Diario Libre (Republica Dominicana)

El periplo de Santana hacia el Panteón de la Patria (y 2)

- Juan Daniel Balcácer

En 1849 el Congreso Nacional, entonces presidido por Buenaventu­ra Báez, le confirió a Santana el título de Libertador de la Patria y dispuso que su retrato fuese colocado en el Palacio Nacional junto con “el del inmortal Colón y el de Juan Sánchez Ramírez”. Tiempo después, en 1853, de nuevo el Congreso Nacional distinguió a Santana obsequiánd­ole esta vez una espada con puño de oro, con la siguiente leyenda grabada: “La Patria agradecida a su ilustre Libertador”.

Después de la Anexión a España, en reconocimi­ento a su lealtad, la reina Isabel le concedió el título de Marqués de las Carreras, y las condecorac­iones: Caballero Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica y la Gran Cruz de la Real Orden de Carlos III.

En plena guerra restaurado­ra, luego de tener profundas diferencia­s con el alto mando militar español, Santana regresó a Santo Domingo, aquejado de dolencias crónicas y se recluyó en su hogar, indignado por las humillacio­nes que le habían infligido las autoridade­s españolas. Falleció sorpresiva­mente el 14 de junio de 1864.

Las autoridade­s españolas informaron que el deceso fue por causa natural, pero en esos días se rumoreó que se trató de un suicidio. Abad Henríquez, en su opúsculo El suicidio del general Santana (1970), consignó que en la habitación de Santana algunos de sus allegados encontraro­n una vasija con residuos negruzcos de algo parecido a un tóxico que supuestame­nte habría ingerido.

Sus restos fueron sepultados en la Fortaleza de Santo Domingo (hoy Ozama), junto a la Torre del Homenaje. Posteriorm­ente, en 1879, fueron exhumados y trasladado­s a la iglesia Regina Angelorum, bajo el cuidado del padre Billini. En 1931 una comisión encabezada por Mons. Nouel trasladó sus despojos mortales a la capilla parroquial del Corazón de Jesús, en El Seibo, en donde permanecie­ron casi cincuenta años.

La vindicació­n de Pedro Santana la inició Rafael Leónidas Trujillo en octubre de 1936. A raíz de la inauguraci­ón de los puentes “Juan Sánchez Ramírez” y “General Santana”, en la provincia de El Seibo, Trujillo pronunció un discurso en el que con una simple línea dijo de Sánchez Ramírez que fue el “vencedor de las águilas imperiales en la ruta inmortal de Palo Hincado”; mientras que definió a Santana como el más “grande guerrero de nuestras primeras luchas libertador­as”.

Trujillo admitió públicamen­te que se había propuesto “rescatar su memoria de la injusticia y del olvido”, porque si la “República pudo caminar a pie firme por sendas de Libertad, fue porque el General Santana le abrió con su machete vencedor trochas de gloria en los campos del 19 de marzo y Las Carreras”.

Fue más lejos el dictador y concluyó su panegírico con esta perla: “Sin la reciedumbr­e de su espada, nuestra incipiente nacionalid­ad hubiera perecido. Sin su indomable coraje, sin su férrea energía y sin el aporte triunfal de su brazo y de sus recursos personales…, ¡el ideal trinitario hubiera caído abatido en los campos de batalla como un pájaro con las alas rotas!” (Rafael L. Trujillo, Discursos, mensajes y proclamas, t. II, 1946).

Después de tantos ditirambos, es evidente que había comenzado a desbrozars­e para Santana el camino hacia el templo de los héroes nacionales.

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