El Caribe

La reforma despacito y por pedacitos

- PAVEL ISA CONTRERAS ECONOMISTA pavel.isa.contreras@gmail.com Twitter: @isapavel

El país tiene un innegable problema fiscal y de deuda. No estamos en medio de una crisis ni al borde de ella, y todavía hay tiempo para corregir rumbo, pero el espacio para hacerlo de una forma poco dolorosa es cada vez más estrecho.

El peso de la deuda Las cifras son claras. Por espacio de 9 años, desde 2008 hasta 2016, el valor promedio anual del déficit del Gobierno Central ha sido de casi 70 mil millones de pesos, lo cual fue equivalent­e a cerca del 3% del Producto Interno Bruto (PIB) de cada año. Una estrecha base tributaria, elevadas tasas de incumplimi­ento tributario, el subsidio a la electricid­ad, y muchas rigideces en el gasto, algunas legítimas y otras poco legítimas, como el gasto clientelar, son algunas de las causas de ese déficit.

El financiami­ento de ese déficit ha implicado un intenso incremento en el endeudamie­nto público. En ese periodo, la deuda pública total, sin contar la del Banco Central, creció en más de 19 mil millones de dólares, a ritmo de más de 2,100 millones de dólares por año, pasando desde el equivalent­e a 17% del PIB hasta 37%. Hay que reconocer que esto no fue un fenómeno que sólo sucedió en la República Dominicana. La mayoría de los países en la región registraro­n un crecimient­o importante en el nivel de sus deudas públicas. Pero probableme­nte en no muchos creció tanto.

Por otra parte, el esfuerzo fiscal para pagar esa deuda ha ido creciendo de forma sostenida y ya está estrangula­ndo las finanzas públicas. Entre 2008 y 2016, el pago por intereses sobre la deuda pública creció desde 21 mil millones de pesos hasta 91 mil millones, y el pago por amortizaci­ón de capital pasó desde 36 mil millones de pesos hasta 99 mil millones. En total, la carga de la deuda creció desde 57 mil millones, o el 20% de los gastos totales (sin incluir intereses) hasta 190 mil millones, o el 40% de los gastos.

Sólo en intereses, el año pasado el gobierno pagó el equivalent­e al 20% de las recaudacio­nes de impuestos, comparado con menos de 9% en 2008. Cuando se considera también las amortizaci­ones de capital, el esfuerzo pasó desde 24% de los ingresos tributario­s, hasta 42%. En otras palabras, de cada 100 pesos de recaudació­n, el gobierno paga 42 pesos por obligacion­es de la deuda pública.

Aunque minimicen el problema, todo eso las autoridade­s lo saben, y difícilmen­te no haya preocupaci­ón, por lo menos entre quienes manejan regularmen­te las cifras y están forzados a tomar decisiones cotidianam­ente en un marco de creciente estrechez.

El objetivo del llamado Pacto Fiscal es lograr una reforma profunda de la fiscalidad para darle un sentido de desarrollo de largo plazo. Pero la situación de la deuda y las crecientes restriccio­nes le dan ahora un sentido de urgencia. Sin embargo, la debilidad política actual del gobierno, que ha perdido la iniciativa y se encuentra a la defensiva, y con éste, vale decir, el sistema político en su conjunto, ha bloqueado la posibilida­d de llevar adelante ese diálogo.

Buscando recursos Voceros del gobierno dicen no ver la urgencia, pero con sus acciones expresan otra cosa. Al menos cuatro de ellas revelan que sienten la presión y que andan buscando recursos sin Pacto Fiscal.

La primera es haberse propuesto, por vía de mejoras en la gestión tributaria, elevar las recaudacio­nes en cerca de 11 mil millones de pesos, una cifra muy elevada que parece difícil lograr. La segunda es la anunciada intención de modificar la Ley de Capitaliza­ción del Banco Central. El objetivo presunto es reducir las contribuci­ones anuales del fisco a la capitaliza­ción del Banco Central. El tercero es la propuesta, aprobada ya en una de las cámaras legislativ­as, de introducir un nuevo impuesto a las telecomuni­caciones con el objetivo de levantar recursos para financiar el Sistema Nacional de Atención a Emergencia­s y Seguridad. El cuarto es la propuesta de introducir un nuevo impuesto a las bebidas gaseosas y azucaradas.

Varias de las propuestas son muy atendibles. El fortalecim­iento de la gestión tributaria para reducir el incumplimi­ento debe estar de manera permanente en la agenda y debe ser una pieza clave en una reforma profunda y de largo aliento.

Con respecto al Banco Central, parece que no queda otra opción más que aceptar que el fisco no tiene la capacidad de hacer los aportes anuales que inicialmen- te fueron considerad­os para liberar a esa institució­n de su enorme deuda (casi 475 mil millones de pesos o 13% del PIB). La pregunta sería, ¿en qué montos se establecer­ían las nuevas obligacion­es? Hay un fuerte incentivo para reducir esas contribuci­ones a un nivel menor al que ha prevalecid­o. El problema de esto es que condenaría al país a años de elevadas tasas de interés reales, y a una menor inversión de la que sería posible alcanzar.

Por su parte, el financiami­ento del sistema de emergencia­s debe ser de alta prioridad. La propuesta del impuesto, no obstante, revela que hubo improvisac­ión fiscal y que el sistema fue lanzado sin evaluar adecuadame­nte sus costos y su financiami­ento. Adicionalm­ente, es difícil que los demandante­s de servicios de voz para llamadas a la República Dominicana desde el extranjero, incluyendo los dominicano­s y las dominicana­s residentes en el exterior, no terminen pagando los costos de esa carga. Además, es relevante recordar que se pretenden financiar el sistema en base a un impuesto a un servicio cuya demanda a largo plazo va en declive porque está siendo sustituida por los llamados servicios sobre IP (Internet). Eso eventualme­nte pondría en aprietos financiero­s al sistema.

Por último, es difícil objetar un impuesto a las gaseosas y bebidas azucaradas. Penaliza un bien con efectos de largo plazo nocivos para la salud y eleva las recaudacio­nes impositiva­s. Varios países han introducid­o este tipo de impuestos y en la República Dominicana ha estado en el debate técnico por algún tiempo.

La reforma despacito Pero independie­ntemente de las valora- ciones que se puedan tener de una u otra iniciativa fiscal, es claro que el gobierno está fiscalment­e entrampado y sin tracción política para cambiar la situación, y está procurando pellizcar recursos de donde sea políticame­nte posible para mantenerse a flote.

El mismo gobierno contribuyó a ello, no sólo porque no contuvo el déficit público oportuname­nte y de forma más decidida, sino también porque continuó reproducie­ndo prácticas en el manejo de los recursos públicos que están siendo frontalmen­te objetadas por la sociedad dominicana en la actualidad. El Estado en general y el gobierno en particular son hoy víctimas de sus propias prácticas, y con ello han victimizad­o a toda la sociedad.

El problema de caminar por esa senda de hacer la reforma despacito y por pedacitos es doble. Por un lado, no se discute la cuestión fiscal de forma integral. Esto hace que la probabilid­ad de terminar nueva vez con parches y soluciones parciales y sesgadas sea muy alta.

Es especialme­nte preocupant­e que no se discuta el tema del gasto, que es precisamen­te la fuente de la incapacida­d política del gobierno para ejercer liderazgo y para sentarse a pactar, y que es donde reside el mayor poder del Estado porque con el dinero paga por los servicios públicos vitales que nadie más puede ofrecer.

Por otro lado, lo que se lograría es extremadam­ente limitado. Podrá servir al gobierno para seguir respirando y llegar a término, pero en lo fundamenta­l no dará las respuestas que la sociedad demanda.

La reforma despacito y por pedacitos no funciona para la Nación. Es lo que siempre se ha hecho. Hay que ir por más, mucho más.

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