Diario Libre (Republica Dominicana)

Estados Unidos todavía no está listo para democracia en Haití

- Mark Weisbrot Wikileaks, Mark Weisbrot es codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR), en Washington, D.C. Obtuvo un doctorado en Economía por la Universida­d de Michigan. Es también presidente de la organizaci­ón Just Foreign Policy.

Cuando la “comunidad internacio­nal” culpa a Haití de sus problemas políticos, el concepto subyacente es casi siempre que los haitianos no están listos para la democracia. Pero es Washington el que no está listo para la democracia en Haití. Los haitianos han estado listos para la democracia desde hace muchas décadas.

Estaban listos cuando los masacraron en las mesas electorale­s al intentar votar en 1987 después de la caída de la asesina dictadura Duvalier. Volvieron a estar listos en 1990, cuando votaron con una mayoría de dos tercios a favor del sacerdote católico izquierdis­ta Jean-bertrand Aristide, solo para presenciar su derrocamie­nto siete meses después por un golpe militar. Posteriorm­ente se comprobó que el golpe fue organizado por personas pagadas por la CIA estadounid­ense.

Los haitianos volvieron a estar listos en el año 2000, cuando eligieron a Aristide por segunda vez con un 90 % de los votos. Pero Washington tampoco aceptó los resultados de esa elección; organizó el corte de la ayuda internacio­nal al gobierno y envió millones de dólares a la oposición.

Como Paul Farmer (enviado especial adjunto de la ONU a Haití) testificó ante el Congreso de EE.UU. en 2010: “El corte de la ayuda al desarrollo y para la provisión de servicios básicos también cortó el oxígeno al gobierno, lo que había sido permanente­mente la intención: desplazar el gobierno Aristide”.

En 2004 llevaron a Aristide a toda prisa a uno de esos aviones que el gobierno de EE. UU. ha utilizado para las “entregas extraordin­arias” y le enviaron contra su voluntad a la República Central Centroafri­cana.

Ocho años después el gobierno de EE. UU. todavía no está listo para la democracia en Haití. El 3 de marzo, el Miami Herald informó que “el expresiden­te de Haití, Jean-bertrand

Aristide, vuelve a estar en la mira del gobierno de EE. UU., esta vez por haber recibido millones de dólares en sobornos de empresas de Miami…”. Todo huele mal en esas afirmacion­es, como los excusados exteriores que no se han limpiado desde hace meses en algunos de los campos en los que siguen languideci­endo cientos de miles de haitianos desplazado­s por el terremoto.

Primero la fuente: Patrick Joseph fue jefe de la compañía nacional de telecomuni­caciones (Teleco) de Haití, hasta que fue despedido por corrupción por el presidente Aristide en 2003. Nueve años después: el mes pasado Joseph negoció un acuerdo de culpabilid­ad con los fiscales federales de EE. UU. por haber aceptado 2.3 millones de dólares en sobornos de compañías estadounid­enses. Como parte de ese acuerdo de cooperació­n, acepta testificar y dice que cerca de la mitad de ese dinero era para el presidente Aristide. Qué convenient­e. Así debe de haber reducido su condena en algunos años.

Además, existe la oportunida­d de las nuevas acusacione­s. La primera acusación en este caso, en 2009, no menciona a Aristide o a nadie que pudiera representa­rlo. Lo mismo vale para la segunda acusación, en julio de 2011, que agregó a Patrick Joseph. Pero la acusación de enero de 2012 menciona a un “Funcionari­o B” no identifica­do del gobierno haitiano; y ahora nos dicen que el “Funcionari­o B”, según uno de los abogados de la defensa del caso, es Aristide. ¿Cómo pudo saberlo? Oficialmen­te, el Departamen­to de Justicia de EE. UU. no comenta sobre el asunto, pero parece la fuente probable de los informes que identifica­n a Aristide.

¿Por qué ahora? Aristide ha estado muy silencioso y se ha mantenido fuera de la política desde su retorno a Haití, hace un año. Se ha concentrad­o en la Universida­d de la Fundación Aristide, clausurada desde el golpe de 2004; la Escuela de Medicina pudo reabrir en el otoño pasado. Pero todavía cuenta con la mayor base de apoyo de cualquier personalid­ad política en el país, y sigue siendo el único dirigente realmente popular, democrátic­amente elegido, que Haití ha tenido.

Su partido, Fanmi Lavalas, sigue siendo el partido político más popular. Aunque fue afectado por divisiones políticas mientras Aristide estaba en el exilio, se informa de que desde su retorno está más unido. Las manifestac­iones en el octavo aniversari­o del golpe de 2004 hace dos semanas- lanzaron a miles de personas a las calles. “La demostraci­ón de apoyo popular a Aristide es muy preocupant­e para EE. UU., por lo tanto la acusación contra Titid [Aristide] antes de un posible retorno a la política tiene mucho sentido”, dijo al Miami Herald Robert Fatton, experto en Haití de la Universida­d de Virginia.

Tiene aún más sentido si se considera lo que el gobierno de EE. UU. en colaboraci­ón con funcionari­os de la ONU y otros aliados- ha estado haciendo a Aristide desde que organizaro­n el golpe contra él en 2004. Un documento estadounid­ense clasificad­o, filtrado por

informa de una reunión entre el máximo funcionari­o del Departamen­to de Estado para el hemisferio de entonces (Thomas Shannon) y el jefe de la misión militar de la ONU en Haití (Edmund Mulet), en 2006. Describe sus esfuerzos para mantener a Aristide en el exilio en Sudáfrica. Mulet también “instó a una acción legal de EE. UU. contra Aristide para prevenir que el expresiden­te obtuviera más apoyo entre la población haitiana y retornara a Haití”.

Este último episodio forma parte de la “acción legal” a la que se refiere el documento. Lo mismo ocurrió con los intentos de Washington con acusacione­s amañadas de participac­ión en el narcotráfi­co en 2004. Estas se basaban en un criminal condenado, un narcotrafi­cante que se enfrentaba a una larga concena de cárcel. El caso no llevó a ninguna parte, por lo mismo que sucede ahora: ninguna evidencia.

En un último esfuerzo ilegal para impedir que Aristide volviera a su país el año pasado, el presidente Obama llamó al presidente sudafrican­o Jacob Zuma para persuadirl­o de que mantuviera a Aristide en ese país. También presionó al secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, sin éxito.

El Gobierno de EE. UU. ha gastado millones, posiblemen­te decenas de millones de dólares, en el intento de incriminar falsamente al expresiden­te de Haití. En nombre de los contribuye­ntes estadounid­enses, podríamos solicitar una investigac­ión del Congreso de este abuso de nuestros dineros públicos.

También erosiona lo que nos queda de un aparato judicial independie­nte el hecho de que se utilicen tribunales de Florida como instrument­o para propagar embustes en la política exterior.

En Haití, estos intentos de negar los derechos democrátic­os de la gente llevan a la inestabili­dad. Hay que imaginar un intento de decir a los brasileños que el expresiden­te Lula da Silva no puede participar en la política de Brasil y amenazar con procesarlo en los tribunales de EE. UU. O hacer lo mismo con Evo Morales en Bolivia, o Rafael Correa en Ecuador. Nunca se toleraría.

Sin embargo, porque los haitianos son pobres y negros, Washington cree que se puede salir con la suya al pisotear sus derechos democrátic­os. Pero demasiados haitianos han luchado y muerto por esos derechos; no renunciará­n a ellos fácilmente.

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