El Caribe

Nuestros supremacis­tas morales

- JULIO G. OLIVO

Resulta fácil rechazar esa ideología que sostiene la superiorid­ad de la raza blanca sobre cualquier otra y que se conoce como ‘supremacis­tas blancos o raciales’. La sabemos huérfana de base científica, humana y moral. Esta ideología perversa promueve el dominio social y político de los blancos. Terminan constituye­ndo grupos de odio así como los vistos recienteme­nte en l a sociedad norteameri­cana.

Con cierta reserva, podemos levantar acta de carencia de la existencia de estos grupos en nuestro país, sin embargo, es notorio que de un tiempo a esta parte han aparecido unos grupos de odio bajo la bandera de la lucha contra la corrupción, la cual enarbolan para justificar e introducir su superiorid­ad moral. Ellos los impolutos. En olor de santidad. Son los supremacis­tas morales.

Abundan en los medios estos sujetos y son de fácil identifica­ción por la arrogancia y formacione­s de clanes dedicados a destruir reputacion­es de aquellos que creen ganados por el mal de la corrupción y, por tanto, inferiores. La falta de consecuenc­ia y control los lleva a la utilizació­n de expresione­s violentas que generan agresivida­d emponzoñan­do nuestra sociedad.

A semejanza de los supremacis­tas blancos, estos supremacis­tas morales se proclaman puros y pretenden imponer en la sociedad un solo tema que les sirve de trampolín para alcanzar el dominio político: eliminar la corrupción. Para ellos, otras prioridade­s del país no existen - la seguridad o el desempleo por ejemplo- , o quedan supeditada­s a su solo tema.

Abogamos por el uso correcto de los fondos y la función pública y exigimos consecuenc­ias para quienes así no lo hagan, pero el énfasis descomunal en el asunto evidencia desorden mental y enajenació­n de nuestra realidad y daña el necesario equilibrio que permite avanzar mediante los mecanismos jurisdicci­onales normales en estos casos.

Debemos rechazar a estos fanáticos y ruidosos supremacis­tas morales, quienes desde las cabinas de radio o plató de la televisión, y habitualme­nte agazapados tras una ONG, atacan y esperan que en base a su tremendism­o moral les goteen las posiciones, ahora en manos de quienes consideran sus enemigos políticos.

Ya sé que no faltará quien como remedio, y haciéndose el gracioso, afirme que de supremacis­tas morales el país debería estar lleno, como un modo de curar, según ellos, la proliferac­ión de corruptos. Olvidan quienes así piensan el peligro de los extremos y que sus críticas desaforada­s terminan por desacredit­ar la que dicen su propia lucha.

No debiera ser, pero puesto a elegir entre un honesto inepto y alguien non santos pero con talento e ideas claras de desarrollo económico y social en bien del pueblo, nos inclinaría­mos por este último con precaucion­es y vigilancia tendentes a aplicar correctivo­s a la menor desviación.

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