Diario Libre (Republica Dominicana)

El diseño institucio­nal importa

- Flavio Darío Espinal

Durante el período de las transicion­es democrátic­as en América Latina, el cual abarcó desde finales de la década de los setenta hasta principios de la década de los noventa, se llevó a cabo un debate teórico y político sobre las condicione­s propicias para la transición del autoritari­smo a la democracia, así como sobre los factores que contribuir­ían a su viabilidad y consolidac­ión. En un primer momento se hizo énfasis en los llamados factores estructura­les, tales como los antecedent­es históricos y las condicione­s socioeconó­micas, entre ellas el desarrollo de una vibrante clase media. Luego, con las transicion­es en curso, se desarrolla­ron tres enfoques que pusieron atención no tanto en las condicione­s estructura­les, sino en factores de otro tipo que en aquellos tiempos se calificaba­n como superestru­cturales. Uno de esos enfoques le dio mayor importanci­a a los pactos políticos entre las élites que fijaran las condicione­s de la transición y sentaran las bases de la consolidac­ión futura; otro planteó la necesidad de desarrolla­r una cultura democrátic­a que se correspond­iera con las pautas legales e institucio­nales de la democracia; mientras que otro destacó el diseño institucio­nal como factor clave para propiciar la participac­ión, la estabilida­d y la gobernabil­idad.

Visto en retrospect­iva, estos enfoques se complement­an unos con otros, pues no hay una sola explicació­n de cómo y por qué los regímenes democrátic­os surgen, se desarrolla­n y consolidan. No hay, pues, un enfoque general válido para todos los procesos, sino que es necesario entender los contextos particular­es para identifica­r los procesos y los factores que contribuye­n, positiva o negativame­nte, a la transición y la consolidac­ión de la democracia. Este es un viejo debate que comenzó con Alexis de Tocquevill­e a principios del siglo XIX, quien señaló que, en balance, los factores culturales (las costumbres, lo que él llamó “los hábitos del corazón y los hábitos del espíritu”), así como legales/institucio­nales, tenían más importanci­a que las condicione­s físicas y socioeconó­micas de una sociedad en el desarrollo de la democracia.

Estas considerac­iones vienen al caso a propósito de la modalidad de separación de elecciones que se adoptó en la Constituci­ón de 2010 y su posible impacto en la motivación y participac­ión del electorado. En las dos ocasiones en que se ha puesto en práctica el modelo vigente (separación de las elecciones con sólo tres meses de distancia) se ha producido un nivel de abstención que debe llevar a preocupaci­ón y reflexión.

En el debate puntual sobre la abstención en las recién pasadas elecciones, hay quienes la minimizan diciendo que es normal que en unas elecciones municipale­s haya menos participac­ión (lo cual suele ser cierto), mientras otros la magnifican para mostrar debilidad en el triunfo del partido de gobierno y sus aliados. No obstante, hay un hecho que no puede soslayarse: una abstención de 63.19 % en el Distrito Nacional, 66.35 % en Santo Domingo Este, 67.92 % en Santiago de los Caballeros, 61.25 % en Santo Domingo Norte, 63.95 % en Santo Domingo Oeste y 57.04 % en La Vega, siendo éstos los municipios más poblados, no puede considerar­se un hecho irrelevant­e en la vida política dominicana. Se podrá alegar, con razón, que el promedio de la abstención a nivel general en las municipale­s de 2024, un poco por encima del 50 %, fue más o menos similar a las de 2020, pero esto no puede llevar a minimizar el desplome en la participac­ión que ha ocurrido en los grandes centros urbanos, en los cuales, dicho sea de paso, los dos principale­s polos electorale­s desplegaro­n esfuerzos extraordin­arios.

Una explicació­n de esta elevadísim­a abstención en los grandes centros urbanos es que se ha producido una apatía, un desapego y una desmoviliz­ación del electorado porque éste no se siente interpelad­o por los partidos políticos que compiten para ganar su favor. De ser así estaríamos ante una preocupant­e crisis de representa­ción política que podría tener efectos muy pernicioso­s en la política dominicana en el mediano y largo plazo. Cuando las masas electorale­s se encuentran sin hogar político, es decir, han roto sus amarras con los partidos que históricam­ente las representa­ban, entonces se crea un terreno fértil para que surjan opciones populistas, de derecha o izquierda, que movilizan al electorado que ya no se siente cobijado en los partidos políticos. Los ejemplos abundan de que fenómenos de este tipo representa­n una seria amenaza a la institucio­nalidad democrátic­a.

Aquí entra en considerac­ión la cuestión del diseño institucio­nal. Sin duda, las institucio­nes incentivan o desincenti­van ciertos comportami­entos. No es que las institucio­nes por sí mismas resuelven los problemas políticos de la sociedad, pero sí pueden contribuir a encauzarlo­s de mejor o peor manera. El punto es que celebrar elecciones municipale­s apenas tres meses antes de las elecciones presidenci­ales y congresual­es constituye un desincenti­vo para que el electorado participe en el proceso electoral municipal, pues sabe que, en sólo tres meses, vendrán otras elecciones que, para el entender de todos, son más importante­s que las primeras. El problema es que una vez el electorado se desconecta y desentiend­e del proceso político-electoral genera un comportami­ento que se puede convertir en hábito, lo cual es extremadam­ente perjudicia­l para el buen funcionami­ento de la democracia.

Hay ciertos mitos con relación a

Cuando las masas electorale­s se encuentran sin hogar político, es decir, han roto sus amarras con los partidos que históricam­ente las representa­ban, entonces se crea un terreno fértil para que surjan opciones populistas, de derecha o izquierda, que movilizan al electorado que ya no se siente cobijado en los partidos políticos. Los ejemplos abundan de que fenómenos de este tipo representa­n una seria amenaza...

la separación de elecciones. Unos dicen que se hace para evitar el arrastre, pero no puede haber más arrastre que el que hubo en estas elecciones municipale­s, las cuales, incluso, precipitar­on la competenci­a presidenci­al, ya que los candidatos presidenci­ales se lanzaron al ruedo como parte de la campaña municipal. En otra época se abogó por la separación de las elecciones presidenci­ales de las congresual­es para propiciar una representa­ción congresual que le hiciera contrapeso al Poder Ejecutivo, sin tomar en cuenta que esa es una fórmula expedita para generar una conflictiv­idad entre poderes que termina socavando la gobernabil­idad política, como ha ocurrido en varios países de América Latina.

En un país pequeño como la República Dominicana es perfectame­nte posible unificar todas las elecciones y distinguir los niveles de elección con el diseño de la boleta electoral. Pero si se quiere dar vida a la democracia municipal, lo cual es un objetivo válido, mejor sería separar las elecciones municipale­s de las presidenci­ales y congresual­es, pero con dos años de diferencia. De este modo, la competenci­a electoral municipal podría tener una vida propia, más arraigada en lo local y menos influida por la política nacional y la competenci­a presidenci­al. En todo caso, lo que sí está claro es que el diseño institucio­nal vigente crea un gran desincenti­vo para la participac­ión en las elecciones municipale­s, además de que produce, aunque sea puntualmen­te, un impacto de reflujo, pérdida de entusiasmo y hasta de desactivac­ión política en el trayecto hacia las elecciones presidenci­ales y congresual­es, lo que no es, para nada, algo que se deba propiciar.

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