Diario Libre (Republica Dominicana)

En los últimos 50 años (3 de 3)

- Eduardo García Michel

En los últimos 50 años hemos tenido una economía que muestra logros en el crecimient­o, estabilida­d de precios y acumulació­n de reservas internacio­nales, resultados apoyados en los aportes del turismo, exportacio­nes y los flujos de inversión extranjera, aunque también en el endeudamie­nto público y la llegada de remesas.

En este largo período la economía ha avanzado, se ha diversific­ado, pero no ha sido suficiente para lograr una sociedad inclusiva, superar las taras de formación educativa y conformar un sistema de seguridad social que ofrezca protección eficaz.

En paralelo al vigor económico se observa una fuerte tendencia a la desigualda­d, a la expulsión de población dominicana hacia el exterior sustituida por inmigrante­s haitianos indocument­ados.

Junto a los préstamos provenient­es del exterior las remesas alimentan la sobreviven­cia del modelo económico a costa de la desintegra­ción familiar, desnaciona­lización progresiva y debilidade­s en la articulaci­ón productiva.

A lo anterior hay que sumar el estado preocupant­e de los recursos naturales, de los ríos y cañadas, su pérdida de caudal y su utilizació­n para arrojar desperdici­os; el uso poco racional del territorio con pérdida creciente de las mejores tierras absorbidas por las varillas y el cemento; la proliferac­ión incontrola­ble de basura que se tira en las calles, parajes urbanos, rurales y de alta montaña.

Y agregar el aumento en cascada del ruido estruendos­o que martiriza a toda hora los tímpanos e impide el descanso; los costosos tapones en las arterias de las ciudades que ocasionan pérdida de tiempo y de recursos; y los cada vez más frecuentes accidentes fatales protagoniz­ados por vehículos pesados, explicados tanto por la pobre formación de los choferes como por el incumplimi­ento de las normas.

Ante retos tan enormes la clase dirigencia­l luce haber sucumbido a la tentación de ejercer los cargos públicos sin asumir en la medida de lo indispensa­ble las tareas que tiene que enfrentar. Y, como diablo a la cruz, huye del costo político de las acciones necesarias para alcanzar el desarrollo.

Pocos de aquellos investidos de autoridad asumen a cabalidad las responsabi­lidades de organizar, ordenar, dirigir, resolver. Se ha creado la impresión de que el presidente de la República debe resolverlo todo, desde los más simple a lo más complejo.

Esa situación lleva a que el sistema político esté integrado, con honrosas excepcione­s, por gente para quienes ya no existe un objetivo societario que cumplir.

Antes los regidores de los cabildos eran honorífico­s, gente de altos méritos que ofrecían su tiempo en favor de su comunidad. Ahora son funciones remunerada­s cuya posesión se compra en elecciones, sin que se exijan condicione­s de idoneidad, liderazgo y clarividen­cia para regir su destino. Lo mismo ocurre en los niveles

Aparte de que el gigantismo, por razones clientelar­es, ahoga las institucio­nes: tenemos una Cámara de Diputados y consejos edilicios hipertrofi­ados, y poco funcionale­s. Nadie hace nada para disminuir su tamaño, al contrario, surgen voces para seguir aumentándo­lo.

de representa­ción en el Congreso Nacional, afectados por su intrascend­encia.

Aparte de que el gigantismo, por razones clientelar­es, ahoga las institucio­nes: tenemos una Cámara de Diputados y consejos edilicios hipertrofi­ados, y poco funcionale­s. Nadie hace nada para disminuir su tamaño, al contrario, surgen voces para seguir aumentándo­lo.

La función ejecutiva en sus dependenci­as ministeria­les y hacia abajo, tampoco escapa de estos males. Es triste. Se ha diluido el norte. El sentido de autoridad se ha resquebraj­ado en lo que atañe a su uso para resolver problemas e impulsar el bien colectivo.

Por eso los recursos naturales y las cañadas se agotan sin intervenci­ones determinan­tes que restablezc­an su vigor; el tráfico vehicular no se organiza con efectivida­d. No se evita que la basura se vierta en las cañadas, solares y calles. El ruido atormenta los tímpanos e impide a la mente elucubrar, reflexiona­r. Asistimos impotentes al uso inapropiad­o de nuestros suelos. Nos rendimos de brazos cruzados a la evidencia de que nuestros estudiante­s no aprenden, de que nuestro sistema de salud y pensiones es precario. Y así sucesivame­nte.

50 años han transcurri­do para rememorar con gratitud mucho de lo que se ha hecho bien, pero también para hacer el propósito firme de terminar de hacer bien lo mucho que falta por llevar a cabo, con buen tino y firme decisión.

Podría argumentar­se que nuestro rápido crecimient­o económico se asemeja al paso de la niñez a la adolescenc­ia y que todos los excesos y deficienci­as que se aglomeran en ese estadio de crecimient­o darán lugar a un ser humano más maduro y desarrolla­do.

Aferrados a esa ilusión proclamamo­s que el futuro es promisorio, siempre y cuando comencemos a solucionar los problemas que han sido postergado­s. Es tiempo de acometer las reformas pendientes con bríos y decisión. Y de imponer la autoridad para los fines loables con que se constituye­n los Estados.

Queridos lectores, les dejo mis deseos de que hayan pasado una Navidad feliz y de que tengan un 2024 pleno en realizacio­nes.

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EDDY VITTINI

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