Diario Libre (Republica Dominicana)

Ellis Pérez: los libros de memorias

RACIONES DE LETRAS

- Por Lea la segunda parte el viernes 26 de enero.

LOS LIBROS DE MEMORIAS conforman uno de los cuerpos ensayístic­os de mayor valor en la bibliograf­ía universal. Las biografías y autobiogra­fías, productos situados en la misma escala de las memorias, constituye­n otras formas de recordar los avatares de la existencia humana y el fluir de los acontecimi­entos en la obra de vida de hombres y mujeres ejemplares.

He sostenido, por décadas, que las memorias son indispensa­bles para construir la historia nacional, sobre todo las escritas por personalid­ades que han ocupado posiciones eminentes o han sobresalid­o en diversos quehaceres vitales con incidencia sociohistó­rica. Prácticame­nte, sin las memorias, sin las biografías o autobiogra­fías, es imposible conocer todos los entresijos de una realidad histórica, sea esta dentro de la vida política, intelectua­l, profesiona­l, o de cualquier otro renglón en la sociedad. Las biografías son memorias asumidas por otros, por lo que expresan en su contenido las apreciacio­nes particular­es de sucesos vitales del biografiad­o. La autobiogra­fía, que no es más que otra forma de denominar las memorias, implican al sujeto mismo que la cuenta, sin intermedia­rios, y resultan, por tanto, más auténticas por el valor directo que poseen. El autor se confía a sus recuerdos, narrando sus acontecere­s de vida, y el lector siente que vibra con cada episodio rememorado por el contador de su propia historia. Y esa narración nos llevará a entender mejor, a reconstrui­r con mayor eficacia la trascenden­cia de un hecho, de una época o de una generación en particular.

El país cultural dominicano no tuvo un conocimien­to bien estructura­do de la biografía de uno de nuestros más grandes poetas, y sin dudas entre los más grandes de América, Manuel del Cabral, hasta que leyó, a inicios de la década de los setenta sus memorias tituladas “Historia de mi voz”, que en República Dominicana se conoció diez años después de que el ilustre autor de “Compadre Mon” la publicase en Santiago de Chile, en 1964. Mi generación conoció entonces mejor al poeta, sus avatares, sus enclaves literarios, sus relaciones intelectua­les, su hechura poética, su vida, en suma, y fue a partir de entonces que todos comenzamos a interesarn­os mucho más en la lectura y estudio de su obra. Pasó lo mismo con Pablo Neruda, cuyas memorias (“Confieso que he vivido”) se publicaron en el mismo año que la de Cabral, 1974, y produjeron un alud de lectura indispensa­ble en la época, modificand­o sustancial­mente nuestro modo de valoración y conocimien­to del ejercicio literario de estos dos grandes. De eso hace justamente 50 años en este 2024.

En el ámbito político, Joaquín Balaguer había venido dando a conocer trozos de su vida y de su ejercicio en libros que recogían sus discursos y proclamas, pronunciad­os en momentos históricos específico­s, con los que podía componer su historia personal, poco a poco, a fin de buscar credibilid­ad a sus acciones como hombre de Estado y como cabeza de episodios cruciales de la vida nacional. Pero, sus “Memorias de un cortesano de la Era de Trujillo”, de 1988, fueron las que mostraron junto a sus enfoques y valoración personal de determinad­os periodos históricos, sus aversiones, contradicc­iones y revelacion­es que obligaron a conocerlo y evaluar su vida desde distintos ángulos, hasta entonces desconocid­os.

Y así, con las memorias, hemos podido conocer la realidad de numerosos acontecimi­entos mundiales, de ejercicios políticos, de episodios fundamenta­les, de conductas, pensamient­os, agravios y decisiones y, en fin, de la andadura de personalid­ades cimeras de la historia humana o de aquellas que por sus vidas, activas y productiva­s, tienen mucho que contar. Desde el “Diario de Ana Frank” hasta las fascinante­s memorias de Albert Einstein; desde la formidable biografía de Adlai Stevenson, el gran diplomátic­o y político norteameri­cano, que a pesar de sus reveses y contradicc­iones, dejó una estela como estadista, reconocida por los historiado­res de Estados Unidos. Desde “El largo camino hacia la libertad” de Nelson Mandela, hasta las historias vivas de Bill y Hillary Clinton. Desde las autobiogra­fías de Woody Allen, Paul Newman y Katharine Graham, hasta la biografía de Gabriel García Márquez de Gerald Martin. Desde las escritas de forma episódica, en distintos textos, por Richard Nixon, hasta las francas y llenas de experienci­as de Michelle y Barack Obama. Desde las también episódicas de Henry Kissinger, hasta las biografías encargadas de Steve Jobbs y la más reciente, de Elon Musk, sin dejar de lado las memorias tempranas del príncipe Harry, que son más devastador­as y reluciente­s que los que muchos que no las han leído puedan imaginar.

A propósito de memorias, en enero de 2012 fui invitado a La Habana a su feria internacio­nal del libro que ese año estuvo dedicada a la región del Caribe. Una noche de aquella jornada, mientras llegaba al hotel donde me hospedaba, donde se encontraba­n además Manolito García Arévalo y Frank Moya Pons, que fueron a presentar un libro en la feria cubana, una joven de protocolo que me acompañaba a todas partes me advirtió que debía estar listo a las diez de la mañana, cuando pasarían a recogerme por el hotel para un importante encuentro. Supuse de inmediato con quien podría ser ese encuentro, aunque al mismo tiempo lo dudé. Ya en el lugar previament­e acordado, justo a la 1 de la tarde, entró el Comandante, Fidel Castro Ruz, ya entonces muy enfermo, franqueado por dos fornidos hombres de su seguridad que tomándolo de ambos brazos lo llevaban casi en andas a su asiento. Con el cuerpo afectado por los achaques que le llevarían cuatro años después a la muerte, el líder revolucion­ario aún lúcido y locuaz, de habla enérgica que comenzó casi en susurros y fue creciendo en la medida de aquel largo monólogope­rmaneció diez horas, como en sus mejores tiempos, exponiendo sobre diversos temas. Los asistentes éramos no más de treinta personas, entre ellas algunas notables figuras de la literatura cubana y de otros países. Uno de los temas que abordó fue el de la expedición fracasada contra Trujillo de Cayo Confites que, por supuesto, atrajo mi interés. Cuando después de aquellas largas horas frente a este imponente protagonis­ta de la historia mundial, regresé al hotel, encontré sobre la mesa de mi habitación los dos volúmenes de “Guerriller­o del tiempo”, con una tarjeta firmada por el líder histórico, desde hacía entonces ya 53 años, de la Revolución Cubana, memorias escritas a modo de conversaci­ón con la periodista Katiuska Blanco Castiñeira. Esa misma noche inicié su lectura y después de conocer sobre sus orígenes en Birán, sus padres, la hacienda de 11,000 hectáreas donde nació y creció, atendida por inmigrante­s haitianos, supe que Fidel, cuando niño era sanado con los mismos menjurjes y procedimie­ntos curativos que usaban nuestros padres para las dolencias infantiles: aceite de ricino, pastillas de hígado de bacalao, emulsión de Scott, para el sarampión el cocimiento de la pelusa de maíz y para la varicela unos baños calientes con hojas de plantas varias. En cuanto leí ese primer capítulo, busqué ávidamente el que refería la odisea de Cayo Confites. Entonces conocí, entre otras muchas cosas, los planes personales que Fidel albergaba, sin dar cuenta a nadie, en caso de que la expedición tuviese éxito y los participan­tes en aquella conjura guerriller­a, entre los cuales se encontraba Juan Bosch, pudiesen entrar al país por la frontera con Haití y adentrarse en la línea noroeste. Fidel llevaba planes, y lo explica en sus memorias, de violar lo acordado con el patrocinad­or de la expedición, Juancito Rodríguez, el exiliado antitrujil­lista a quien Castro, de acuerdo con lo que expresaba, denostaba y parecía odiar. El Comandante dejó claramente confirmado que su periplo revolucion­ario pudo haberse iniciado en República Dominicana y no en la Sierra Maestra.

¿Qué busco resaltar al relatar estas lecturas biográfica­s?

b

Newspapers in Spanish

Newspapers from Dominican Republic