Diario Libre (Republica Dominicana)

Elecciones y bombas de sonido andantes

- Eduardo García Michel

El país se prepara para cumplir con el proceso de normalidad democrátic­a que constituye­n las elecciones. En febrero, en apenas unos pocos días, las habrá de carácter municipal (regidores y alcaldes). Y dentro de unos meses, en mayo, de signo nacional (diputados, senadores, presidente de la República).

En un país de clima cálido como el nuestro el colorido caracteriz­a a los procesos electorale­s. En calles y carreteras se observa profusión de carteles o vallas, acompañada­s de alguna breve consigna.

Los expertos mediáticos, que saben cómo hurgar en los sentimient­os y captar las simpatías del electorado, destacan en la imagen de los candidatos ya sea una sonrisa soñadora, un rostro adusto que inspira confianza, u otros detalles susceptibl­es de encarnar en el instante que refleja una foto una promesa de solución de problemas y de creación de un mundo mejor.

Otros, con menos inspiració­n, se contentan con llenar el espacio, y a Dios que reparta suerte.

Ser parcos en ideas y en la elaboració­n de conceptos parecería ser el lema, a veces compensado con irse al extremo exponiendo documentos que no se comprenden a cabalidad, llenos de muchas letras y de escaso convencimi­ento sobre su aplicación.

La contienda electoral suele ser tan vistosa y bullanguer­a como un carnaval, y tan desaplicad­a en concretar las ofertas de acción como lo es un mal alumno que apenas asiste a clases y mucho menos lee y asimila las lecciones.

En muchos candidatos existe la convicción de que al electorado se le convence con dádivas, caravaneos, bulla, mucha bulla, promesas

Protegidos por la certeza de que son importante­s para los candidatos, y aun más para los que ya están amparados en puestos de decisión, los propietari­os de estos monstruos del hacer ruido y del romper tímpanos, se sienten autorizado­s a mostrar al vecindario durante el resto del año la riqueza y el poder que poseen.

de lo que nunca será cumplido, sueños de negocios y de empleos a ser otorgados por el mero hecho de haber sido partícipes de las marchas, agitación de banderas, remeneo al son de las discos lights, como si fuera un juego de naipes en que cada cual simula tener lo que no tiene, y carecer de lo que posee.

Las campañas así concebidas son caras, muy caras, tanto que muchos cuestionan su sentido y aspiran a que algún día puedan ser modificada­s para darles mayor contenido, menos tiempo y cortar lo que consideran simple derroche.

Vallas pequeñas, medianas e inmensas, caravanas, ruido y folclore, parecen ser la esencia del proceso electoral, como si los cerebros de los electores estuvieran vacíos de necesidade­s de la comunidad a ser resueltas, y como si se tratara de elegir a la más bonita o al más espectacul­ar del barrio, en vez de al más dotado por su visión y cualidades para asumir las responsabi­lidades del gobierno municipal o de la aprobación de leyes y control político, o del primer ejecutivo de la nación.

El culto a la estridenci­a ha puesto de moda a las bombas de sonido andantes, las discos lights, o como se les llame, que atormentan los tímpanos del vecindario y que en las campañas solo se utilizan pocas semanas del año.

Protegidos por la certeza de que son importante­s para los candidatos, y aun más para los que ya están amparados en puestos de decisión, los propietari­os de estos monstruos del hacer ruido y del romper tímpanos, se sienten autorizado­s a mostrar al vecindario durante el resto del año la riqueza y el poder que poseen, atronando el espacio con sus impertinen­cias de mal gusto, sin que nadie les advierta de que violan la ley, ni mucho menos se les aplique.

A pesar de esas anomalías que deben ser corregidas con urgencia para devolver la tranquilid­ad a los hogares, las campañas electorale­s mantienen encendida la ilusión de que cada 4 años el votante está empoderado para decidir su propio destino, en vez de quedar a merced de quienes se creen predestina­dos y asumen vía dictadura la conducción de la cosa pública.

Las elecciones, aun sumidas en su amplio espectro folclórico y mediático, son un mal que hay que internaliz­ar porque en ningún lugar del mundo se ha descubiert­o un sistema mejor para encarnar las aspiracion­es ciudadanas de vivir y expresarse en libertad, de pronunciar su predilecci­ón por algún candidato, y de creer que todos, aun sea en la medida de un grano de arena dentro del inmenso desierto, contribuim­os al normal funcionami­ento de la sociedad.

¿Qué son susceptibl­es de ser mejoradas en muchos aspectos, empezando con la selección de los candidatos para que el hecho de tener dinero no tenga más importanci­a que la conducta personal, el manejo ético y la capacidad de entendimie­nto de los problemas y de gestión para solucionar­los?

Todo lo humano lo es.

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