Diario Libre (Republica Dominicana)

¿Quién responde por esas muertes?

- Óscar Medina

Las deficienci­as del sistema penitencia­rio dominicano son harto conocidas. Condicione­s de encierro infrahuman­as, hacinamien­to, insalubrid­ad y corrupción son algunas de sus principale­s caracterís­ticas. Un lamentable estado resultado de años de abandono y desidia, que parten de dos premisas distorsion­adas, pero muy arraigadas en la sociedad dominicana.

Por un lado, la conocida cultura del “tránquenlo”. Que pretendió cambiarse con una nueva legislació­n. Sin resultados positivos.

Cuando entró en vigor el actual Código Procesal Penal, la población carcelaria era de unos 16 mil reclusos, dos terceras parte de los cuales esperaban la conclusión de sus procesos tras barrotes. Veinte años después la situación es muy similar. De los 25 mil presos que se encuentran distribuid­os en más de cuarenta centros carcelario­s, sesenta por ciento son preventivo­s. Una muestra palmaria de que las prácticas y costumbres enraizadas en una sociedad no se modifican sólo cambiando legislacio­nes, que también se necesitan políticas aplicadas de forma valiente y determinad­a. Condicione­s ausentes en buena parte de los actores del sistema de justicia.

El otro aspecto reside en el criterio de que “el preso no es gente”. Lo que invita a la clase política a hacerse de la vista gorda ante el problema penitencia­rio por entender que no reditúa electoralm­ente. Pobres e ineficaces inversione­s han frustrado cualquier intento de mejora. Y de aquel Nuevo Modelo, tan cacareado en su momento, queda entre poco y nada.

Durante la gestión del pasado procurador se produjeron algunas de las escasas iniciativa­s que en el último decenio han estado dirigidas a mejorar las condicione­s carcelaria­s. Como fue, por ejemplo, la construcci­ón de un nuevo recinto penitencia­rio con el fin de sustituir la Penitencia­ria Nacional de la Victoria.

El centro correccion­al de Las Parras fue completado por el pasado gobierno en cerca de un 95 por ciento. Sin embargo, en lugar de concluirlo y habilitarl­o, las actuales autoridade­s de la Procuradur­ía General de la República rehúsan ponerlo en funcionami­ento, bajo el alegato de que constituye un “cuerpo de delito” en el caso que siguen contra Jean Alain Rodríguez.

Mientras tanto, una edificació­n para albergar casi nueve mil reclusos se encuentra en total estado de abandono. Una barbaridad imperdonab­le. Pues si la obra tenía defectos de diseño o vicios de construcci­ón debieron corregirlo­s, y si fue sobrevalor­ada debieron auditarla. Tiempo les ha sobrado.

En cambio, Miriam Germán y sus adjuntos más conspicuos, movidos por una insaciable sed de venganza y con irritante arrogancia, han permitido que una inversión superior a los seis mil millones de pesos se deteriore ostensible­mente, mientras La Victoria continúa alojando casi 8 mil “muertos vivos”.

Ahora que sobrevino la tragedia, y ante una indetermin­ada cantidad de muertos y heridos, ¿quién responde? ¿Cómo justificar­án prolongar en el tiempo esta atroz e irresponsa­ble decisión?

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