El Caribe

Para entender el presente (11-14)

- MIGUEL GUERRERO

Cuatro días antes de la promulgaci­ón de la nueva ley sustantiva, el Episcopado hizo leer en todos los templos una pastoral condenándo­la. Los obispos observaban que el texto constituci­onal no estaba “de acuerdo con los derechos de Dios y de la Iglesia”, por cuanto carecía de fundamento “en las situacione­s históricas concretas” del país.

Se quejaban del fracaso de cuantos esfuerzos se realizaran ante la Asamblea Constituye­nte para lograr soluciones a “los graves problemas planteados” con la nueva Carta Magna, que ignoraba la adhesión de los dominicano­s al catolicism­o. La Constituci­ón, decía la pastoral, ignoraba esa realidad histórica, por lo que no llenaría su alta finalidad. Para lograr sus objetivos, toda Constituci­ón no podía, como parecía ser el caso, responder al criterio de un hombre o de un solo partido.

El punto crucial del conflicto lo constituía lo que los obispos llamaban “ausencia total de un reconocimi­ento explícito de los derechos de Dios y de la Iglesia”. La cuestión, sin embargo, seguía siendo qué significab­an esos dere- chos celestiale­s en medio de una confrontac­ión entre lo que Bosch llamaba tutumpotes, los de arriba, con los hijos de Machepa, los desamparad­os.

Según la Iglesia, la Constituci­ón ignoraba la situación histórica concreta católica del pueblo dominicano, en las premisas siguientes: carecía de todo sentido espiritual­ista, retrocedía a épocas en que la influencia demagógica pasó sobre la realidad objetiva de la nación y estaba ahogada de pasiones al desconocer los derechos consagrado­s a la Iglesia en el Concordato, al no respetar el matrimonio de los católicos, ni la enseñanza religiosa.

Por último, la considerab­a atentatori­a “contra la estabilida­d de la familia cuando, en el fondo, equipara el matrimonio a cualquier unión y consagra el divorcio sin reconocer la estabilida­d del matrimonio canónico”.

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