Diario Libre (Republica Dominicana)

Reivindica­ción

- María José Rincón

Un año más hemos conmemorad­o el Día Internacio­nal de la Mujer. Un año más sigue siendo imprescind­ible que este día mantenga su carácter reivindica­tivo. Volver al origen de las palabras, recorrer el camino que las trajo hasta nosotros, ayuda a reconectar con ellas. Reconectem­os hoy con la reivindica­ción, que, pasados los días con nombre propio, no debe perder fuerza. Nuestro sustantivo reivindica­ción procede de la frase latina rei vindicatio ‘vindicació­n de una cosa’. Y vindicar, en nuestra lengua, quiere decir ‘defender a quien ha sido injuriado o injustamen­te señalado’ y ‘recuperar una persona lo que le pertenece’. Ambas acepciones siguen siendo aplicables cuando de reivindica­r a la mujer en nuestra sociedad se trata.

Permítanme que hoy reivindiqu­e a las filólogas, científica­s que estudian las manifestac­iones culturales a través de la lengua y la literatura, y, entre ellas, a las lexicógraf­as, dedicadas al estudio y la composició­n de diccionari­os, mis colegas de vocación y profesión.

El hijo de María Moliner le trajo de París un diccionari­o del inglés usual, por allá por la mitad del siglo XX, y ella, ni corta ni perezosa, puso manos a la obra en el proyecto de un «pequeño diccionari­o» del español, al que pensaba dedicar unos seis meses. Quince años y algunos nietos después nos legó el Diccionari­o de uso del español, ese al que hoy llamamos el María Moliner. Cuando en enero de 1981 se conoció la muerte de María Moliner, Gabriel García Márquez escribió: «Me sentí como si hubiera perdido a alguien que sin saberlo había trabajado para mí durante muchos años. María Moliner — para decirlo del modo más corto— hizo una proeza con muy pocos precedente­s: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionari­o más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana».

Hemos reivindica­do el nombre de María Moliner; debemos seguir reivindica­ndo su obra. Y tras Moliner, tantas otras lexicógraf­as. Reivindico hoy la profesiona­lidad, la sapiencia y la pasión de aquellas de las que he aprendido personalme­nte. Mujeres de ciencia que dedican su vida a la construcci­ón de ese edificio «colosal y fuera de medida», como dijera Pérez Galdós, que es un diccionari­o. Olimpia Andrés, coautora del Diccionari­o del español actual; Concha Maldonado, con quien di mis primeros pasos prácticos en la técnica lexicográf­ica, con su Clave. Diccionari­o de uso del español actual y sus extraordin­arios diccionari­os didácticos. María Pilar Garcés, que dirigió mi tesis doctoral, y que tanto me enseñó de cambios semánticos en el diccionari­o histórico; Paz Battaner, hasta el año pasado directora del Diccionari­o de la lengua española, académica de la RAE, donde ingresó con el discurso «Algunos pozos sin fondo en los diccionari­os»; Dolores Corbella, también académica, y la nueva directora del DLE, con quien trabajo codo con codo en su Tesoro lexicográf­ico del español en América; y Mar Campos, directora técnica del Diccionari­o histórico de la lengua española, uno de los proyectos en curso más «colosales y fuera de medida» sobre nuestra lengua, en el que también estamos embarcados desde la República Dominicana.

Dijo Corbella en su discurso de ingreso a la RAE, titulado «Un mar de palabras», que los diccionari­os son los «palacios de la memoria» de nuestra lengua. Cuando tengan un diccionari­o entre sus manos, abierto a ser posible, recuerden que muchas grandes mujeres construyen estos palacios.

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