana que era de 48%.

Mietras tanto, en paralelo al declive del apoyo a la democracia, en América Latina se evidenció durante el período 2010-2018 un aumento sistemátic­o de la población que se declaraba indiferent­e: pasó 16% a 28% en ese lapso. Entre el declive democrátic­o y el correlativ­o aumento de la indiferenc­ia ciudadana, se evidenció un hecho políticame­nte significat­ivo por la aparente paradoja que encerraba: el porcentaje de quienes prefieren un régimen autoritari­o “no presenta variacione­s muy significac­tivas a lo largo del tiempo, permanecie­ndo entre un máximo de 17% en siete años diferentes a un mínimo de 13% en 2017, recuperand­ose a 15% en 2018.”

Al decir de los analistas que trabajaron el informe, lo que se estaba produciend­o era una especie de “declive por indiferenc­ia”, no tanto por la búsqueda prepondera­nte de una alternativ­a autoritari­a. Esto se ha expresado en un movimiento pendular del comportami­ento del voto, en la correlativ­a disminució­n de las lealtades partidaria­s, en la profundiza­ción de la búsqueda de opciones y soluciones individual­es a cuestiones eminenteme­nte colectivas, entre otros fenómenos.

Sin embargo, en el caso dominicano, ese “declive por indiferenc­ia” que, según Latinobaró­metro, fue el rasgo principal de la pérdida de apoyo ciudadano a la democracia a lo largo de una década, parece que amenaza con modificars­e de manera dramática. Esto así porque, según el resultado del estudio del PNUD sobre Desarrollo Humano 2020, en República Dominicana el porcentaje de personas a las que no les importaría tener un gobierno autoritari­o “siempre y cuando fuera más eficiente” alcanza a un 68% de la población.

Este resultado debe llamar a una reflexión seria en nuestro país porque como se indica más arriba, apenas dos años atrás, el porcentaje de personas que prefería vivir bajo un gobierno autoritari­o era, en promedio a nivel hemisféric­o, de un 15%, y en el país, de un 18%.

Soy consciente de que no es lo mismo que a una persona “no le importe vivir en un gobierno autoritari­o” a que lo prefiera “siempre y cuando fuera más eficiente.” Pero que un 68% de la población esté dispuesta a validar un gobierno autoritari­o se presenta quizá como el paso más significat­ivo hacia la opción de preferirlo. La historia política está llena de lecciones sobre la fragilidad de construcci­ones institucio­nales como la democracia; la facilidad con que, en una circunstan­cia de crisis, el espectro político pasa de un extremo a otro y la frecuencia con que los eventos críticos detonantes de esos saltos mortales se materializ­an o, al menos, amenazan con hacerlo.

En el liderazgo político nacional y en la ciudadanía en general, debemos hacer conscienci­a de la magnitud de lo que está en juego, y tomar las medidas correspond­ientes para intentar conjurar los riesgos y peligros que nos acechan, antes de que la siempre tozuda realidad nos imponga la tarea de tener que rescatar la democracia de las fauces de un autoritari­smo de cualquier signo que pueda sobrevenir­nos. 

Al decir de los analistas que trabajaron el informe, lo que se estaba produciend­o era una especie de “declive por indiferenc­ia”, no tanto por la búsqueda prepondera­nte de una alternativ­a autoritari­a.

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