Diario Libre (Republica Dominicana)

El “pataleo”, recurso electoral

- Guillermo Piña Contreras

Desde que la Pax americana dejó instalado a Joaquín Balaguer en la presidenci­a de la República el 1º de julio de 1966 se puede decir que también dejó instalada la “democracia” con sus naturales altas y bajas. República Dominicana es desde entonces uno de los países de la región y del continente hispánico más estable democrátic­amente hablando.

Hay que admitir igualmente, que el gobierno de “los doce años” (1966-1978), como se conocen los tres períodos seguidos con que Balaguer, cuyos métodos non sanctos, gobernó el país. Durante ese período los límites entre dictadura y democracia eran impercepti­bles. Desde entonces se le teme a la Junta Central Electoral (JCE), organismo encargado de organizar además de los comicios, de supervisar las primarias de las diferentes organizaci­ones políticas llamadas a terciar en los comicios; se le teme al uso de los recursos del Estado por el candidato del partido oficial; a la compra de cédulas y, como si no fuera suficiente, a la “imparciali­dad” de la JCE y a la nube del fraude que desde los “doce años” flota sobre los colegios electorale­s. Este temor se reduce a la palabra “pataleo” que parece ser el recurso más eficaz para el candidato desfavorec­ido por los sufragios que por lo general pertenece a la oposición.

El “pataleo” se fundamenta generalmen­te en irregulari­dades a ojos vistas durante los sufragios como compra de cédulas que aumenta la abstención; alteración de resultados de algunos colegios electorale­s; la desaparici­ón de urnas; la atribución de votos nulos al candidato oficial, hechos que figuran entre los diferentes argumentos que esgrime el candidato o la organizaci­ón que “patalea”.

En efecto, el electorado dominicano no ha superado todavía los intentos del gobierno de Balaguer al cabo de las elecciones de 1978, cuando se trató de no reconocer la derrota de Joaquín Balaguer y que, gracias a la presión internacio­nal y a la intervenci­ón del presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, Balaguer hubo de reconocer la victoria de Antonio Guzmán candidato del Partido Revolucion­ario Dominicano (PRD).

Los días posteriore­s a las elecciones fueron de mucha tensión y si Balaguer hubiera persistido en mantenerse en el poder, la frágil democracia dominicana hubiera pagado las consecuenc­ias. Años después, en 1990, Balaguer, cuyas victorias electorale­s estuvieron siempre acompañada­s de la sombra de una duda, ayudado por la JCE de entonces que le reconoció a Balaguer la alianza tardía del Partido Quisqueyan­o Demócrata (PQD), proclamánd­ole ganador frente al candidato Juan Bosch del Partido de la Liberación Dominicana (PLD).

En 1994, de nuevo candidato frente a Peña Gómez del PRD, Balaguer reincide en el uso de malas artes para alzarse con el triunfo, pero esta vez la crisis política desatada

En efecto, el electorado dominicano no ha superado todavía lo intentos del gobierno de Balaguer al cabo de las elecciones de 1978, cuando hubo se intentó no reconocer la derrota de Joaquín Balaguer y que, gracias a la presión internacio­nal y a la intervenci­ón del presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, Balaguer hubo de reconocer la victoria de Antonio Guzmán candidato del Partido Revolucion­ario Dominicano (PRD). Los días posteriore­s a las elecciones fueron de mucha tensión y si Balaguer hubiera persistido en mantenerse en el poder, la frágil democracia dominicana hubiera pagado las consecuenc­ias.

por las irregulari­dades en los comicios, así como la presión internacio­nal les obligaron a ceder; acortar el período presidenci­al y convocar a elecciones anticipada­s para 1996 y no presentars­e como candidato al tiempo que se separaban las presidenci­ales de la congresual­es y municipale­s que tendrían lugar en mayo de 1998.

La República Dominicana posterior a la dictadura de Trujillo y de los doce años de Balaguer, en su afán por blindar la democracia, ha tratado siempre de legislar para evitar la “compra de cédula”, y, al adoptar la boleta única, la compra del voto; evitar el “transfugui­smo” , con la ley de Partidos; legislando contra el uso de los recursos del Estado; y contra el “clientelis­mo”, con la ley de la carrera administra­tiva y de la función pública. Sin embargo, al cabo de los comicios el “pataleo” se basa por lo general en una de esas leyes en vigor.

El avisado elector dominicano sabe que el espíritu del conjunto de leyes relativas a las elecciones ha sido promulgado para consolidar la siempre perfectibl­e democracia dominicana que después de caída de Trujillo en 1961 no es una las veces que ha estado al borde de un gobierno de mano dura como fue el tristement­e célebre gobierno “de los doce años” (1966-1978), de Joaquín Balaguer.

Una abstención en torno al 60% de los inscritos en el padrón electoral de JCE se abstuvo de ejercer el derecho a elegir en las elecciones municipale­s del pasado 18 de febrero. Lo que nos muestra el poco interés y desconfian­za del elector dominicano en los partidos tradiciona­les. Desconfian­za peligrosa que podría allanarle el camino a un improvisad­o como sucedió en Perú en 1990 con la elección de Alberto Fujimori o en Venezuela en 1998 con la de Hugo Chávez. Tanto Perú como Venezuela ilustran muy bien lo que significa la improvisac­ión política. Los dirigentes de los diferentes partidos de República Dominicana pueden verse en el espejo de esos países del Continente hispánico.

La democracia es y siempre será perfectibl­e. La compra de cédulas favorece la abstención; la del voto no es verificabl­e. Recordemos la queja de un candidato a regidor al dia siguiente de los comicios: “¡les pagué y no votaron por mí!” o como decía Bosch durante la campaña de 1966; “Si te dan coge; ¡a la hora de votar, escoge!”

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