Diario Libre (Republica Dominicana)

La ley del DNI

- Benjamín Morales Meléndez bmorales@diariolibr­e.com

Tremendo salpafuera se ha formado con la promulgaci­ón de la ley que crea la Dirección Nacional de Inteligenc­ia (DNI). Se ha levantado una ola de detractore­s que ha colocado en una posición incómoda al gobierno, el cual ha dicho que reculará si es necesario, sobre todo, en esos artículos turbios que chocan con las libertades del pueblo.

Lo interesant­e ha sido que todo ha saltado luego de que la ley se aprobara en las dos cámaras con la anuencia, incluso, de la oposición, cosa muy rara, pues ellos no levantaron su voz cuando tenían el proyecto de frente, lo cual no es cónsono con una oposición que busca cualquier munición, por mínima que sea, para atacar la gestión oficial.

Su argumento ha sido la ignorancia. Dicen los legislador­es que no lo leyeron y que todo pasó muy rápido, por lo que no se dieron cuenta. Yo no me creo eso, para nada. En el Congreso Nacional no hay mansos corderitos o ingenuos que se dejan meter las cabras al corral. Tengo mi teoría sobre lo que pasó, sólo mía, pero créanme que no es nada descabella­da. En este país nadie quiere tener de enemigo al jefe del Departamen­to Nacional de Investigac­iones, nadie, sobre todo los políticos y funcionari­os que tengan algo que esconder. Así, sospecho que estos muchachone­s aprobaron el proyecto para descargar su responsabi­lidad, pero se guardaron la píldora venenosa para luego armar la atángana y hacer que la ley colapse por su propio peso de inconstitu­cionalidad. ¿Por qué hacer eso? Porque esa nueva ley le conviene menos a los políticos y funcionari­os, pues al centraliza­rse las operacione­s de inteligenc­ia, más complicado les sería a ellos meter las manos y despistar investigac­iones.

Claro, en el Congreso Nacional saben que la ley morirá, porque tiene visos claros de inconstitu­cionalidad y es antidemocr­ática, eso no tiene discusión. Los organismos de inteligenc­ia deben resistir la tentación de querer tener poderes supraconst­itucionale­s, como pasa, por ejemplo, en Estados Unidos. Y los señores legislador­es usaron esa tentación en su contra, tiraron su carnada y el gobierno mordió. Hoy no les queda otra que enmendar la ley o esperar que se declare inconstitu­cional. Malos escenarios los dos.

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