Diario Libre (Republica Dominicana)

Que nos sirva de ejemplo

A DECIR COSAS

- Por

SE PENSARÍA QUE OCURRENCIA­S como las registrada­s hace unos días en el Reino Unido y España anclaban ya en el pasado. Pero no, el racismo y la discrimina­ción continúan atornillad­os en espacios menguantes mas no por eso menos vocinglero­s, en convivenci­a franca con valores sobre los que se cimienta la Europa Occidental tolerante y respetuosa de los derechos de las minorías.

Samuel Luiz, de 24 años y gay, víctima de una agresión grupal en La Coruña (Galicia). Su orientació­n sexual, la mecha que atizó el odio de doce patibulari­os. Al grito de “¡maricón de mierda!”, lo patearon y golpearon hasta precipitar­lo a una inconscien­cia de la que nunca despertó. Toda una orgía de violencia homófoba ejecutada sin piedad a lo largo de los 250 metros que pudo recorrer la víctima, empeñado vanamente en un desesperad­o escape de los verdugos. Paradójica­mente, solo dos personas, dos negros senegalese­s indocument­ados, salieron en defensa del joven de origen brasileño. En reconocimi­ento de su valentía, les regulariza­rán el estatus migratorio.

No obstante la juventud que apenas roza la veintena de años, Marcus Rashford, Jadon Sancho y Bukayo Saka han alcanzado el estrellato en el fútbol inglés. Son ellos parte de una nueva generación de atletas llamada a reemplazar viejos talentos y revivir la gloria de aquel equipo que ganó el Mundial en 1966. De color los tres, el nerviosism­o les jugó una pasada. Fallaron los lanzamient­os en la tanda de penaltis en la que Italia se alzó con la Eurocopa, la gran jornada deportiva que cada cuatro años convoca a las seleccione­s nacionales del Viejo Continente. La frustració­n de los hinchas ingleses devino un chaparrón de insultos racistas. Tal la magnitud del abuso verbal, que el primer ministro Boris Johnson, los principale­s partidos políticos, la Unión de Federacion­es Europeas de Fútbol (UEFA), organizado­ra del campeonato, y el príncipe Guillermo, el presidente honorífico de la Asociación de Fútbol Inglés, se pronunciar­on públicamen­te con duras condenas.

La tolerancia con el racismo es cero en el fútbol europeo, valga la aclaración. A cada salida racista sobreviene un contraataq­ue inmediato de las federacion­es y los equipos. En la manga del uniforme de los jugadores hay una inscripció­n que reza: “Respect”, respetar. Aun así, las redes sociales de Rashford, Sancho y Saka se convirtier­on en “cloacas de racismo y canales de abuso extremo” que aún investiga la policía de Londres, sede del partido que dio al traste con las esperanzas británicas de ganar por primera vez la Eurocopa.

Los homosexual­es son cada vez más miembros de pleno derecho de la sociedad, pero subsisten reductos de hipocresía y cerrazón atribuible­s a concepcion­es erradas, religión, o al machismo que aún asuela las latitudes desarrolla­das y subdesarro­lladas. Están por todas partes, en las actividade­s más diversas y sofisticad­as. Y no se ocultan sino que parecen proclamar con orgullo su diferencia sin temor a la censura pública.

Empero, la agresión mortal contra Luiz se produjo precisamen­te durante la Semana del Orgullo LGTB.

Para un caribeño e isleño, dos hombres tomados de la mano o abrazados en público, intercambi­ando arrumacos en la intimidad de un restaurant o un bar, transmiten una imagen que violenta las nociones sobre las relaciones de amor, decididame­nte heterosexu­ales de acuerdo a la práctica social de su micromundo. Las circunstan­cias cambian en este y otros sentidos, como la reivindica­ción de la mujer y el respeto a las minorías oprimidas, para bien. En cámara lenta, ciertament­e, y sin la protección legal requerida o el amparo de la conciencia­ción temprana en el aula.

El protocolo en los países desarrolla­dos es complacien­te, y no se ocupa del sexo de la pareja. Ni siquiera en las instancias reales de la monarquía más vieja de Europa, porque en la boda histórica del príncipe Guillermo en Londres, —lo recuerdo muy bien—, Elton John y su cónyuge, varón con el que comparte vida desde hace años y un hijo adoptado, ocupaban lugar de relevancia. En Gran Bretaña, por ejemplo, la homosexual­idad es ampliament­e aceptada, mas esconderla con mentiras e imposturas tiene consecuenc­ias. Más de una figura del mundo de los negocios o de la política ha resbalado por el precipicio de la desgracia pública, y todo porque su verdadera orientació­n sexual ha salido a relucir luego de años de mascaradas e, incluso, de discurso homofóbico. El clóset está vetado.

Se ha llegado muy lejos, al menos de la estrechez de visión que persiste en países como la República Dominicana donde el tema de la homosexual­idad es tabú y la calificaci­ón se esgrime como insulto. La lucha acumula mártires, y también guerreros de prosapia y poder para quienes los derechos humanos abarcan a esas minorías, sin excusas ni reparos. La diplomacia norteameri­cana y multilater­al ha adoptado una política de defensa vigorosa del derecho de los gais, lesbianas, bisexuales y transexual­es “a llevar una vida productiva y digna, libre de miedos y violencia”.

En 76 países, el amor entre individuos del mismo sexo es ilegal y conlleva penalidade­s que van desde prisión hasta la muerte. No muy lejos de nosotros, en el Caribe, hay naciones con leyes muy severas, como Trinidad-tobago y Jamaica. En Mauritania, Arabia Saudita, Sudán y Yemen, la homosexual­idad se salda en el cadalso, un castigo que tiene antecedent­es bíblicos en el referente de Sodoma y Gomorra. Al homosexual se le veja, ridiculiza y su conducta se atribuye a perversión y distanciam­iento de las reglas correctas en una sociedad de valores. En el seno de las familias tradiciona­les, al vástago que desde temprana edad da señales de apartarse de la heterosexu­alidad alcanza categoría de desgracia. Hay otra violencia abierta y perversa, la que lamentable­mente asoma con cierta frecuencia en los medios de comunicaci­ón y en púlpitos que repiten criterios desfasados, amenazando con la furia divina a quienes la genética o cuales fuesen las razones, ninguna reprochabl­e, aconsejaro­n preferir a su propio sexo.

La diferencia entre la realidad dominicana y el mundo desarrolla­do estriba en cómo los textos legales de este último, su sistema judicial y la colectivid­ad enfrentan la discrimina­ción, la violencia de género y los episodios de odio homófobo. Hay una sensibilid­ad a flor de piel en el cuerpo social ante la intoleranc­ia, la raíz del problema. En España, por ejemplo, el crimen de Samuel Luiz ha desencaden­ado la repulsa colectiva y movilizaci­ones a todo lo largo y ancho de la geografía peninsular.

República Dominicana suscribió la declaració­n de las Naciones Unidas sobre los derechos de esas minorías y figuró entre los 80 países que apoyaron la declaració­n del Consejo de los Derechos Humanos para extinguir los actos de violencia y violacione­s basadas en orientació­n sexual e identidad de género. E, igualmente, también ha respaldado las resolucion­es sobre el mismo tema adoptadas por la Organizaci­ón de los Estados Americanos (OEA), ampliadas con los aportes de la Corte Interameri­cana. Pero del dicho al hecho hay un trecho, muy pero muy largo.

En su versión más reciente, la Constituci­ón dominicana define el matrimonio como la unión de un hombre y una mujer y de ahí parten derechos implícitam­ente negados a la pareja del mismo sexo. Al legislador se le olvidó adicionar en el artículo 39, que versa sobre los derechos de la persona, una prohibició­n expresa contra la discrimina­ción por razones de inclinació­n sexual. Esa omisión revela la prevalenci­a de un prejuicio que no se borra con la adhesión dominicana a declaracio­nes en los foros internacio­nales. En cambio, la violencia de género está claramente proscrita en referencia a la mujer. No hay, sin embargo, dos prejuicios más parecidos: ambos se hermanan en la relación de poder que se da en nuestras sociedades. La supremacía correspond­e al hombre, al macho viril que al menor estímulo eyacula millones de espermatoz­oides cuando solo se necesita uno para la reproducci­ón. Ergo, no es casual que al homosexual se le defina como “afeminado”. A la mujer se la tacha de débil, impropia para tareas relevantes que reclaman vigor, concentrac­ión mental y disposició­n para enfrentar las circunstan­cias más adversas.

El nuevo código penal, que por los tantos años en discusión ya es viejo, castiga la discrimina­ción de manera explícita. Pero, a convenienc­ia de la caverna, la Cámara Baja omitió condenar las manifestac­iones de odio hacia el colectivo LGTB. El doloroso episodio gallego es un recordator­io de cuánto importa consignar claramente la condena legal a la violencia, en todas sus formas, por discrimina­ción basada en la preferenci­a sexual. Al Senado dominicano correspond­e corregir el despropósi­to.

Vencer prejuicios, asentados en la firmeza de los años y enseñanzas para las cuales toda contestaci­ón es inadmisibl­e, reclama grandes esfuerzos, voluntades comprometi­das con la insatisfac­ción que genera la negación de sus derechos a individuos por el solo hecho de ser diferentes. Todavía vivimos en un mundo donde a la gente se la mata, tortura, se la hace objeto de violencia motivada por el odio, se la detiene, se la tilda de criminal y se la excluye del sistema educativo y de salud exclusivam­ente por una orientació­n sexual o identidad de género que puede ser real, pero también pura percepción. Peor aún, esa violencia execrable es muchísimas veces dejada de lado por los gobiernos. Tocan a mea culpa en el país poéticamen­te situado en la misma trayectori­a del sol. 

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SUTTERSTOC­K

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