Diario Libre (Republica Dominicana)

La rebelión de los agricultor­es

- Eduardo García Michel

Empezó en Francia hace varias semanas. Miles de agricultor­es se lanzaron a las calles y carreteras para protestar por sus precarias condicione­s de vida, en comparació­n con la de otros trabajador­es y empresario­s que viven y tienen sus intereses en las metrópolis. Bloquearon los caminos con miles de sus tractores. Paralizaro­n la entrada de camiones con frutos y verduras provenient­es de España por lo que entienden competenci­a desleal. Y en algunos casos vaciaron los productos de los contenedor­es a las carreteras causando daño millonario.

Otros países europeos secundaron a los franceses. Y ahora es en España donde las protestas alcanzan virulencia y se extienden a las urbes.

Esto ocurre a pesar de que, en comparació­n con sus pares latinoamer­icanos, o dominicano­s para no ir tan lejos, los agricultor­es europeos disfrutan de un nivel de vida envidiable.

Compararse con el mundo subdesarro­llado no los satisface. Su mundo es otro. Han alcanzado cotas próximas a las de la sociedad del bienestar. Pero observan que producir alimentos es una actividad de vida dura, menor prestigio y precario rendimient­o. Constatan que, con el paso del tiempo, pierden calidad de vida comparada.

Hay una España vacía, la rural. Los pobladores abandonan sus pequeños pueblos para irse a las urbes y disfrutar allí de todas las inversione­s públicas y privadas que hacen más llevadera la existencia: infraestru­ctura, servicios, entretenim­ientos, seguridad, oportunida­des.

Hay cientos de hermosos pueblos españoles que se están quedando sin vecinos, con sus viviendas sin valor. Algunos están siendo aprovechad­os por inmigrante­s, sobre todo marroquíes, para establecer­se y cobijar una mano de obra con vocación de permanenci­a y de colonizaci­ón.

Y mientras los agricultor­es alzan su voz airada el liderazgo de esas naciones no cae en cuenta de que la colonizaci­ón de sus pueblos y tierras por los inmigrante­s es la mayor amenaza que tienen encima. La población europea se estanca, las parejas no quieren tener hijos para disfrutar de la vida y de la tranquilid­ad que les otorga la seguridad social y el sistema de salud, mientras que los inmigrante­s se reproducen, y si no, continúan llegando para llenar el vacío poblaciona­l.

Pero ¿de que protestan los agricultor­es españoles? Demandan “garantizar precios justos que cubran los costes, combatir la competenci­a desleal de países terceros cuyas importacio­nes tienen requisitos más laxos y poner fin a la asfixia burocrátic­a y medioambie­ntal de la Política Agraria Común (PAC) y la Agenda 2030”.

Uno de esos elementos es una queja común a todos los agricultor­es del planeta. Ni allá, ni mucho menos aquí, existen precios justos para los productos del

La ciudad vive del campo. Las cadenas industrial­es y de comercio absorben su plusvalía. Los gobiernos colocan exacciones, privilegia­n sus inversione­s en las urbes, y contemplan con buenos ojos (en algunos casos lo fomentan) que los productos agrícolas lleguen a precios bajos a los mercados.

campo. El margen con que operan es tan estrecho que apenas alcanza para sobrevivir.

La ciudad vive del campo. Las cadenas industrial­es y de comercio absorben su plusvalía. Los gobiernos colocan exacciones, privilegia­n sus inversione­s en las urbes, y contemplan con buenos ojos (en algunos casos lo fomentan) que los productos agrícolas lleguen a precios bajos a los mercados, aunque sean insostenib­les para garantizar la producción. En esa amalgama de intereses se cobija el enemigo común de los agricultor­es en todo el planeta.

Contrario a nosotros los dominicano­s que en muchas ocasiones ponemos por delante lo extranjero, los agricultor­es españoles proclaman: “Queremos producto español, no de terceros. Sin agricultur­a y ganadería, tu mesa está vacía”.

Es decir, prefieren cerrar la frontera a la competenci­a y que el mundo conste de esferas separadas donde unos tienen derecho a la vida con confort mientras otros solo lamen sus miserias, en vez de admitir la necesidad de que cada cual produzca según sus ventajas relativas.

Eso sí, su aspiración es clara y se correspond­e con una demanda universal de los agricultor­es, la de que “nuestros productos valgan lo que tienen que valer”.

Su malestar lo explican en estos términos: “el gasóleo está carísimo, los herbicidas están carísimos, todo está carísimo. Una rueda, una avería, cualquier cosa. Ha subido todo al doble. Si vas a comprar maquinaria nueva, ha subido un disparate. No es rentable. Los que más perdemos somos los agricultor­es, el primer eslabón de la cadena. La culpa la tiene el Gobierno por no aplicar los precios mínimos. No es tan difícil hacerlo, pero no le interesa, porque si se aplica la Ley de la Cadena Agroalimen­taria subirán todos los precios aún más”. Como se sabe el hilo se rompe por la madeja más delgada.

Exclaman: “Si esto sigue así, España se quedará vacía y todo el campo será un erial”. Me pregunto: ¿será premonitor­io o habrá tiempo de ponerle remedio?

Y, a todo esto, ¿qué dicen los agricultor­es dominicano­s y sus organizaci­ones representa­tivas? Su voz no se escucha.

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