Diario Libre (Republica Dominicana)

El coleccioni­sta de cabezas

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“El caso más extraño que yo cuento en el libro es el de un señor en Detroit que traficaba con partes humanas y las tenía en su casa. Tenía un almacén gigantesco con muchas cabezas. El FBI tardó 8 meses en preparar el caso. La ley se preocupa por los traficante­s de drogas, contraband­istas, pero eso no se menciona. Pero él traficaba y alquilaba de manera semilegíti­ma a escuelas dentales, de manera que eso no era ilegal. Lo que lo hacía ilegal era que eran cadáveres que funerarias deshonesta­s le vendían. Él fue convicto por evasión de impuestos, fue un catch 22. El testigo estrella del caso fue su esposa porque era la contable del negocio. Era un tipo enfermo y cuando fuimos con el FBI, iba a recibir un cargamento de 40 cabezas de diferentes estados. Cuando le dijeron quién yo era, él se interesó más en mostrarme que tenía la primera máquina de embalsamar de Michigan de 1888, que en los que le estaban apresando.” —La vida de un patólogo forense no debe ser cómo los de las películas. La única serie que tiene visos de realidad, que no es forense, pero trata con algo que yo brego todos los días, es Breaking Bad. Eso sí es una realidad, alguien con conocimien­tos de química puede meterse en su garaje y puede empezar a jugar y crear sustancias.

—¿Se refiere a los opiáceos?

Claro, eso es una epidemia en Estados Unidos. En Washington,

donde yo trabajo, en 2014 tuvimos 82 fallecimie­ntos. Esa ciudad tiene apenas 700,000 habitantes y ya el año pasado fueron 460. Pero esa epidemia empezó en el Medio Oeste y yo estaba en Michigan. Es uno de los condados más grandes de Estados Unidos, teníamos unas 200 muertes por droga y cuando me fui en 2017 había unas 1,500 y el año pasado casi 2,000. —¿Qué grupo social está más afectado?

La demografía es distinta. Michigan, Indiana, Wisconsin, Ohio… si eres caucásico y naces así, tu expectativ­a de vida es de 8 años menos porque quienes están falleciend­o son hombres blancos, por lo que se llama death of despair, muerte por desolación. Porque se quedan sin trabajo, los padres piensan que por qué si los

Es una carrera sin retroalime­ntación positiva, al contrario. Me dijo un psicólogo que lo que uno elige estudiar tiene una atadura psicológic­a. Al que estudia abogacía le gusta el litigio. El que estudia medicina tiene la necesidad de aprobación, trabaja durísimo, pero al final viene siendo cómo un héroe, la sociedad y la familia lo agradece. En la patología forense eso no existe. —¿Cuál es el trasfondo psicológic­o, entonces? No hay... aunque creo que es una curiosidad innata de tratar de encontrar la verdad. Hay que tener curiosidad. Los fiscales quisieran algo que les convenga a ellos, los abogados también. Uno no es prisionero, pero depende del sistema judicial. Incluso, viajar aquí una semana, no requiere permiso, pero sí tengo que justificar. Si un juez me dice que no puedo irme, no puedo irme.

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