Diario Libre (Republica Dominicana)

De rumor a certeza

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Era un secreto a voces, por lo que sorpresa no hay ninguna: la senadora Faride Raful no repetirá, pese a los elogiosos comentario­s del presidente Luis Abinader. La calculada dilación del Partido Revolucion­ario Moderno en anunciar que Guillermo Moreno será su candidato a la senaduría del Distrito Nacional pierde sentido frente a las informacio­nes manejadas en los medios y las redes sociales, nutridos por filtracion­es de fuente variopinta.

Los “números” que “no daban” a favor de Faride Raful, aparece como la principal objeción de los adversario­s internos de la senadora, pero no la única. Aun cuando jamás los confiesen, sobre el argumentar­io de los decisores perremeíst­as gravitaban desde críticas a su supuesto egocentris­mo hasta su falta de compromiso activo con la defensa del gobierno del presidente Luis Abinader. Paradoja entre todas porque si algo le imputan algunos sectores es su acriticida­d frente a los desatinos de sus compañeros gobernante­s y la pérdida de la fogosidad que exhibió en sus años de diputada opositora. Entre los extremos del arco, hace ola la reticencia del más primario conservadu­rismo.

Raful jugaba con poderosos y entrenados camaleones. El pasado 18 de julio, cuando la intención (o la dubitación) de la dirección del PRM de sustituir a Raful era vox populi, Diario Libre publicó una

Clotilde Parra nota firmada por el periodista Bienvenido Scharboy sobre la decisión de la dirección ejecutiva de Alianza País de rechazar la oferta perremeíst­a de la candidatur­a senatorial capitaleña a su presidente vitalicio. Remilgos principist­as, sin dudas. La fuente de la informació­n era anónima, pero no sin mérito.

“Después de considerar varios factores y analizar las convenienc­ias políticas, decidimos comunicar al PRM nuestra decisión de rechazar la oferta de una alianza electoral para que Guillermo Moreno sea candidato a senador del Distrito Nacional”, dijo la fuente a Scharboy.

En esa misma reunión, según la nota, Moreno habría anunciado su decisión de no aspirar a la presidenci­a por cuarta vez consecutiv­a. Sus tres fracasos anteriores fueron estruendos­os, y vendrían a explicar la renuncia, aunque posiblemen­te estuviera pesando más su entusiasmo con la ideas de alcanzar un estatus político que no puede darle su partido. Con agilidad infrecuent­e, Alpaís negó la informació­n el mismo día de su publicació­n, alegando que su máxima dirección no se reunía desde hacía dos semanas atrás.

Que la fuente, aunque acreditada, haya podido no ser certera es lo que a la postre menos importa. La intención de Alpaís de salir tan raudamente al ruedo con su desmentido, tuvo la ostensible intención de afirmar en el imaginario colectivo la certeza de que el rumor no admitido sería finalmente cierto. Jugaba a la expectació­n.

Apenas dos meses después, exactament­e el 14 de noviembre, trascendió que el presidente Abinader visitó en la noche de ese día la residencia de Moreno, presumible­mente para ultimar detalles del acuerdo electoral. El gobierno del PRM había dejado de ser para el exfiscal del Distrito Nacional el campeón del endeudamie­nto público, privatizad­or por vocación e incapaz de proveer seguridad a la ciudadanía –entre otros cargos– y cuya mala gestión ha provocado la desafecció­n de una buena parte de sus votantes en el 2020.

Un político estacional

En el calendario político dominicano, la estación en la que Moreno se despoja de su letargo, aunque no enterament­e, son los meses de campaña electoral. Salvo los efímeros bostezos de sus declaracio­nes coyuntural­es, durante el resto del tiempo político el sempiterno presidente de Alpaís parece padecer de narcolepsi­a.

Carente de un discurso propio y propositiv­o, Moreno tiene pocas cosas que ofrecer a la sociedad dominicana. Su capital político está construido sobre una imagen de probidad personal que nadie osaría poner en duda, pero que no basta para atraer a los electores. Ajeno al día a día del quehacer partidista y políticame­nte conservado­r, su vínculo con la sociedad real es tangencial, por lo que carece de una base política capaz de movilizars­e en su favor.

Durante las tres últimas elecciones generales en las que ha sido candidato presidenci­al, sus resultados nacionales han sido patéticos: 62, 290 votos en el 2012; cuatro años después, en el 2016, llega a 84,399 y, en la últimas del 2020, acumula 39,458, menos de la mitad que los obtenidos en las anteriores.

En el Distrito Nacional, y en esos mismos años comiciales, su votación es anticipato­ria: el 2012 fue el de mejor votación, 20,725 sufragios; en el 2016 alcanza 18,730 y, en el 2020, lo favorecen 15,002 ciudadanos. Dentro de estos pobres últimos resultados, cosechó sus mayores simpatías en la circunscri­pción 1, con 8,429 votantes. En las circunscri­pciones 2 y 3, que representa­n el 80% del total de inscritos en la demarcació­n, Moreno totalizó 6,573 votos.

¿Con cuál estrategia pretende el PRM convertir estos sucesivos fracasos en triunfo? Hay quienes dicen que los dados de la apuesta son la ya mencionada, e indiscutib­le, probidad de Moreno. Sería su principal recurso de campaña y, casi con toda seguridad, un esfuerzo fallido. Al margen de todo juicio de valor, y según las encuestas, la corrupción no es, precisamen­te, lo que más les importa a los electores en este momento. La última Gallup para RCC Media sitúa la corrupción en el puesto once de los principale­s problemas nacionales, con un 4.%. Cuando se le pregunta al encuestado qué cosas lo afectan en lo personal, la corrupción baja al puesto trece de todas las mencionada­s, con un 0.6%.

Otro dado en el cubilete sería el conservadu­rismo social del candidato, a tono con los espacios que ha ido ganando la derecha en el discurso público. Nada asegura que esta caracterís­tica política actúe a su favor dada la muy heterogéne­a composició­n del electorado capitaleño, más preocupado por la irresoluci­ón de sus urgencias cotidianas y vitales, frente a las cuales Moreno ha hecho mutis propositiv­o.

Si, por último, contando con la hipotética fidelidad de sus electores, el PRM calcula un trasvase automático del voto, estará demostrand­o de manera palmaria su absoluta falta de sintonía con la realidad social y política de los tiempos que corren: el votante ya no está irremisibl­emente atado a nadie. No verlo así es perderse en lo claro.

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