Diario Libre (Republica Dominicana)
El Pozo del Indio, una guácara taína olvidada en el tiempo
Manchas con pintura, escritos y rayones evidencian el atentado contra este patrimonio
SANTO DOMINGO. El pasado 13 de octubre nos dirigimos a la provincia Sánchez Ramírez, al municipio de Fantino, en compañía del fotógrafo de naturaleza Timoteo Estévez, oriundo de este municipio.
Salimos en búsqueda de pictografías y petroglifos taínos. Temprano por la mañana tomamos un camino de tierra, por la zona de amortiguamiento del lado noroeste del parque nacional Aniana Vargas, entre potreros y arrozales.
Con una extensión de 119.6 km², el parque alberga unas 30 cavernas salpicadas de centenares de petroglifos y pinturas ancestrales, convirtiéndose en un tesoro nacional inigualable.
El Parque Nacional Aniana Vargas se erige como un epicentro de arte rupestre, albergando una diversidad de estilos pictóricos y grabados que narran historias ancestrales. A pesar del invaluable valor arqueológico de esta región, y su reconocimiento por parte de expertos, el Estado dominicano no ha proporcionado la protección necesaria para su preservación, llegando al punto de que el ICOMOS la incluyó en su listado de patrimonio amenazado en 2019.
El Estado dominicano no ha proporcionado la protección necesaria para su preservación, llegando al punto de que el ICOMOS la incluyó en su listado de patrimonio amenazado en 2019.
En 1912, Narciso Alberti Bosch documentó pictografías en varias cuevas, incluyendo la Cueva Pozo del Indio, la Guácara de Comedero, la Caverna de Hernando Alonso, la Cueva del
Peñón de la Sabana y un conjunto petrográfico cercano al río Yuboa. Más tarde, en 1978, los arqueólogos Dato Pagán Perdomo y Manuel García Arévalo identificaron arte rupestre en otras cuatro cuevas. A pesar de esto, según el ICOMOS, la reserva arqueológica presenta un estado de conservación regular y es vulnerable al vandalismo, carece de gestión cultural y seguridad jurídica.
Los petroglifos del Pozo del Indio
Está guácara ostenta ese nombre por un pequeño pozo permanente, en una de las bóvedas naturales de la cueva. El agua se filtra desde la montaña, llenado una pequeña saliente a cerca de un metro de altura del suelo.
Para llegar a la guácara es necesario contar con un guía, si es la primera vez que se visita.
Un camino vecinal y una hilera de casas, en la zona de amortiguamiento del parque, son el punto de acceso a esta cueva, ubicada en la base de una corta elevación montañosa conocida como Sierra Prieta, contigua a otra que se conoce como Comedero Arriba.
Timoteo Estévez alumbra con una linterna el pequeño pozo que da nombre a la cueva.
Entramos al parque desde una de las casas en la zona de amortiguamiento. Esta casa pertenece a la familia de uno de los guardaparques que estuvo asignado en la zona, el cual murió de causas naturales el pasado mes de noviembre.
A unos 600 metros de la entrada, la imponente montaña sirve de antesala de una pared rocosa donde los antiguos habitantes tallaron formas que perduran en el tiempo.
Unos 30 metros de ancho por 2 de altura, aún conservan petroglifos donde predominan los patrones geométricos, resalta Narciso Alberti Bosch en su libro “Apuntes para la prehistoria de Quisqueya”. Describe como Guácara del Comedero, a lo que hoy se conoce como al del Pozo del Indio. Además, analiza el significado de decenas de cruces talladas en la roca, explicando que estas no tienen relación con la fe cristiana, son previas a la conquista de América.
En el exterior del Pozo del Indio llama la atención la vandalización de los petroglifos. Manchas con pintura, escritos y rayones evidencian el atentado contra el patrimonio cultural del país, por parte de visitantes.
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