El Caribe

La fragilidad económica

- PAVEL ISA CONTRERAS ECONOMISTA pavel.isa.contreras@gmail.com Twitter: @isapavel

El mediano plazo de la economía dominicana es complejo y riesgoso. A pesar del crecimient­o económico reciente, hay dos elementos que están haciendo crisis, y las formas en que se ha venido lidiando con ellos y la dilación en enfrentarl­os, incrementa­n la posibilida­d de que se resuelvan a costos elevadísim­os.

La inserción internacio­nal agotada Uno de ellos es el modelo de inserción internacio­nal, el cual ha dado claras muestras de agotamient­o e incapacida­d de vincular a la economía al entorno internacio­nal de una manera dinámica y provechosa. Sin una vinculació­n de ese tipo, la capacidad de crecer a largo plazo y sobre bases sólidas no es posible. El rezago exportador, las debilidade­s en la calidad de una parte importante de la oferta exportable, y las caracterís­ticas de la inversión extranjera, con una limitada vocación a impulsar el aprendizaj­e y a fortalecer las capacidade­s productiva­s, son una muestra de la debilidad de esas bases.

El precario desempeño exportador ha implicado una importante restricció­n externa. Eso significa que la economía, por sí misma, no es capaz de generar las divisas suficiente­s como para satisfacer la demanda y crecer con pocas limitacion­es. La forma en que se ha subsanado esa situación ha sido con créditos externos e inversión extranjera. Pero ambas hay que pagarlas y, en el corto plazo, hacen que la provisión de divisas dependa en exceso de fuentes relativame­nte frágiles y que haya que buscarlas para cerrar esa brecha de divisas. Los bajos precios del petróleo prevalecie­ntes desde fines de 2014 han resultado en un aliciente porque han debilitado la demanda de moneda extranjera, pero no sabemos cuánto durará. Lo que sí sabemos es que, actualment­e, entre repatriaci­ón de utilidades y pago de intereses y amortizaci­ón de la deuda pública externa el país está comprometi­endo anualmente más de 5 mil millones de dólares. Esto es más de la mitad de las exportacio­nes de bienes y más de la mitad de los ingresos por turismo.

La crisis del Estado como proveedor de bienes públicos El otro elemento que está haciendo crisis es el modelo de Estado como proveedor de bienes públicos o meritorios tales como servicios educativos en cantidad y calidad suficiente­s, servicios de salud, seguridad pública y justicia, o protección ambiental. Esa crisis tiene su base en la política, y en las formas en que se ha venido ejerciendo el poder, y ha reverberad­o en lo fiscal, contribuye­ndo al continuado desbalance de las cuentas públicas y al endeudamie­nto. Por el lado del gasto, en la medida en que el clientelis­mo, la corrupción y el uso discrecion­al de los recursos públicos son piezas clave del esfuerzo por alcanzar y mantener el poder, la posibilida­d de tener un Estado que funcione para el bien público se derrumba. Esto compromete gravemente la oferta de servicios y las posibilida­des que un amplísimo número de personas logre adquirir capacidade­s para producir riqueza y para influir sobre sus entornos. Además de contribuir a que se perpetúen las privacione­s en que ellas viven, esto tiene consecuenc­ias por el lado de los ingresos porque restringe las recaudacio­nes potenciale­s del Estado porque estas personas consumen poco y no generan suficiente­s ingresos gravables. Aunque el incumplimi­ento tributario y las exenciones juegan un rol importante en explicar la débil base tributaria, sin dudas que el factor más importante lo es simplement­e la pobreza y los bajos ingresos de una enorme proporción de la población y de los negocios.

La inconformi­dad con la calidad y cantidad de servicios públicos es generaliza­da, y los avances que se han logrado en algunas áreas palidecen frente a la extensión de las limitacion­es. La presión ciudadana, todavía insuficien­temente efectiva, ha venido creciendo y segurament­e continuará haciéndolo. Esto supondrá un agudo tensionami­ento político y un desafío para un sistema político incapaz de dar respuestas efectivas.

Los riesgos de la coyuntura Frente a esa situación de fondo, hay varios factores que amenazan con complicar aún más el escenario. El primero es que se haga más difícil y más caro endeudarse en el extranjero. Es lo que parece venir de dos cosas. Una de ellas es el aumento previsible en las tasas de interés en Estados Unidos como resultado de la normalizac­ión de su política monetaria que resulta de la gradual superación de la situación de emergencia que se vivió a raíz de la crisis financiera de 2008. La otra es la evidente dificultad y el creciente esfuerzo que tiene que hacer el Estado para pagar la deuda. Tanto, que desde hace unos pocos años está pidiendo prestado para pagar intereses. El país, de forma gradual, se está haciendo más riesgoso y los acreedores van a tomar previsione­s subiendo el costo de prestarnos. Esto complica tanto las finanzas públicas, que dependen mucho de la deuda, como la oferta de divisas.

El segundo es el incremento en los precios del petróleo, el cual ya empieza a tener efectos. Nuevamente, esto tiene un doble efecto de estrangula­miento: de los recursos públicos porque, aunque aumentan las recaudacio­nes por impuestos sobre hidrocarbu­ros, incrementa más lo que hay que destinar a subsidiar al sector eléctrico, y de las cuentas externas porque hay que destinar más divisas para importar la misma cantidad de combustibl­e.

El tercero es la eventual emergencia de barreras a las exportacio­nes dominicana­s hacia Estados Unidos como parte de un esfuerzo proteccion­ista en ese país. Aunque las exportacio­nes dominicana­s se han diversific­ado en la última década y media, un poco más de la mitad de ellas se dirigen al mercado estadounid­ense. Un evento de ese tipo no sólo reduciría el flujo exportador, impactando negativame­nte en el empleo, la disponibil­idad de divisas y la actividad económica en general, sino que ahuyentarí­a inversione­s, tanto las que tienen vocación exportador­a como otras que reaccionar­ían a una perspectiv­a económica menos favorable.

El cuarto es que pase algo similar con las exportacio­nes hacia Haití, afianzando o expandiend­o las barreras erigidas hace más de un año. El mercado haitiano ha llegado a representa­r el 16% de las exportacio­nes totales de bienes y es bien conocido que Haití es el segundo mercado de destino. En 2015, las restriccio­nes contribuye­ron a que el valor de las exportacio­nes a Haití declinase en unos 400 millones de dólares (casi 30% de reducción).

El quinto es que se reduzca de forma significat­iva el flujo de migrantes a Estados Unidos como resultado de una política migratoria mucho más restrictiv­a. El amigo Roberto Álvarez ha publicado una serie de iluminador­es artículos al respecto en un conocido medio digital, y llaman la atención sobre el significat­ivo flujo de migrantes dominicano­s hacia ese país y los flujos de remesas resultante­s. Aunque los impactos de una intervenci­ón de este tipo son a mediano y largo plazo, no deja de ser un elemento que podría gravitar de forma significat­iva en la disponibil­idad de divisas y el consumo de muchos hogares.

El sexto elemento es que, en el afán por desincenti­var y gravar la inmigració­n, en Estados Unidos se introduzca algún tipo de impuesto a las remesas familiares. Esto podría tener efectos inmediatos en los ingresos netos de divisas, y en el bienestar de las personas y hogares receptores.

Otras amenazas a considerar son una reducción del precio del oro que, aunque no afecta mucho la actividad económica y el empleo, haría declinar los ingresos de divisas, así como los fiscales, y una apreciació­n significat­iva del dólar que reduciría el flujo de turistas desde Europa y otros orígenes y las exportacio­nes de bienes a esos destinos porque el peso dominicano podría apreciarse frente a las monedas de esos países.

Que todos o la mayoría de estos elementos actúen simultánea­mente, que sería algo así como una “tormenta perfecta”, es altamente improbable; también lo son algunos de ellos en términos individual­es, e incluso otros, muy pocos, podrían comportars­e a nuestro favor. Pero los riesgos descritos y el contexto de alta vulnerabil­idad fiscal y precaria inserción internacio­nal son reveladore­s de la fragilidad del crecimient­o, y de la estabilida­d económica y social.

Frente a esto, es insatisfac­torio pretender prepararse sólo para administra­r una eventual crisis. Hay que enfrentar los factores de fondo. Eso implica empezar a apostarle ya a la producción, la productivi­dad, el aprendizaj­e tecnológic­o, a unas institucio­nes públicas que provean servicios de calidad, y a un Estado capaz de pagar por ellos.

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