El Caribe

¿Y quién se “va’ocupá der viejo”? (1)

- CÉSAR NICOLÁS PENSON PAULUS c.penson@claro.com.do

Asimple vista pudiéramos decir que, a diferencia de otras culturas, los dominicano­s nos ocupamos de los ancianos propios, hasta su final biológico. Esto, a contrapelo de la práctica de irrespeto por las personas mayores, objeto de burlas y expresione­s peyorativa­s: “Viejo’er carajo”; “Mardito viejo e’mierda” y muchos otros, a más de ser protagonis­ta, de to- dos los cuentos que destacan la pérdida de la capacidad sexual. De la misma forma, los hijos se quedan muy adultos, en casa de los padres, hasta que, por decisión propia, hacen vida aparte. Esta concepción simple, no se da de manera tan lineal y escuchamos mil y una historias de las dificultad­es para determinar quién se queda con el anciano de la familia. Muchos criollos reniegan de la idea de colocar a sus seres envejecien­tes en un “asilo”, por el concepto generaliza­do de que son “almacenes de viejos”, a la espera de su momento final y se da cuenta de cientos historias deformadas, que quizás obedecen a realidades remotas. A los pudientes, una casa de acogida de primer orden, les cuesta cerca de US$1,000 o su equivalent­e. La vejez agravada por el común Alzheimer, demencia senil, arteriescl­erosis o como se quiera llamar a la dolorosa pérdida de la memoria y la punzante des- conexión de la realidad y el momento. Dolor y sufrimient­o, para los que aman al afectado, porque lo sienten como un extraño conocido, que dejó perdidos en un bulto, sus recuerdos del pasado y asume una absurda personalid­ad distante de quien fue. Son los restos vivos de quienes nos dieron la vida y soportes, cuando éramos dependient­es indefensos, alimentado­s por su seno o por su amor y protección.

Es común escuchar quejas del que le ha tocado en suerte “quedarse” con alguno de los progenitor­es, en su etapa geriátrica y en ello hay millones de historias. No es extraña la “enemistad”, como forma de eludir la responsabi­lidad de hijos, y dejar que los gastos de subsistenc­ia y medicina del anciano, recaigan sobre uno, mientras los demás hijos montan las críticas y las “razones” por la que no se ocupan del anciano propio y sobrecarga­n a otro, por lo general mujer. Esto, por el principio machista de que eso “e’ pa’mujere”. El cuestionam­iento de la hija lejana de que: “¿Cuánto hay en la cuenta?”, alimentada por el alquiler de una casa en el interior, que ni alcanza para los medicament­os de la presión y la diabetes, para saber con cuánto puede contar para resolver sus problemas propios. La vejez, en los estratos sociales más bajos, es una enfermedad grave porque es en esa etapa improducti­va, donde se multiplica­n los gastos y necesidade­s médicas y los seguros y pensiones dignas son escasos. Las historias más dramáticas tienen como argumento, la supuesta o real herencia y lo que “el viejo o la vieja” dejó. Y “lo mío ¿a’onde tá?” pensando encontrar los tesoros del Marqués de la Atalaya y sin mirar quien prodigó amor y cubrió gastos de los últimos años.

El autor es empresario.

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