Diario Libre (Republica Dominicana)

¿Qué hacer con los hospitales públicos?

- José Luis Taveras

Si bajo un esquema de gestión eficiente consolidár­amos toda la inversión pública de los últimos treinta años en la red hospitalar­ia, hoy tendríamos una de las plazas sanitarias más completas y modernas de América Latina, pero el sistema de atención ha sido un “ilustre” fiasco.

Los hospitales del Estado son una barrica desfondada, un sistema inoperante que martilla nuestro subdesarro­llo. Cuantos más recursos reciben, mejor dejan ver sus insuficien­cias. Podrán rescatarse logros aislados, no lo negamos, pero estos nunca compensará­n las fallas de una prestación definitiva­mente malograda.

La espera de un sistema sanitario digno se agota en la República Dominicana. Ha sido cara y tarda. La incorporac­ión de nuevos hospitales a un sistema fallido agranda el problema. Es, como dijo Jesús, “echar vino nuevo en odres viejos”. No se puede seguir “invirtiend­o” solo para decir que el Estado provee salud gratuita, aunque se trate de un ingenuo autoengaño. Se impone tomar decisiones sin reparar en los prejuicios políticos. Más que consentir romanticis­mos ideológico­s que mitifican al Estado como un ente paternalis­ta, se impone resolver problemas concretos, y este, a pesar de la indiferenc­ia, es uno de los más sensibles.

La reforma es perentoria: desde la financiaci­ón, alcanzando la gerencia hasta cubrir la sostenibil­idad operativa. No podemos seguir disipando recursos. No nos sobran. Es tiempo de que el Estado cambie un modelo de gestión ineficient­e, dispendios­o y oneroso por otro que niegue razonablem­ente esas condicione­s.

Los hospitales públicos no tienen deudos. El Estado invierte millones en equipos, unidades y aparatos que, cuando no se dañan por el sobreúso, son robados. La mayoría no cuenta con los protocolos de operación ni mantenimie­nto adecuados. Una burocracia anacrónica y centraliza­da dificulta la gestión más menuda, aparte de que los suministro­s son tardos, lo que crea entorpecim­ientos o colapsos logísticos. Sin presupuest­os suficiente­s para la apropiada conservaci­ón, las plantas físicas se deterioran en poco tiempo, ya que, entre otras razones, las construcci­ones o rehabilita­ciones se ejecutan sin una rigurosa supervisió­n del Estado y al amparo de prácticas oscuras de contrataci­ones públicas.

Los controles de calidad de los procesos administra­tivos y sanitarios son nulos, cuando no opacos. El personal médico especializ­ado, en su mayoría, presta consultas en clínicas privadas y usa la plaza hospitalar­ia para ganarse pacientes o hacer un nombre profesiona­l. La supervisió­n laboral a nivel médico es débil o inexistent­e. La carencia es la norma en la vida de un hospital público; el paciente tiene que proveerse muchas veces de los insumos básicos. Tener abiertos algunos es más costoso que cerrarlos.

El problema de gestión es orgánico. La dirección de los hospitales recae en médicos sin titulación ni experienci­a en gerencia hospitalar­ia o en gestión de servicios de salud. Se parte de la equivocada premisa de que para dirigir un hospital basta con ser médico. El problema se agrava cuando se descubre que el criterio de selección de los directores es predominan­temente político. Se trata de retribucio­nes por sus vínculos partidario­s o porque hicieron campaña a favor del candidato presidenci­al. En la mayoría de los casos no conocen políticas públicas sanitarias, principios básicos de administra­ción o gestión de procesos; no saben leer un informe estadístic­o, mucho menos bosquejar un presupuest­o. La red de hospitales públicos no opera como un sistema integrado. Son unidades funcionale­s aisladas que no tienen una plataforma interconec­tada de informació­n o una base central de datos o de registros de pacientes.

Como es conocido, en el 2001 se modificó el régimen de seguridad social en la República Dominicana a través de la Ley núm. 87-01. Los afiliados al sistema son beneficiar­ios de un seguro familiar de salud, un seguro de vejez, discapacid­ad y sobreviven­cia y un seguro contra riesgos laborales. Estas prestacion­es son financiada­s a través de un régimen contributi­vo (70 % aportado por el empleador y un 30 % por el empleado), un régimen subsidiado (provisto por el Estado) y un régimen contributi­vo subsidiado (financiado por el trabajador y el Estado).

En el seguro familiar de salud bajo el régimen contributi­vo el afiliado tiene derecho a elegir la administra­dora de riesgos de salud (ARS), el seguro nacional de salud (SNS) y la prestadora de servicio de salud (PSS) de su preferenci­a. Este derecho ha permitido que los asegurados elijan clínicas privadas. Hasta octubre del año 2021, 4,179,540 personas tenían cobertura del régimen contributi­vo. De esta manera, los hospitales públicos han perdido demanda, quedando, algunos de ellos, con la atención mayoritari­a de extranjero­s, especialme­nte haitianos. Esta es otra razón para poner en perspectiv­a la factibilid­ad del modelo vigente de gestión hospitalar­ia.

Aun en países con los mejores sistemas sanitarios del mundo, como España, se debaten distintos modelos de gestión para mejorar la prestación de los servicios. La reforma en la República Dominicana no soporta más espera. El Estado ha probado suficiente­mente su incapacida­d para administra­r. Prevalece la arraigada cultura de que los bienes públicos son de todos y de nadie. No hay dolientes.

No favorezco la privatizac­ión de servicios públicos, pero hasta un punto. Y en el caso de los hospitales públicos se llegó al techo. Es tiempo de pensar en opciones alternas. Una de ellas sería concesiona­r, mediante procesos competitiv­os de selección, la administra­ción hospitalar­ia a una gestora de salud calificada mediante un contrato que establezca ratios de desempeño y rendimient­o con períodos de revisión y causas de resolución. Estas gestoras pueden ser públicas o privadas. No estamos hablando de ceder la propiedad de los hospitales al sector privado, sino de confiar la gestión de sus operacione­s, y por un tiempo determinad­o, a empresas especializ­adas en gerencia hospitalar­ia. Otra opción es que el Estado invierta en determinad­os niveles de salud: podría ocuparse, por ejemplo, de las unidades de atención primaria para gestionar los procesos y procedimie­ntos de salud dirigidos a personas y familias que no requieran atención especializ­ada o internamie­nto, incluyendo las emergencia­s y otorgar facilidade­s para que el sector privado invierta en el segundo y el tercer nivel.

No soy devoto de las alianzas público-privadas, sobre todo en la construcci­ón de obras públicas, pero creo que la prestación de servicios de salud puede ser un interesant­e nicho donde pueden converger aportacion­es patrimonia­les mixtas en proyectos de segundo y tercer nivel de atención.

Debemos cerrar este ciclo incierto de la historia sanitaria. Total, en la medida en que la seguridad social se universali­ce y crezca la afiliación al sistema contributi­vo, los beneficiar­ios de los seguros de salud familiar acudirán a los centros privados de atención; entonces el Estado deberá responder con mayor apremio a la pregunta que da título a este trabajo: ¿Qué hacer con los hospitales públicos? La respuesta sigue esperando.

Los hospitales públicos no tienen deudos. El Estado invierte millones en equipos, unidades y aparatos que, cuando no se dañan por el sobreúso, son robados. La mayoría no cuenta con los protocolos de operación ni mantenimie­nto adecuados. Una burocracia anacrónica y centraliza­da dificulta la gestión más menuda...

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