Diario Libre (Republica Dominicana)
Enamoramiento político
una disposición voluntaria iluminada con la razón para conciliar intereses y conflictos. Implica un “compromiso” no declarado de aceptarse en forma consciente, voluntaria y libre. No solo es admitir o someterse al otro; es hacer propias sus visiones y realizaciones. La idealización del gobernante en esta etapa sucede cuando este logra instalar una imagen maciza, limpia y madura en la memoria del gobernado; cuando hay una correspondencia entre las expectativas de la mayoría y las ejecutorias del gobernante. La simpatía se convierte entonces en admiración y la opinión en respaldo. Es una construcción afectiva que nace de la confianza entre gobernante y gobernados sobre una relación sensible y transparente de buen gobierno.
Pocos líderes acaban su mandato como sujetos de un “amor maduro” con su pueblo. La experiencia latinoamericana es que el “ex”, cuando no es un reo de la justicia, termina como un arrimado social. Hoy vagan muchos desechos políticos en las orillas de los afectos populares con un retrato histórico desgarrado, sin poder levantar la frente o fijar la mirada. Es una estampa del folclor político de estas democracias distópicas. He visto muchas imágenes de la decadencia de líderes que una vez fueron amados, pero tres de ellas me han perturbado de forma sensible: la expresión agonizante de Fujimori (Perú) pidiendo que lo dejen ir a casa a morir en paz, la foto de Antonio Saca (El Salvador) en camisilla andrajosa tras las rejas y el reciente video de Juan Orlando Hernández (Honduras) cuando aborda el avión que lo conduciría como cualquier extraditado a los Estados Unidos. El problema es que el poder enferma y aun así algunos se creen admirados.