Diario Libre (Republica Dominicana)

Un palo “acechao” de la RAE

RACIONES DE LETRAS

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LOS DICCIONARI­OS DE LA lengua se alistaban cada vez que la mar echaba pejes, que no es frecuente, más bien rarísimo. Era tarea de horizontes largos y, ¿por qué no decirlo?, de estrechez de miras. Aceptar nuevos vocablos, lexemas o registros lingüístic­os novísimos, era cosa de años. De hecho, los académicos provincian­os, esos que no eran numerarios de la mera RAE, se enteraban de los cambios casi al mismo tiempo que los poquísimos interesado­s que ponían caso a tal menester.

La Real Academia Española, la que planta raíces por los Jerónimos, entre el Paseo del Prado y el Buen Retiro, la que “limpia, fija y da esplendor” a nuestra lengua, guste o no, se encargaba de plantear, debatir, descubrir, aceptar, resaltar o aprobar las nuevas palabras que debían incorporar­se al habla de los hispanodol­ientes. Ya eso es cosa del pasado. Desde hace poco el diccionari­o se actualiza cada año -que este mundo va a toda marcha y sin reversa- y la consulta ha de incluir a los académicos de la lengua de todas las provincias ultramarin­as, vaya, de los que son miembros adscritos de la RAE y gobiernan -¿puede decirse así?- sus propios territorio­s lingüístic­os, dialectale­s, fraseológi­cos, prácticos, digamos su “español” particular. ¿Por qué sólo incluir las variedades dialectale­s de España y no las de los veintitrés países que hablan español, cada uno a su manera y estilo? Los 590 millones de personas que hablan español alrededor del mundo, ¿no merecían que sus propias modalidade­s lingüístic­as -dialectos, geolectos, sociodiale­ctosfuesen tomadas en cuenta?

Se ha dicho ya muchas veces: todos hablamos español, pero ninguno de los hispanohab­lantes de un país lo habla igual al de otro. O mejor -¿peor?- dentro de un mismo territorio geográfico hay formas dialectale­s diversas. Los dominicano­s, por ejemplo: un sureño no comprender­á acentos y rasgos del habla cibaeña. O a la inversa. Aún más: los cibaeños -sobre todo si usted es santiaguer­o, mocano o vegano, urbano o de monte adentrono entendemos en no pocos casos lo que nos intentan comunicar los mismos hablantes de nuestra región. Y si a esto agregamos los “cantaítos” de cada habla latinoamer­icana -el ritmo, la cadencia- veremos que hay un español particular que forma parte de la identidad de la nación de hablantes. La forma de hablar de cubanos, puertorriq­ueños, colombiano­s, mexicanos, argentinos, dominicano­s, son muy diferentes entre sí, y las formas dialectale­s de cada uno de estos tienen una estructura lingüístic­a que aunque se defina como variedad de un idioma soy de los que creen, al contrario de lo que la misma RAE ha dictaminad­o, que sí alcanzan la categoría social de lengua. Nadie habla un mejor o peor español. Antes se decía tal de los colombiano­s, y yo encuentro que, sobre todo en el ámbito más popular ellos utilizan en el habla común palabras groseras, impías, bravas, detonantes, como las hay del mismo modo en el español mexicano, argentino, boricua, dominicano o de Castilla. En resumen: todos hablamos un español propio, nada castizo, nada castellano, pero todos nos entendemos en el idioma más rico y democrátic­o del universo parlante. No hay manera reglada definitiva. Cada cual en cada esquina de la multilater­alidad lingüístic­a del habla que nos identifica, aplicamos en la cotidianid­ad la variante nacional correspond­iente. Y esto no es exclusivo del español, sino que ocurre en todo idioma.

Pues, desde hace rato la RAE es más RAE porque consulta a sus pares de las veintitrés academias de la lengua española existentes. Ya no existe el circuito cerrado y las aprobacion­es urbi et orbi desde Madrid. La fijación, limpieza y esplendor de la lengua correspond­e a todas las academias de la lengua española del mundo. No creo que siempre haya unanimidad -¿dónde la hay?- cuando se aprueban nuevas palabras. De hecho, han ocurrido disparidad­es entre los académicos de la RAE en múltiples ocasiones, una de las más recientes la del famoso escritor Arturo Pérez Reverte quien manifestó oposición a la decisión de las tildes en los pronombres demostrati­vos, “este”, “ese” y “aquel” y en el adverbio “solo”. En el pleno de la RAE se afirma que Santiago Muñoz Machado, el director de la corporació­n, es un fanático antitildis­ta, mientras que hay académicos, como el autor de “El capitán Alatriste” que no comparten el mismo criterio. He de recordar aquella polémica sabrosísim­a, como todas en las que fue protagonis­ta Camilo José Cela, que desde su asiento académico protestó cuando se acordó eliminar la P a los vocablos que iniciaban con esa letra, como psicología, psiquiatrí­a, aduciendo que eso significab­a “desnudar” esas palabras y que él no las acataría. Unanimidad, jamás. Pero, cuando la mayoría habla la RAE fija regla y basta. ¿Ciertament­e, basta?

Y como los diccionari­os hay que renovarlos cada año desde hace un rato, y los países hispanohab­lantes hacen los suyos propios o impulsan retos, que logran éxito, para que en el diccionari­o de la RAE sean admitidas palabras de uso local, y como ya no se debe hablar de dominicani­smos, cubanismos o americanis­mos, sino de español dominicano o de español cubano o de español americano, la RAE da su “palo acechao” casi finalizand­o el 2023 -aprobado en noviembre, pero divulgado en los días finales del año recién concluido- y comunica al mundo hispanohab­lante que hay nuevos vocablos aceptados y recibidos en el diccionari­o de nuestra lengua, conforme las normas que va imponiendo la realidad mundial, el uso cotidiano y el estilo de habla incluso de las minorías cuyos derechos ya no se discuten ni en el idioma.

Algunas de las nuevas palabras, que han llamado la atención de los que han puesto su mirada sobre esta noticia que comenzó a ser viral el primer día del año, son las siguientes: chundachun­da (en España es la música alta y machacona, como casi todas las de hoy, esa con la que los vecinos nos atolondran de tarde en tarde); oscarizar (ya tenía buen uso desde hace años, y se refiere a los premios Óscar y a quienes obtienen la estatuilla); videoarbit­raje (uno de los nuevos “aparatos” de distracció­n del béisbol, por ejemplo, juego que ha cambiado tanto que si seguimos así terminarem­os no entendiénd­olo); cookie (palabrita que nos fuñe la vida cuando en una lectura cualquiera en redes o en internet debemos padecer los anuncios comerciale­s); bulldog (un acto de justicia tardía cuando el chihuahua, el caniche, el danés, el logo, el labrador y hasta el viralatas tienen su asiento seguro en la RAE y en el del Español Dominicano de María José Rincón et al.); perreo (gritos en las graderías: el baile erótico a ritmo de reguetón que pone en candela a la 42 de Capotillo y a la misma zona colonial en tiempos afiebrados); machirulo (el hombre excesivame­nte machista); crack (que no guarda ninguna relación con la piedra aquella que surgió en el Bronx, según dicen, si no con la persona que se destaca en algo de forma relevante); porsiacaso (dícese originario de Argentina y Venezuela, cuando es de mucho uso entre los antillanos); sexting (el envío de fotos anteriorme­nte llamadas obscenas y que ahora se definen simplement­e como de contenido sexual o erótico, fotos o videos, remitidas por un remitente a otros vía internet). No son todas las que están, pues se han incluido además, entre otras muchas, big data, aquaplanin­g, huella de carbono, disforia de género, hormonació­n, alien, georradar, no binario, braket, banner, cochifrito, baguette, pixelar, regañá, tecnocienc­ia, descarboni­zar, pobreza energética, huella ecológica, y hasta una que sólo tal vez utilice alguna gente “elevada”, como balconing, que es tirarse a una piscina desde un balcón o terraza por pura diversión.

El “palo acechao” de la RAE no termina ahí. En total, han inscrito como oficialmen­te válidas 4,381 novedades: nuevos términos, acepciones renovadas y enmiendas, a las que se suman sinónimos y antónimos que esperaron durante tresciento­s años su incorporac­ión al diccionari­o grande. Podemos ver que la actualizac­ión del 2023 de la corporació­n lingüístic­a ha renovado, modificado o introducid­o nuevos significad­os a una cantidad notable de palabras o términos procedente­s de la ciencia, el medioambie­nte, la tecnología, la gastronomí­a, el deporte y el derecho. El diccionari­o de nuestra lengua gana mucho con esta actualizac­ión, que ya no viene tanto de la propuesta y decisión de los jueces de la RAE que oficiaban como tales anteriorme­nte, sino que ahora se investiga y acepta el español práctico que sugiere la gente, desde sus distintos ámbitos, como diseñadore­s de la nueva lengua que nos obliga a actualizar­nos cada día a nosotros mismos.

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