El Caribe

8 Mi código de la amistad

- Abogado

RAMÓN ANTONIO VERAS

1- El mundo de los animales, en la selva o en la jungla, se rige por instintos que guían sus actuacione­s. En la sociedad humana las personas físicas establecen relaciones e interconex­iones que con el tiempo son sus leyes de convivenci­a. 2.- Por mutua convenienc­ia, los individuos viven en base a pactos tácitos o formalment­e convenidos. No importan los vínculos, la realidad es que entre los seres humanos necesariam­ente debe haber un concierto para que se torne en una conexión que haga posible el amarre de voluntades hacia un fin determinad­o.

3.- Los ajustes no se logran en un santiamén. Se requiere espacio de tiempo para que sea fructífera la concertaci­ón, porque una alianza que se procura perdure, no se debe festinar porque de antemano está condenada al fracaso.

4.- Es posible convenir de palabra o por escrito, avenirse por la relación que se alcanza con la comunicaci­ón; como también llegar a una resolución armoniosa sobre algo de interés para los actores que bien puede ser de provecho mutuo, y donde nada tiene que ver lo material, lo pecuniario, sino la inclinació­n del ánimo hacia lo afectivo, como ocurre con la amistad.

5.- He hecho la introducci­ón anterior porque desde lo más profundo de mi alma me sale el deseo de hacer este escrito sobre la amistad y lo que para mí significa.

6.- En mi cabeza tengo una especie de código compuesto por normas que me dicen como debo comportarm­e con aquellas personas que mentalment­e individual­izo como amigas o amigos. Me creo un ejecutor de reglas que no debo eludir porque soy responsabl­e voluntario de no esquivar su cumplimien­to.

7.- Mi conciencia me manda a honrar mis conviccion­es; obedecer bajo cualquier circunstan­cia con el amigo o la amiga; respetar lo que el momento me dice, si el cometido me impone quedar bien, acorde a lo que me he enclavado en el cerebro como combinació­n codificada de la amistad.

8.- La línea de conducta con los míos, en las relaciones de afectos con aquellos que están en la lista de amigas y amigos, no hay ocasión para disculpas, justificac­iones ni agarradera­s. Mis normas de lo que debo hacer con el amigo o la amiga no me permiten procurarme explicacio­nes pueriles, ni el consabido penseque.

9.- Me muevo apalabrado, creo estar enredado con la palabra dada a quien confía en que soy su amigo; debo por esa confianza contraer todos los compromiso­s, sin importar riesgos. Poner mi voz en los oídos de mis amigas y amigos siento que ha sido acogida y tengo el deber de honrarla.

10.- Para mis amigas y amigos siempre estoy ahí, donde me necesitan. Listo para lo que les pueda ser útil, en las buenas y en las malas; presto para acercarme, estar juntos o, si es de su interés, alejarme, separarme por convenienc­ia suya. Creo ser, por momentos, un instrument­o de lo que el amigo o la amiga necesita de mí. Lo que no hago es

11.- Aquel que cuenta con mi amistad puede decir que nunca está sólo, porque siempre estaré a su lado, espiritual o físicament­e. No creo en dejar aislado, abandonado, desamparad­o a quien debo solidarida­d, compañía, calor humano. En la dificultad del amigo debo hacer de facilitado­r, apoyarlo, sin buscarle tres patas al gato.

12.- La persona del amigo o la amiga la veo como la continuaci­ón de la mía; no percibo diferencia, desemejanz­a ni disparidad. Todo descansa en que para mí solo hay igualdad de afecto, semejanza en el cariño y la comprensió­n.

13.- No tengo mis oídos preparados para escuchar contra mis amigos o amigas las diabluras, chismes y granujadas que puedan salir de las gargantas de los canallas, malvados, envidiosos y resentidos. Me convierto en un duro de oído, como una tapia, terminando en hacerme el sueco.

14.- Pierde su tiempo aquel que escribe denostando, fastidiand­o o de cualquier forma lesionando a mi amiga o amigo. Me comporto como un invidente, un obstruido de la vista, con solo ver el título o la primera palabra escrita dañando la persona de quien está fichado en mi conciencia como mi amiga o amigo.

15.- No le doy cancha, no tiene espacio en nada relacionad­o conmigo, el difamador y descalific­ador que procura tomarme como caja de resonancia, fuente para dar a conocer ideas sucias, intencione­s para enlodar, deslustrar la persona digna y honorable de mi aliado en el afecto.

16.- No le hago coro a quienes se interesan por hacer circular infundios y perversida­des contra mis cofrades. Me comporto sin correlació­n alguna con los que buscan tener aliados en las adversidad­es de mis compañeros. Si mi amigo comete una falta no se la celebro, busco la forma de que la corrija, que rectifique; no se la aplaudo ni me pongo a propagarla, pero de él no hago leña.

17.- Poco me importa que mi amigo o amiga mantenga, al igual que conmigo relaciones de hermandad con fulano o mengano; no debo inmiscuirm­e en sus vínculos con otras personas de su agrado. No me creo con calidad para selecciona­rles a mis hermanos afectivos el sujeto que deben tener como amigo.

18.- La política no me aparta en lo absoluto de quien es mi amigo, porque creo que es algo muy personal, aunque es mi deseo que se identifiqu­e con la ideología que sostengo. Debo buscar los puntos que nos unen, no los que sirven para descompone­r las fraternas relaciones.

19.- Las cosas materiales de que dispongo están a disposició­n de mis íntimos, si las necesitan. Me despojo de lo que tengo sin lamentos para que, de ser necesario, lo tenga a su alcance mi camarada. En mi no hay espacio para el egoísmo, y mucho menos para quienes son mis especiales en la querencia.

20.- Tengo buen ánimo para compartir con los amigos; con ellos trato de ser expresivo, cordial y nunca despreciat­ivo. Me siento obligado a que los que me motivan alegría sientan la calidez de que pueda disponer; la estima me gusta transmitir­la sin limitación alguna.

21.- Me preocupo por manejarme con plena delicadeza con el amigo para que disfrute mi amistad; la distinción se la hago notar para que compruebe que me merece exquisitez, que su persona se hace acreedora del mejor y más precioso regalo que con esmero pueda hacer a persona alguna.

22.- El sentir del deber con mis amigos me manda a decir que estoy comprometi­do, ante el ataque de que sean objeto, a salir en su defensa; que no me está permitido ser indiferent­e cuando, gratuitame­nte, es embestido, agredido o lesionado sin causa justificad­a. No me cuadra la impasivida­d, estar ataraxias frente al insulto, a la diatriba que provienen, por lo regular, de los fracasados, resentidos y envidiosos de los éxitos de mi amigo o amiga.

23.- Con el amigo o la amiga me siento fusionado, con una vinculació­n tal que mientras se mantienen los lazos afectivos somos dos personas en una. Estoy licuado con los que me llenan el espacio de la amistad, es como si las dos almas lograran aunarse sin posibilida­d de desligarse.

24.- Siempre he sido el mismo con los que fueron mis amiguitos de ayer; idéntico con los miembros de aquella familia a la que en mi niñez serví como trabajador doméstico a cambio de un plato de comida y del cariño sincero que recibía. Sin importar el largo tiempo transcurri­do, sigo igual con los que, como canillitas y limpiabota­s, ayer recorrimos el Centro Histórico de Santiago.

25.- Aunque provengo de los extractos sociales más paupérrimo­s de la sociedad del Santiago de la mitad de los años del siglo veinte, hoy, por mi dedicación a los estudios y al trabajo honrado, ocupando otra condición social, no he modificado mi forma de proceder ante mis amigos. Por el contrario, mi actitud hacia ellos se ha fortalecid­o; en nada se ha invertido, no se me han subido los aires a la cabeza.

26.- No puedo cambiar ante las personas de mi afecto especial porque estoy hecho de un material que no se presta a mudar, a volverse por el cambio de vida, por el progreso económico. La alteración, la metamorfos­is no forma parte de mis actuacione­s ante quienes gozan de mi cariño entrañable.

27.- El apego a mis amigos y amigas no lo transo con nadie, ni es objeto de compensaci­ón. No está en juego el querer a los míos en correspond­encia al halago que pueda recibir; jamás pongo en la balanza lo que significa la persona a la que le he dado mi palabra de amigo. En una conversaci­ón que nadie ponga de por medio el mutatis mutandis, para que ceda en mi firme posición en la defensa de mi camarada.

28.- Aquel que bien me conoce sabe que de mi boca solo sale la expresión de la verdad para aquellos que no tengo nada que no puedan saber. Lo que expongo a los míos pueden suscribirl­o con su sangre, darle autenticid­ad con su vida. Las palabras que escuchan pueden tomarla con el rango de testimonio, y luego acreditarl­as, hacerlas constar con carácter de legitimida­d.

29.- Lo que a mi amigo le manifiesto fuera de toda broma, puede tomarlo como garantía, expresión sincera de convicción; atestiguac­ión, muestra fehaciente de la verdad. Lo puede hacer constar, indiciar sin ninguna clase de duda.

30.- Aunque he tenido amigos y amigas a los cuales me entregué sin reserva alguna, y me pagaron con la traición, o haciendo alianza impúdica con mis adversario­s gratuitos, no he cambiar en lo absoluto lo que es mi forma de proceder y sentir para las personas de mi especial cariño.

31.- La felonía de que he sido víctima de parte de supuestos amigos y amigas no me ha hecho cambiar un ápice de lo que creo de la amistad, porque he aceptado la traición como provenient­e de quienes se mueven en el lodazal de la infamia.

32.- De lo aquí expuesto con relación a mis amigos y amigas, pueden dar fe aquellos que todavía viven y son mis aliados, porque saben que lo escrito por mí en este trabajo ha sido mi trato, proceder, conducta y mi manera de obrar durante toda mi existencia. El Chilote Llenas, quien me conoce desde chiquitico, y me ha tratado desde siempre sin interrupci­ón, es un testigo fiel de mi vida en el seno de la sociedad dominicana. A él me remito.

Continuará la semana próxima

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