Diario Libre (Republica Dominicana)

Quítate tú pa’ ponerme yo…padura !!

- Por José Rafael Lantigua

“Creo que, al final, todo eso es lo que distingue a la salsa: no es un ritmo, ni una melodía, ni siquiera una moda: la salsa fue –y es todavíaun movimiento musical caribeño”.

Johnny Pacheco

EN SEPTIEMBRE DE 2018 se inauguró en la Pontificia Universida­d Católica Madre y Maestra, recinto Santo Tomás de Aquino, la Cátedra René del Risco Bermúdez, y Minerva, la hija del poeta, nos invitó a Leonardo Padura y a mí a pronunciar los discursos inaugurale­s de ese importante proyecto. Yo hablaría sobre René, su vida y obra, y Padura cerraría con una brillante exposición sobre la literatura en el Caribe.

Mientras esperábamo­s en un aula contigua al auditorio el inicio de la ceremonia, pregunté a Leonardo sobre un libro suyo que no sabía entonces si se había reeditado o no, interesado sin dudas en que ese texto, tan poco común en el ámbito de las grandes figuras literarias hispanas, fuera consumido por los lectores que para cuando el libro se editó en Cuba no conocían su labor literaria. Leonardo, acompañado siempre de su inseparabl­e Lucía a quien dedica todos sus libros, me comentó que estaba haciéndole unas correccion­es y agregándol­e algo más, porque existía el propósito de la editorial Tusquets, donde es una de las principale­s estrellas de su envidiable catálogo, de reeditarlo, como en efecto sucedió el año pasado, aunque hace apenas un par de meses que ha llegado la nueva edición a Santo Domingo.

Leonardo era popular, fundamenta­lmente en Cuba, por su saga del detective Mario Conde, de la que si no andan mal las cuentas de mi biblioteca está formada por siete novelas policiacas, que le permitiero­n obtener premios tan relevantes como el Café Gijón y el Dashiell Hammett, y en su patria el Cirilo Villaverde. Poco a poco, fue Padura integrándo­se con su serie al mundo de la gran literatura y siendo respaldado por lauros que impulsaron su nombre y su obra. Netflix difundió hace poco tiempo una formidable serie basada en las cuatro primeras novelas de la saga del teniente Mario Conde, que, en su conjunto, se denominan “Las cuatro estaciones” y que comprende a Pasado Perfecto, Vientos de cuaresma, Máscaras, y Paisaje de otoño.

El libro del cual le pregunté a Leonardo sobre su destino es muy distinto a todo lo que publicó antes y a lo que publicó después. Se trata de Los rostros de la salsa, un conjunto de entrevista­s que el escritor cubano realizó a famosos exponentes de la música caribeña, englobadas en el concepto “salsa” de amplia difusión entre los años sesenta y ochenta, aunque aún continúe viva con exponentes más reducidos que los de aquellos decenios. Padura había publicado ese libro en 1997 y me pidió presentarl­o en Santo Domingo en nuestra primera Feria Internacio­nal del Libro, en 1998. Pedí a Yaqui Núñez del Risco que me acompañara en la presentaci­ón y el acto se realizó a casa llena en el auditorio Juan Francisco García del Conservato­rio Nacional de Música. Nadie entonces conocía a Padura ni mucho menos a ese libro, salvo los pocos que en visitas a Cuba -no se vendían aún sus libros aquí- habíamos adquirido su saga condiana. Aquella fue, sin dudas, la presentaci­ón de Padura en la sociedad dominicana.

Leonardo Padura Fuentes -cuyo segundo apellido eliminaría después de que comenzó a correr su nombradía en el ambiente literario hispano- era autor entonces de libros a través de los cuales fui conociendo su escritura, no sólo novelas, sino cuentos y ensayos. Entre ellos, “Lo real maravillos­o: creación y realidad” (1989), “Un camino de medio siglo: Alejo Carpentier y la narrativa de lo real maravillos­o” (1994), “Modernidad, postmodern­idad y novela policial” (1999), su libro de relatos “La Puerta de Alcalá y otras cacerías” (2000) y, entre otros, “El submarino amarillo”, una antología del cuento cubano que comprende los años de 1966 a 1991 (1993). De modo que cuando Padura viene por primera vez a Santo Domingo, en 1998, ya había ganado, un año antes, el Dashiell Hammett por “Máscaras” y acababa de recibir ese mismo galardón por “Paisaje de otoño”. Además, había ya comenzado su recorrido editorial internacio­nal al ser publicadas sus obras en el Fondo de Cultura Económica, la Universida­d Nacional Autónoma de México (UNAM), Norma, Ediciones Callejón de Puerto Rico, hasta que aterriza en Tusquets, donde se reeditan sus novelas policiales y luego se conocerían sus otras grandes novelas que le han dado un gran prestigio internacio­nal, ha permitido ser difundido en varias lenguas, con una envidiable población de lectores, y se ha llevado a casa el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015. Anotemos que cuatro años después de aquella primera visita al país, Padura obtuvo el Premio Internacio­nal de Novela de Casa de Teatro, en 2001, con su libro “La novela de mi vida”, una biografía novelada del gran poeta romántico José María Heredia, que me tocaría presentar.

Con Los rostros de la salsa el Padura periodista incursiona en la historia del celebrado ritmo latino, en el cual terminaron insertando los cronistas de la época a todo género de origen caribeño, incluyendo el merengue. Es un libro que, releído veinticuat­ro años después, para quienes, como es nuestro caso, la música es un indispensa­ble de la cotidianid­ad, nos conduce a conocimien­tos y experienci­as sobre la historia de la “salsa” que resultan vitales para entender el proceso de su creación, desarrollo y declive.

Aquel género (¿subgénero?) musical, que no hay que dar muchas vueltas para admitir que proviene de la música cubana (guaracha, son, cha cha chá, rumba y jazz afrocubano), tiene sus matices propios (hay aportes de la bomba y plena borinqueña­s, del son montuno y del guaguancó). Y que, sobre todo, con la gran dimensión comercial que gerenció, a ciencia y conciencia, Johnny Pacheco junto al abogado y productor argentino Jerry Masucci, fue una clave de época, que fue perdiendo su predominio quizás por el exceso comercial que originó la propia Fania y, también, por la cantidad de grupos que terminó haciendo lo mismo, creando variacione­s como la “salsa erótica” o “camera” (de cama, ha de suponerse), y disponiend­o del ritmo a su antojo. Este elemento, lo explican sus protagonis­tas y el cronista, benefició el auge del merengue que vivió una de sus mejores épocas entre los setenta y los ochenta, con la original travesía creativa de Wilfrido Vargas, la renovación impresiona­nte de Johnny Ventura y, más adelante, con la original muestra rítmica, sonora y lírica de Juan Luis Guerra.

En este libro hablan los grandes de la salsa: los populares y los conocidos sólo por los expertos. La lista estremece: Rubén Blades, Mario Bauzá, Willie Colón, Juan Fornell (uno de los grandes que nunca tuvo presencia en la radio dominicana), Cachao López, Papo Lucca, Adalberto Álvarez, un autor musical Radamés Giró, un gerente del negocio Nelson Rodríguez, y representa­ndo a la República Dominicana, Ventura, Vargas, Guerra, y el hombre que, sin duda alguna, inventó la “vaina” y le dio forma, cadencia y dinero al nuevo tumbao, el inmortal Johnny Pacheco (Hubiese querido que estuviese en el grupo el “sonido bestial” de Richie Ray con Bobby Cruz). Cada uno cuenta su historia. Hay contradicc­iones entre ellos, los cubanos reclaman propiedade­s (no sin razón), alguno observa las tangentes del ritmo, Wilfrido proclama que el merengue es él (y lo fue en aquellos tiempos), y en las entrevista­s de Padura a estos genios musicales se ofertan respuestas con las que se construye la real y auténtica historia de la salsa. Padura completa su libro, a manera de epílogo, con diez razones y cinco opiniones para creer (o no) en la existencia de la salsa. Hay una discografí­a básica y nuevos prólogos. Pero, sobre todo, se reedita un libro de mucho valor para meternos de lleno en los interstici­os de un ritmo y sus meandros que se meció a voluntad en su nacimiento en los bares de Nueva York que le otorgaron primacía y valor, y que en todo el Caribe, y mucho más allá, se bailó con furia, con “la propiedad camaleónic­a de la transfigur­ación de toda una tradición, y la capacidad de englobarla, de aclimatarl­a en una perspectiv­a contemporá­nea”. Padura no se equivoca: “Si esta música existe es porque existe un hombre llamado Johnny Pacheco”. 

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